¡Pobres santos! Les hemos convertido en "personajes utilitarios", intercesores ante Dios, intermediarios influyentes. Son los robaperas que asaltan el huerto divino y nos consiguen algo de un "dios tacañón" que guarda bajo siete llaves todos sus favores
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(Jairo del Agua).- A un niño de seis años le preguntaron quienes eran los santos. Y dio esta respuesta magistral: «Un santo es quien deja pasar la luz». Sin duda en su imaginación estaban las vidrieras de la iglesia a la que le llevaba su madre.
Es evidente, los santos dejan pasar la luz de Dios hacia nosotros. Esa transparencia es su santidad. Pero nosotros hemos invertido el tráfico y les hemos convertido en los encargados de recordarle a Dios sus deberes.
Los santos son personas humanas que nos muestran lo que se puede conseguir cuando nos abrimos a la luz de Dios, a la maravillosa «influencia divina», a la potencialidad de su Reino.
Pero hoy, para un «buen católico», son todo lo contrario. Son los que tienen «influencia humana» sobre Dios y le pueden hacer llegar nuestras necesidades, abrir su puño cerrado y sacarle alguna dádiva (bajo previa instancia nuestra, por supuesto).
¡Pobres santos! Les hemos convertido en «personajes utilitarios», intercesores ante Dios, intermediarios influyentes. Son los robaperas que asaltan el huerto divino y nos consiguen algo de un «dios tacañón» que guarda bajo siete llaves todos sus favores. Son los enchufados, los recomendados, los colocados, los cortesanos que pueden conseguirnos alguna prebenda.
Ésta es la otra gran corrupción con la que hemos degradado a nuestros santos. El mejor, el más santo, el que más popularidad y limosnas recoge es siempre el más milagrero, el más útil. Hemos convertido a nuestros santos en «conseguidores». Lo que nos importa no es su luz espiritual sino su utilidad material. ¡Madre mía qué perversión de la religión!
¿Cómo hemos llegado a imaginar que a un Dios Amor se le pueden «arrancar» favores personalizados a través de influencias humanas? ¿No hemos intuido siquiera que el verdadero Abba se derrama gratuitamente sobre todas sus criaturas? ¿Pero en qué «ídolo» creemos?
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