Ramón Hernández Martín

De la cosa a la acción, por un cristianismo vivo

"El cristianismo no es una institución eclesial, sino una iglesia"

De la cosa a la acción, por un cristianismo vivo
Ramón Hernández Martín

Lo que hemos venido entendiendo por cristianismo, tan perfilado y cerrado, se nos muestra hoy casi como un fósil cuando debería ser un gran chorro de vida... el cristianismo no deja de ser una entidad siempre en construcción

(Ramón Hernández Martín).- El alcance del ser

El maestro fray Eladio Chávarri precisa en “Perfiles de nueva humanidad” que la entidad de algo no termina en lo que la cosa es en sí misma, pues esta se agranda o empequeñece con el ejercicio de sus potencialidades. En otras palabras: un ente es lo que contiene más lo que logra o pierde con los valores o contravalores que le aportan sus relaciones. Crecemos o decrecemos con lo que otros seres nos dan o nos quitan al relacionarnos con ellos. De ahí que toda relación tenga una entidad destinada a enriquecer o empobrecer, a aportar o quitar algo.

Eso significa que el ser no es estático, cerrado a otras posibilidades, sino dinámico y cambiante en la medida en que aumente o mengüe su propia entidad al relacionarse. Por ejemplo, una manzana, que es de suyo un alimento (valor vital), adquiere nueva entidad si la estudiamos para conocer sus cualidades gastronómicas (valor epistémico) o la utilizamos como una pelota (valor lúdico) o la pintamos en un cuadro (valor estético) o la lanzamos contra alguien como arma arrojadiza (contravalor ético) o la consideramos como soporte de la prueba de obediencia que Dios impone a nuestros primeros padres en el Paraíso terrenal según el relato bíblico (valor religioso).

Esta reflexión de cariz metafísico, que tiene categoría de originalidad en todo el pensamiento filosófico, nos permite abordar como un ser creciente o decreciente también el cristianismo. Quiero decir con ello que el cristianismo no es algo definitivamente hecho, sino algo que se está haciendo, un ser claramente mejorable o deteriorable según la forma de vida que inspira en un momento determinado y de cómo lo vivan los cristianos de una época concreta. El cristianismo no es, pues, un paquete de productos y encomiendas, fabricados y envasados en Roma, sino una vida abierta, exigente, sometida a muchas variables según las circunstancias de cada tiempo y lugar. Es este un tema de reflexión exigente, pero que encaja muy bien en el propósito que persigue este blog.

Cambio de perspectiva

Hemos venido entendiendo por cristianismo una serie de entidades, como las definidas en el Credo, y de encomiendas, como las recogidas en los Evangelios, precisadas y escrupulosamente matizadas en formulaciones dogmáticas interpretadas por el magisterio de la Iglesia. Pero ese cristianismo, tan perfilado y cerrado, se nos muestra hoy casi como un fósil cuando debería ser un gran chorro de vida.

Por mucho que los dogmas pretendan definir y fijar las ideas, el cristianismo no deja de ser una entidad siempre en construcción (la época dogmática fue particularmente laboriosa y productiva). De ahí que también deba construirse o reconstruirse en nuestro tiempo. Los cristianos nos enriqueceremos si lo vivimos como es debido y nos empobreceremos si lo rechazamos o lo deformamos. En sus entrañas de salvación lleva la necesidad imperiosa de adaptarse meticulosamente a cada tiempo a base de relecturas hechas con seriedad y sin miedo. Este cambio de perspectiva es sustancial para entender la fe como vida y no como profesión de creencias.

Escenarios, ritos y personas

Por otro lado, a estas alturas deberíamos tener muy claro que el cristianismo no es un inventario de templos, estatuas, ornamentos e instrumentos de culto, ni tampoco un conjunto de ritos y sacramentos, por muy bellos y emotivos que resulten.

Todo ello debe ser utilizado solo en la medida en que favorezca la vida cristiana. Pero, como también puede convertirse en rémora y obstaculizar esa vida en determinadas circunstancias, una relectura atinada del cristianismo deberá no solo fijar como objetivo fomentar una vida cristiana pujante, sino también elegir los mejores instrumentos para lograrlo en un momento y situación concretos.

Dado el desapego de la actual sociedad a muchas de las tradicionales prácticas religiosas, tan reiterativas y cansinas, es obvio que esa forma de proceder debe ser desechada o mejorada sustancialmente.

Si de las cosas saltamos a las personas, el cristianismo tampoco consiste en una plantilla de operarios consagrados que van desde un presidente (el papa) y un nutrido equipo de ejecutivos (cardenales y obispos) hasta el personal a pie de obra (los sacerdotes) y sus modestos colaboradores (diáconos), sin olvidar los empleados subalternos como acólitos y sacristanes. En otras palabras, el cristianismo no es una institución eclesial, sino una iglesia. De ahí que la actual clerecía gobernante deba ceder protagonismo a una comunidad solidaria de la que forman parte, a todos los efectos, lo mismo los hombres que las mujeres.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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