Xabier Pikaza

Pablo VI: Santo de altar, un Papa grande y discutido

"Una canonización positiva para la Iglesia que debe retomar las riendas del Vaticano II"

Pablo VI: Santo de altar, un Papa grande y discutido
Xabier Pikaza Ibarrondo

No hacía falta que la hicieran, pero el hecho de que le rodearan en el tiempo Juan XXIII (con galones propios) y Juan Pablo II (¿qué hacemos con Juan Pablo I?)... ha sido motivo suficiente para canonizarle

(Xabier Pikaza).- Le canonizan en Roma, en fiesta sonada, junto a San Osar Romero (y a otros cinco menos conocidos). Fue sin duda un hombre de Dios, tomó la carga del Vaticano II (1962-1965), y la llevó adelante, tras la muerte de Juan XXIII, con sabiduría y prudencia, con decisión, como sólo él pudo hacerlo en aquel momento fuerte de la historia de la Iglesia.

Muchos le ven más como Papa discutido y grande que como santo, pues santo es aquel en quien el pueblo descubre el brillo de la gloria y la misericordia de Dios, desde abajo, y le venera, de un modo agradecido y gozoso, como mediador y guía ante el misterio, pudiendo así orar con él y como él, ante el don y tarea deslumbrante del Dios de la vida.

Pero habían «santificado» antes que él a Juan XXIII (santo en persona, más que Papa) y Juan Pablo II (santo por papa más que como persona) y resultaba chocante que le dejaran en medio sin hacerle, sin halo de gloria celeste

Se trata, en algún sentido, de una canonización de política eclesial, y así debe ser en este mundo. Pero, siendo política, me parece buena y positiva para la iglesia, que debe retomar las buenas riendas del Concilio Vaticano II, como quiere el Papa Francisco, imitando las buenas cosas de Pablo VI y enderezando las que dejó medio cortadas o torcidas.

J. B. Montini (1897-1978) fue un hombre culto, de hondo humanismo, con un sentido fuerte de la libertad y la grandeza de la vida, de manera que hubiera pasado a la historia incluso si no hubiera sido Papa, pero lo fue, y fue Papa creyente . Quiso ser fiel al Concilio, quiso fiel al evangelio, pero tuvo quizá miedo a sus posibles consecuencias, en un mundo cambiante.

 

 

Quizá nadie podría haberlo hecho como él (como el Papa Montini), en aquel momento, aunque algunos le tildábamos entonces de miedoso, en varios asuntos que han continuado en el centro de la atención (del dolor y de la esperanza) de la Iglesia hasta el momento actual, de manera que en esa línea hablaré de los pros y los contras de su pontificado.

Desde una perspectiva más «provinciana» (es decir, española), fue un Papa providencial, pero rechazado por muchos. Con su ayuda e impulso pudo darse la apertura de la iglesia española a los valores y a la libertad del evangelio, aunque él como papa chocó de frente con un tipo de política franquista y de nacional‒catolicismo entonces imperante (¿y ahora?)

El autócrata hispano, que se tildaba de católico, no atendió a muchas de sus peticiones de nombrar obispos «nuevos»… (y de no fusilar, por ejemplo, a los condenados del proceso de Burgos). Muchos «católicos hispanos» de la vieja guardia le odiaban (y le han seguido odiando hasta el día de hoy), diciendo incluso que no era cristiano.

Sea como fuere, me alegro de su canonización recordando las veces que le vi (incluso una vez estuve con él, el año 1974, en un Capítulo General de la Merced, y quise sonreírle con aire de complicidad, pero él miraba hacia otro lugar, como si estuviera más allá, parecía no mirar…), dando a Dios gracias por su vida y obra, quiero recordar aquí (desde mi perspectiva) algunos pros y contras de su pontificado.

Algunos pros del pontificado de Pablo VI

Asumir, dirigir y culminar el Concilio Vaticano II, en espíritu de comunión. Otro, quizá, lo hubiera dejado aparcado, o hubiera sido incapaz de dirigirlo sin rupturas, sin divisiones. Él lo hizo, era un gran político, un hombre que conocía por dentro los entresijos del Vaticano y de la vida naciente de las nuevas iglesias, sin soltar el lastre de las más tradicionales, y así supo llevar a buen puerto la obra iniciada por Juan XXIII. A él le debemos en buena medida el éxito del Concilio, con sus grandes retos, pero quizá también con algunas reformas aún pendientes. En esa línea, el actual Papa Francisco parece retomar, desde una perspectiva nueva, los retos con los que tuvo que enfrentarse Pablo VI.

‒‒Salió del Vaticano, quiso una Iglesia en el mundo. Empezó a viajar fuera del Roma, como gran embajador de la Iglesia, que él presentaba como experta en humanidad. Supo asumir asumió «la voz de los pobres, de los desheredados, de los sufrientes, de aquellos que anhelan la justicia, la dignidad de la vida, la libertad, el bienestar y el progreso» (cf. Discurso en la ONU, 4, 10, 1965). Quiso ser «papa de la Iglesia», siendo al mismo tiempo un testigo de Dios y de la humanidad mesiánica ante el mundo.

Con Atenágoras, fin de un milenio de enfrentamientos. El 7 de agosto de 1965 Pablo VI de Roma y Atenágoras, patriarca de Constantinopla levantaban la excomunión que sus predecesores habían dictado el año 1054. Terminaban así más de novecientos años de condenas mutuas. Ciertamente, ese gesto no resolvía todos los problemas, ni llevaba a la plena comunión de las iglesias, pero abría un camino nuevo de confianza y diálogo que aún no ha culminado, pues quedan pendientes no sólo cuestiones de interpretación del pasado, sino también del futuro de la Iglesia.

 

Nueva forma de colegialidad. Con el Motu proprio «Apostólica sollicitudo» (15 IX 1965), instituyó las conferencias episcopales, un nuevo tipo de división y administración eclesial (antes habían existido patriarcados e iglesias nacionales e imperiales, con el valor y riesgo que ello a veces implicaba, pero no conferencias episcopales). De esa forma iniciaba un camino problemático y prometedor de transformación eclesial cuyos resultados no pueden valorarse todavía (año 2013), por las trabas y dificultades que este tipo de estructura está encontrando.

Suprimió el Índice de libros prohibidos, ofreciendo así libertad de pensamiento. El 14 de junio de 1966 (notificación de la Congregación de la Doctrina de la fe: Post Litteras apostolicas), el papa suprimió el Índice de Libros prohibidos (creado el año 1559), que había comprimido la conciencia católica durante cuatro siglos. Según eso, la formación y cultura de los cristianos adultos quedaba en manos de su libre responsabilidad. Sólo debían ser aprobadas por la Iglesia las traducciones católicas de la Biblia, los textos litúrgicos y los manuales catequéticos oficiales. Esta decisión ha permitido un impulso cultural católico sin precedentes, aunque algunos sectores eclesiales añoren los tiempos anteriores. Con ese gesto abrió las puertas y ventanas de la teología y del pensamiento a la verdad, a la búsqueda, a la confianza.

Ecclesiam Suam (Su Iglesia, 1964), un programa de diálogo. Fue la primera y más importante de las encíclicas de Pablo VI (y quizá de la Iglesia moderna). El Papa recoge y expone en ella su programa de vida cristiana, centrada en el diálogo, en todos los planos de la vida: Con el mundo y la cultura, con las diversas religiones, con las iglesias no católicas, entre los diversos grupos de la Iglesia. Por esta encíclica, que aún no ha sido plenamente «recibida», Pablo VI sigue siendo el papa de un Evangelio dialogal, en la línea de los primeros concilios (siglos IV-VII) y del conciliarismo del XV, de manera que la misma razón se interpreta como diálogo, es decir, como forma de ser en comunión. Nadie, ni antes ni después, habló como él del diálogo como esencia de la vida humana y como centro de la Iglesia. Nunca se había escrito un documento como éste.

Populorum Progressio (El progreso de los pueblos, 1967), desarrollo humano al servicio de la paz. A Juan XXIII le había interesado ante todo «la paz en la tierra» (Pacem in Terris, 1963). Pablo VI ha pensado más en claves de progreso, en un momento en que los antiguos pueblos coloniales (Tercer Mundo) estaban alcanzando su independencia, para entrar en el concierto de los países llamados libres. A su juicio, la solución de los problemas políticos y sociales implica un desarrollo armónico y solidario de los pueblos (más que de los estados), por encima de las oposiciones y riesgos del capitalismo y del comunismo. Todo parece indicar que tras un largo medio siglo de andadura conflictiva sus deseos no se han cumplido, pues el progreso de unos ha implicado el retroceso sangrante de otros (de la mayoría). Se equivocó en la forma de entender el progreso como liberador. Hoy pasados casi cincuenta años los sabemos muy bien, pero su intención era buena…

Evangelii nuntiandi, El evangelio y la liberación (1975). Asumió el motivo de la Evangelización, pero de un modo serio (no como después han hecho otros papas, cerrando caminos). Su encíclica ha sido y sigue siendo el mejor testimonio de apertura de la Iglesia de Roma a las corrientes de la vida, de la justicia social, de la transformación de las estructuras de la Iglesia. Este Encíclica estuvo y sigue estando en la base de la nueva iglesia de América Latina y del mundo entero, en línea de libertad real, de encarnación, de comunión.

 

 

Algunos contras de su pontificado, tres problemas

Era el momento de la gran transformación, eran los años en que podía haberse puesto en marcha la nueva iglesia, con inmenso impulsos. Pero en un momento dado el Papa tuvo miedo, miedo de que la Iglesia se le fuera de la mano, no sólo a él, sino al mismo Espíritu Santo, al soplo de Evangelio que Juan XXIII había querido dejar en libertad dentro y fuera de la Iglesia Pensó, quizá, que los ángeles que el Juan XXIII y el Vaticano II habían soldado a los aires de la vida podían volverse demonios, y así tuvo tres gestos que han marcado la vida de la Iglesia hasta el día de hoy, de forma negativa. Éstos son sus tres gestos más significativos, en orden cronológico:

Sacerdotalis Caelibatus (1967), cerrojazo a un tipo distinto de clero, sin patriarcalismo, sin poder social, en libertad y madurez afectiva. Había acabado hace dos años el Concilio, todos esperábamos que el Papa moviera ficha. Había empezado la inmensa lista de peticiones de abandono de los ministerios por el tema del celibato, miles y miles. Todos esperábamos, digo, que el Papa moviera ficha. Recuerdo que estaba en Roma, con la ingenuidad de aquellos que creíamos en una iglesia en marcha imparable.

Pero el Papa tuvo miedo, un miedo inmenso. Tenía el Concilio en sus manos, pudo haber cambiado la firma de vida del clero, la misma vida de la Iglesia, pero decidió al fin que todo siguiera igual en el clero. Concedió dispensas y dispensas, pero quedó triste. No tuvo ánimos para abrir nuevos caminos, formas distintas de ministerios, sin suprimir del todo el celibato, pero trazando otras vías… El problema se enquistó, y aumento, y aumentó en los años posteriores… Fue una tristeza, de manera que lo que no hizo él se tendrá que hacer cincuenta años después, pero ya peor, a la defensiva.

Humanae Vitae (De la vida humana, 1968), miedo al amor de la vida. Es una encíclica espléndida sobre el sentido y despliegue de la realidad humana, en el plano biológico, psicológico y espiritual. Pues bien, su influjo ha quedado determinado (¿dañado?) por un tema que en el conjunto de la encíclica parece secundario, pero que ha sido determinante hasta hoy (2013): La prohibición de los métodos artificiales para evitar el embarazo (anticonceptivos). Esa decisión la tomó el mismo papa, quizá por miedo, después que una parte considerable de los expertos se pronunciara en sentido contrario o pensara que era mejor dejar el tema abierto.

A la vista de las consecuencias del tema (y viendo que una mayoría de católicos no cumple la norma papal), muchos opinan que el tema no estaba aún maduro para tomar una decisión distinta. Pero aquel gran Papa miedoso que fue Pablo VI pudo y debió haberla tomado. Seguimos sufriendo todavía las consecuencias de su decisión negativa. Una inmensa mayoría de la iglesia se ha desenganchado en este campo de la doctrina del Papa.

Inter Insigniores (Prohibición de la ordenación ministerial de las mujeres, 1976). Era el momento adecuado. Así lo confiesa el mismo texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un texto preparado por el mismo Papa, el 15 de octubre de 1976, fiesta de Santa Teresa de Jesús…, una mujer «ordenada». Era el momento, y lo confiesa el mismo texto, citando las palabras de Juan XXIII (Pacem in terris, 1963), cuando dice que las mujeres entran y deben entrar en la vida pública (en especial entre los cristianos). Todos esperábamos un paso en adelante. Pero Pablo VI tuvo otra vez miedo, cerró las puertas… y así dejó el tema empantanado y envenenado hasta el día de hoy. Entonces lo podía haber hecho, haber abierto una puerta, haber trazado un camino. Muchos pensamos que quiso hacerlo, pero tuvo miedo. Vino por aquellos días K. Rahner a Salamanca y nos contó la verdad del tema. Fue una pena que Pablo VI no hubiera sido Juan XXIII.

 

 

 

 

Conclusión

Entre los grandes valores y los miedos de Pablo VI (celibato, mujeres, anticonceptivos…) han terminado casi dominando los miedos, en temas que siguen pendientes. A pesar de ello fue un inmenso Papa, que había tomado y guiado el Concilio por los cuernos. Me daba pena cuando le vi de cerca y le guiñé con el ojo izquierdo. Ahora me siento contento por él.

No hacía falta que la hicieran, pero el hecho de que le rodearan en el tiempo Juan XXIII (con galones propios) y Juan Pablo II (¿qué hacemos con Juan Pablo I?)… ha sido motivo suficiente para canonizarle.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

Lo más leído