Gabriel María Otalora

Transformar el Valle de los Caídos en un centro de paz

"Me resulta particularmente hiriente que el nombre oficial sea la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos"

Transformar el Valle de los Caídos en un centro de paz
Gabriel M Otalora

El año que viene se cumplirán sesenta años desde la inauguración y parece un buen momento para mirar definitivamente hacia adelante, borrando las huellas franquistas con pisadas de paz

(Gabriel Mª Otalora).- Ya sabemos que el gobierno socialista no va a seguir las recomendaciones de la comisión de expertos que pidió para el Valle de los Caídos. Al menos hubiera servido para contrarrestar lo que ha sido siempre, el Valle de los Vencidos, concebido por el dictador Franco como un monumento estelar a los que él llamaba «los caídos de nuestra gloriosa Cruzada por Dios y por España» en cuya construcción empleó a miles de presos políticos para destrozar un bonito valle a golpe de trabajos forzados.

El presidente Sánchez no ve posible darle un significado de reconciliación a este monumento faraónico. Su propuesta es convertirlo en «un cementerio civil» (sic), con excepción de la basílica, que seguirá destinada al culto. Pero habrá que clarificar cuanto antes la razón de ser de la abadía actual, que se está significando de manera beligerante a favor del espíritu franquista con el que se construyó. Que una cosa es no ser signo de reconciliación y otra mantenerse en lo contrario; aunque sea por respeto al verdadero cristianismo.

Casi 34.000 cuerpos de contendientes de ambos bandos se encuentran enterrados allí -por razones nada humanitarias- muchos de los cuales siguen sin identificar en la mayor fosa común registrada de Europa. Me resulta particularmente hiriente que el nombre oficial sea la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos , que avala una comunidad monástica presidida por una cruz cristiana de 150 metros de altura. Y junto al altar mayor, enterrados en un lugar preeminente, las tumbas de Franco y José Antonio.

Podría haberse evitado la prolongación sentimental de la idolatría franquista si el dictador hubiera sido enterrado en otro lugar menos llamativo. Muchos creen que levantar el Valle de los Caídos tenía como objetivo complementario de Franco acabar siendo enterrado en él. Parece más cierto que la decisión de que allí reposen sus restos fue de su sucesor, Juan Carlos de Borbón. Lo cierto es que no son pocos los que sostienen que habría que derruir semejante símbolo de homenaje a Franco y a su dictadura. Otros, en cambio, abogamos por convertirlo en un centro de paz. Y me olvido ahora de la nada desdeñable cifra de los que estarían muy cómodos si las cosas se quedasen como están.

En su día no lejano, la llamada Comisión de Expertos para el Futuro del Valle de los Caídos, propuso tres actuaciones: un Centro de Interpretación pedagógico que resalte la fuerza simbólica de perpetuar la memoria de una victoria militar apoyada en un golpe de Estado. La segunda actuación propuesta era levantar un memorial laico en un lugar destacado que recuerde a cada una de las víctimas exhumadas. Y la tercera, consecuencia de la segunda, la dignificación de los restos ahora amontonados y mezclados en una fosa común descuidada que supone una grave desconsideración a la memoria de los allí enterrados.

Yo prefiero que este monumento tan megalómano como su impulsor se transforme en un centro de paz y reconciliación con todas las consecuencias y posibilidades que esta opción permite, entre otras, la de reconvertir el Valle de los Caídos -con otro nombre- en un centro impulsor de la memoria histórica como memorial perpetuo a las víctimas. Los demócratas tenemos el derecho a dicha transformación que nos permitiría visualizar lo que otros antes han logrado con éxito; sin ir más lejos, los campos de exterminio nazis son un ejemplo de reconversión en positivo de lo que no debería repetirse jamás.

El año que viene se cumplirán sesenta años desde la inauguración y parece un buen momento para mirar definitivamente hacia adelante, borrando las huellas franquistas con pisadas de paz y memoria de la verdad histórica que muestren la negrura de la violencia dictatorial en su propio espacio y en presente continuo; algo muy necesario para concienciar a las nuevas generaciones.

El problema para todo esto en la práctica viene desde otro flanco bien diferente al político. Este monumento franquista sufre un serio deterioro que exige por seguridad una enorme inversión en obras de restauración; de lo contrario, el riesgo de venirse abajo parece real a medio plazo. La acción del paso del tiempo y algunos defectos graves de construcción están poniendo en peligro hasta la galería de roca donde se asienta la basílica aunque el deterioro está extendido por todas las instalaciones. Para repararlo en condiciones se habla de quince millones de euros, a los que habría que añadir los gastos de acondicionamiento para los nuevos usos democráticos. Derruirlo, en su caso, tampoco saldrá barato. Un símbolo nefasto y una ruina.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído