"Somos una fraternidad y alguna responsabilidad nos cabe a todos"

Eugenio A. Rodríguez: «Pido perdón por este pecado nuestro, de sacerdotes»

"Estamos dispuestos a pagar, a escuchar, a pedir perdón, a colaborar en la justicia que exigen las víctimas"

Eugenio A. Rodríguez: "Pido perdón por este pecado nuestro, de sacerdotes"
Cura rezando el rosario

La belleza del sacerdocio hace más dramático aún el hecho de que a veces ese prestigio colectivo se haya manchado de manera tan perversa

(Eugenio A. Rodríguez Martín*).- En estos años nos hemos ido haciendo conscientes de uno de los más tristes y vergonzosos actos realizados por sacerdotes: abusos de niños. Es repugnante a la conciencia. El dolor de las víctimas es inmenso. Su sufrimiento ha sido mayor aún cuando en su entorno eran recibidos no con compasión sino con burlas y hasta con escepticismo o acusaciones. Si mirábamos para otro lado les dolía más aún.

El tan injustamente denostado Benedicto XVI dio un paso mucho más vigoroso en este sentido que Juan Pablo II. Fue más firme en combatir eso de que los «trapos sucios se lavan en casa». Exigió claridad, condenas civiles y canónicas. Francisco ha pedido perdón a las víctimas y yo también quiero pedir perdón.

El avance histórico hace que los alemanes se sientan responsables en alguna medida del nazismo pasado, los europeos nos sentimos responsables del colonialismo pasado, los varones nos sentimos responsables del machismo pasado. Esto no responde a extraños complejos de culpabilidad sino al crecimiento de la conciencia moral respecto de los actos colectivos. Todos somos solidarios. Nos debe importar todo.

Quiero pedir perdón por este pecado nuestro; este pecado de sacerdotes. Somos una fraternidad y alguna responsabilidad nos cabe a todos. Algo de cada uno de nosotros se ha manchado en este drama. Y estamos dispuestos a pagar, a escuchar, a pedir perdón, a colaborar en la justicia que exigen las víctimas. Estamos dispuestos a ser testigos de un amor servicial y entregado que nunca instrumentalice a los demás. Queremos ser entrañables mensajeros de la misericordia.

La lista de curas que supieron y saben amar a la infancia es inmensa. Recuerdo la propaganda que se repartía cuando yo era niño en el Seminario: ¿Dónde serviré yo más y mejor? Hay curas servidores de la infancia por el mundo entero. Hoy recordamos el DOMUND, los misioneros. El amor a la infancia ahí resulta evidente. El amor cercano también. ¡Tantas personas afirman que un sacerdote ha sido de las personas más importantes de su vida!

Esta belleza del sacerdocio hace más dramático aún el hecho de que a veces ese prestigio colectivo se haya manchado de manera tan perversa. Igual que nos parecen terribles los abusos en el corazón de la familia porque instrumentalizan el calor familiar en favor de un desatino, es terrible que el «revestimiento» del valor de lo sagrado se utilice para semejantes perversiones.

Deseo seriamente que no suene a disculpa una toma de conciencia de que la culpa más que «mea» es «nostra». El avance de la sociedad en esto es -me parece- un signo de los tiempos. Creo que no restamos responsabilidad al fumador cuando tenemos en cuenta hechos como que el trabajador en paro fuma más. Ni estamos mirando para otro lado cuando hacemos campañas de vida saludable.

No aplaudimos al terrorista cuando acusamos un sistema educativo que miente cuando hace creer a los miembros de una comunidad autónoma que son poco menos que una raza superior o al menos unos agraviados históricos. En el caso hasta del terrorista estamos ampliando el foco y queriendo analizar las causas de esos actos dramáticos. Y no pedimos que no vaya a la cárcel, o que no pida perdón. Intentamos entender las circunstancias que crean un «caldo de cultivo» en que realiza esos actos. Verdad es el caldo de cultivo y verdad es su decisión personal, las dos cosas.

Esta compasión para con el culpable la extendió Jesús cuando dijo: «Perdónalos que no saben lo que hacen», aunque ya algo de esto estaba de alguna manera en Sócrates.

No, amigos, no: Conculpar no es disculpar. La conciencia colectiva debe llevarnos a sentirnos todos responsables de todos. A las víctimas no les hará daño sino bien. Conculpar no es extender la culpa para disculparnos repartiéndola. Conculpar es sentirnos responsables.

Una mirada amplia es imprescindible. No podemos acusar sin más de asesinos a los trabajadores de las fábricas de armas ni podemos decir que no pasa nada cuando otros hijos caigan víctimas de esas armas; hoy es necesario que en la bahía de Cádiz, por ejemplo, se planteen cómo vivir del trabajo sin vender armas que maten a otros. Hoy es necesario acabar con el hambre, con la indiferencia, con tantas cosas «grandes» y también con otras cosas «pequeñas».

Hoy, en detalles muy pequeños y concretos vemos más limpios algunos paseos públicos porque nos hemos ayudado unos a otros a no tirar colillas o papeles. Hoy hay comunidades autónomas enteras planteando como consumir menos plástico o bebidas azucaradas. Hoy necesitamos que en los colegios no haya acosadores, ni acosados, ni niños que miran para otro lado.

A lo largo de la historia, tanto desde la derecha como desde la izquierda, se ha combatido que la vivienda fuera tan estrecha e inhóspita que adultos acabaran abusando de esas niñas que la misería ponía demasiado cerca. Y debemos seguir el combate. Trabajar por unas estructuras justas no disculpa de los actos injustos de los individuos sino que es la mejor manera de ayudarles y ayudarnos. Un ambiente es un ambiente y un ambiente irrespirable es un ambiente irrespirable: no se arregla soplando.

Pido perdón. Pedimos perdón. Mea culpa, nostra culpa. Pero no intentamos simplemente aplacar ánimos justamente dolidos. «Por nostra culpa» nos planteamos salir del laberinto, romper la espiral de la violencia.

Ahora más que nunca, hasta este momento de la historia de la humanidad, somos conscientes de que somos una sola familia. Ahora somos conscientes de que cada pequeña explotación es la antesala de una gran explotación. El porno es la antesala de la prostitución, el salario indigno (aunque sea legal y mínimo) es antesala de violencias mayores, el asistencialismo es antesala de rabia y odio, la pobreza energética es antesala de enfermedades.

Francisco distingue atinadamente entre corrupción y pecado. Una cosa es el pecado por lo cual pedimos perdón y podemos renacer, y otra cosa es la corrupción en la cual barnizamos el pecado y seguimos tan tranquilos mientras escandalizamos.

Pedimos perdón y lo hacemos limpiamente. Queremos caminar a una sociedad nueva. Somos una familia. Hay que cortar drásticamente con toda explotación del hombre por el hombre.

*Doctor en Teologia y párroco de san Marcos, Las Palmas GC

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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