Josep Miquel Bausset

La Vida Consagrada que ama y sirve

"Seducidos, hemos de vivir y transmitir este amor que hemos recibido de Él"

La Vida Consagrada que ama y sirve
Josep Miquel Bausset

Las personas consagradas hemos de vivir nuestro carisma con fidelidad, sin rebajas, ya que si rebajamos nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con nuestros hermanos, no atraeremos a nadie. Hemos de construir día a día, una vida fraterna auténtica

(Josep Miquel Bausset osb).- Como cada 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, la Iglesia nos invita a celebrar el día de la Vida Consagrada, en primer lugar para agradecer a Dios este carisma eclesial y a la vez, para orar por los hombres y por las mujeres que, por medio de los consejos evangélicos, queremos seguir a Jesús y ayudar a construir su Reino.

Este año esta jornada tiene como lema: «La Vida Consagrada, presencia del amor de Dios», ya que los consagrados y las consagradas acogemos y compartimos como un don, juntamente con todos los hombres, el amor que el Dios Abba derrama sobre nosotros.

Cada persona consagrada, como han dicho los obispos, «con su vida y su testimonio, nos anuncia que Dios Padre es un Dios que ama entrañablemente», y por eso nosotros hemos de vivir y transmitir este amor que hemos recibido de él. El Padrenuestro que nos enseñó Jesús, «expresa la relación que Dios tiene con cada uno de nosotros, sus hijos y sus consagrados».

En el dossier que la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ha dado a conocer con motivo de esta jornada, se nos recuerda que «el consagrado vive unido a Cristo su relación filial con Dios Padre». Y es por eso que de la paternidad de Dios, como fuente de nuestra filiación, nace nuestra fraternidad, por la cual nos reconocemos hermanos los unos de los otros e hijos de un mismo padre.

El consagrado «desea que su experiencia de amor pueda ser compartida por todos», en una comunión fraterna. Por eso el consagrado, seducido por el amor de Dios, «anhela y desea cada día crecer en el bien». Y cuando la noche o el desierto envuelven nuestra vida, la persona consagrada descubre que «el silencio de Dios es también expresión de un amor paterno».

El consagrado, unido a todos los hombres y a todas las mujeres, enraizado en las Bienaventuranzas y solidario con el sufrimiento y con la fragilidad de su prójimo, desde la compasión y la humildad, no condena ni «reprocha el desorden de sus hermanos, sino que los ayuda a que den más fruto».

Así mismo, los consagrados y las consagradas hemos de ser humildes para reconocer nuestros errores y enmendar todo aquello que desfigura en nosotros el rostro de Dios.

Esta jornada de la Vida Consagrada nos ha de ayudar a reencontrar y a reavivar el primer amor, la llamada que sentimos y que acogimos llenos de alegría, para seguir a Jesús.

Se trata de vivir y de ser felices siguiendo al Señor y sirviendo al Evangelio y nuestros hermanos. La vida de los consagrados ha de tener muy en cuenta (y ha de ayudar a hacer posible en el seno de la Iglesia) la interculturalidad, la inculturación y la misión.

Los consagrados y las consagradas hemos de ser personas amables y afables, creyentes y creíbles, alejados de la rigidez y del rigorismo, comprensivos con las debilidades de los hermanos y compasivos los unos con los otros, para así hacer nuestro, el dolor y el sufrimiento del mundo.

Se trata de vivir atentos, con disponibilidad y solicitud, a aquello que Dios nos pide en cada momento, mirando el pasado con gratitud, enraizados en el presente y esperanzados por el futuro. A pesar de la caídas, de los errores y de las miserias personales o comunitarias

Las personas consagradas hemos de vivir nuestro carisma con fidelidad, sin rebajas, ya que si rebajamos nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con nuestros hermanos, no atraeremos a nadie. Hemos de construir cada día más, una vida fraterna auténtica, sin caer en la mundanidad, abiertos a la cultura y al diálogo con los no creyentes, sin exclusiones y sin encerrarnos en nosotros mismos.

En la Iglesia hemos de ser hombres y mujeres de oración, en la paciencia y en la pobreza, como nos ha pedido el papa y entregados de una manera total a la causa del Reino.

Hemos de ser también generosos, sin reservarnos para nosotros nada de nada y de esta manera poder vivir con alegría y con entusiasmo nuestra vocación y nuestra entrega en el servicio a los pobres, a los desesperados de la vida y a los que no encuentran consuelo.

Hemos de ser la voz de los que no tienen voz para defender a los oprimidos y a todos aquellos que nuestra sociedad rechaza o trata con desprecio. Hemos de ser, como dice el lema de esta jornada, «presencia del amor de Dios» en medio de nuestra sociedad, de un Dios que ama con entrañas de misericordia.

Solo así, la Vida Consagrada podrá mirar el futuro con esperanza y a la vez, con humildad, para vivir el presente, como decía el papa Juan XXIII, «amando y sirviendo».

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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