Pedro Langa

Sobre el contencioso interortodoxo de Ucrania

"De momento, la comunión eucarística no se ha roto, y ese es el punto crítico de la cuestión"

Sobre el contencioso interortodoxo de Ucrania
Pedro Langa

Lo del Concilio Panortodoxo fue, digámoslo en resumen, un pulso que el patriarca Kirill se permitió echarle a Bartolomé I. Y menos mal que éste anduvo listo cortando a tiempo la maniobra, porque, si se descuida, Kirill le habría comido todo el sembrado

(Pedro Langa).- Se fue septiembre como si nada hubiera pasado. Lo cierto, sin embargo, es que los acontecimientos no han hecho sino agravarse, y esto del contencioso interortodoxo ucranio tiene ahora mismo pinta de acabar peor que mal. Escribo contencioso, pues no faltan medios con la matraca del término cisma. Y cisma, lo que se dice cisma, todavía no se ha producido, la verdad. Llegará, quién sabe, porque tiene que llegar si antes Constantinopla y Moscú no se ponen de acuerdo. De momento, la comunión eucarística no se ha roto, y ese es el punto crítico de la cuestión.

Es más, lo sucedido hasta la fecha tampoco es cosa del otro jueves, que ya el patriarcado moscovita se las tuvo tiesas con el de Constantinopla a propósito de la Iglesia de Estonia en 1996. Prueba de ello fue luego el incidente de Rávena (2007). Lo que pasa es que en Ucrania sí existe un cisma -¡y qué cisma!- desde octubre de 1995. Así que ser, lo que se dice ser, en Ucrania son ya tres Iglesias ortodoxas locales por falta de una…

Opinan algunos que estamos ante una venganza del Patriarcado Ecuménico contra el ruso por haber éste vuelto la espalda al Concilio Panortodoxo de Creta a mediados de junio de 2016. Puede que algo se atisbe, no sé, para eso es asunto que llevan entre manos los humanos. Con todo, no creo yo que la cosa tenga mucho recorrido. En temas así, privan cabezas de variado coeficiente, desde las que no tienen más que serrín, hasta las que tampoco necesitan que la verdad exista para demostrarla. Lo del Concilio Panortodoxo fue, digámoslo en resumen, un pulso que el patriarca Kirill se permitió echarle a Bartolomé I. Y menos mal que éste anduvo listo cortando a tiempo la maniobra, porque, si se descuida, Kirill le habría comido todo el sembrado.

Hace escasas fechas, George Weigel, biógrafo de san Juan Pablo II, se refería al año 2018 como a un annus horribilis católico. El contexto es conocido: la renuncia en pleno del episcopado chileno, el caso del cardenal Theodore McCarrick, la decisión del Papa de retirar el estado clerical del influyente cura chileno Fernando Karadima, el informe del gran jurado de Pensilvania o el que empieza a conocerse en Alemania, el terremoto originado por el testimonio del arzobispo Carlo Maria Viganò, que también hace falta ser calamidad y estar tocado de idiocia, y las enfrentadas reacciones subsiguientes, o el inicio de un sínodo sobre los jóvenes cuyo punto de partida inquieta no menos al mismo Weigel que al arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput.

Pero los ortodoxos, ciertos ortodoxos por lo menos, parece que en esto de reveses del annus horribilis tampoco quieren quedarse cortos. De manera que ahí están, atiza que te atiza, particularmente a raíz del Concilio Panortodoxo de Creta (del 19 al 25 de junio de 2016), y mucho me temo que el incendio se extienda de modo que no haya en la Centroeuropa ortodoxa eslava bomberos suficientes para atajarlo.

Sobre los problemas interortodoxos de Ucrania, especialmente los desencuentros del contencioso que me ocupa, tengo ya escrito algo por donde colegir qué pasa. Mi última colaboración es del 31 de agosto de 2018, o sea del viaje del patriarca Kirill a Estambul para tratar estas cosas cara a cara con Bartolomé I (cf. «La encrucijada de Ucrania en la Iglesia Ortodoxa»: Vida Nueva 3.096 [8-14 septiembre de 2018] 35).

Pocas semanas antes, Kirill había sido rotundo: «La concesión de autocefalía en Ucrania sería una catástrofe». Ya se sabe que expresiones tales, dichas en público, pueden herir el tímpano de los oyentes. De modo que Constantinopla procuró, por si acaso, dejar constancia de que el viaje de Kirill a Estambul había sido «a petición propia». Catástrofes aparte, allí estuvo el amigo de Putin repartiendo sonrisas y firme el ademán, él, que desde el encuentro con el papa Francisco en La Habana no se había hecho ver en cumbres intercristianas como Lesbos o Bari, por solo traer dos ejemplos.

¿Qué ha deparado, pues, septiembre? Más complicaciones, sin duda. Veamos: A las pocas horas del mencionado viaje, El Fanar movía ficha poniendo en marcha la maquinaria autocefalista con el nombramiento de dos exarcas (rango en las Iglesias ortodoxas inmediatamente inferior al de patriarca). Son ellos el obispo de Edmonton y de la diócesis del Oeste del Canadá, Hilarión [no confundirlo con el de Volokolamsk], y el arzobispo de Pamphylia y de la diócesis del Oeste de USA, Daniel.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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