Evaristo Villar

Sobre el relator

"Muchas personas habíamos respirado hondo cuando el Gobierno de Sánchez cambió la rígida aplicación del código por la mesa del encuentro"

Sobre el relator
Evaristo Villar

Ni Abrahán ni el dios Yahvé hubieran necesita un tercero para seguir dialogando. Ambos tenían memoria suficiente para retener lo que iban negociando

(Evaristo Villar).- La cosa viene de lejos, de muy lejos. Lo cuenta el primer libro de la Biblia, el Génesis, en el capítulo 18. Resulta que Yahvé, invicto dios de los hebreos, había decidido destruir Sodoma y Gomorra por su gravísima perversión.

Y, antes de llegar a tal monstruosidad, recapacita y se dice a sí mismo: pero ¿cómo voy a ocultarle esto a Abraham, mi socio, por el que quiero bendecir a todos los pueblos y por quien van a ser instruidos en la justicia y el derecho?… Y, sin más, bajó del cielo y le contó sus propósitos a Abraham, un líder de origen caldeo.

Entonces Abrahán, movido por la confianza que tenía con el dios Yahvé, se dirige a él, los ojos modestamente entornados: ¿pero cómo se te ocurre hacer tal locura? ¿Vas a destruir al inocente con el culpable? Suponte que hay en la ciudad cincuenta inocentes, ¿los destruirás?

Los malos humos del invicto Yahvé se fueron aplacando con el razonamiento de su amigo y, abriendo generosamente las manos, dijo: si hay en la ciudad cincuenta inocentes, perdono a toda la ciudad.

Me he atrevido a hablar, replicó Abrahán, y no soy más que polvo y ceniza. Supongamos que faltan cincuenta inocentes, ¿destruirás por cinco a toda la ciudad?

No hombre, no, dijo el dios Yahvé sonriendo y abriendo ostensiblemente los brazos. No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco inocentes.

Santo dios, dijo Abraham, ¿y si solo hubiere cuarenta?… Pues mira, dice más aplacado el dios Yahvé, en atención a los cuarenta, no lo haré.

No se me enoje mi Señor, insistió Abrahán, suponte que solo hay treinta…. Me lo estás poniendo muy difícil, valeroso hebreo, pero te prometo que no lo haré si encuentro treinta inocentes.

Arrastrando el vientre por tierra insistió una vez más Abrahán: supongamos que hay solo veinte… Una confortable sonrisa cruzó de oreja a oreja el rostro del dios Yahvé y acabó diciendo: No lo haré en atención a los veinte.

No se me enfade mi Señor si hablo una vez más, balbució muy quedo el intrépido Abrahán: supongamos que se encuentran allí solo diez inocentes… Y, pegando la oreja contra el suelo, se quedó como una lapa, temiendo una respuesta airada del dios Yahvé… Pues en atención a los diez… se hizo un prolongado silencio… en atención a los diez, no destruiré la ciudad.

Pero en esta última repuesta Abrahán comprendió que el dios Yahvé sabía perfectamente que, por más que siguiera «zalameando», no iba a encontrar justos suficientes para parar la amenaza divina… Y dice el texto que «cuando terminó de hablar con Abrahán, el dios Yahvé se marchó al cielo (se supone) y Abrahán se volvió a su casa muy pensativo». Al poco tiempo llegó la destrucción…

Pegando un salto casi olímpico me pregunto ¿qué está pasando con el diálogo político sobre el «procés» emprendido por el Gobierno con la Generalitat de Cataluña? ¿Se ha achicado tanto el espacio de confianza mutua para necesitar la ayuda de un relator, mediador, notario o como quiera llamarse? ¿Se necesita, en realidad, un tercero para seguir hablando, cuando apenas estamos en los comienzos? ¿Qué puede enseñarnos el interminable zalameo del intrépido Abrahán con el invicto dios de los hebreos?

Muchas personas habíamos respirado hondo cuando el Gobierno de Sánchez cambió la rígida aplicación del código por la mesa del encuentro y del consenso. La solución de todo conflicto exige siempre tiempo, confianza y voluntad para flexibilizar las posturas extremas. Y mirábamos con simpatía ese gesto de darse la mano y hablar sin prisas buscando salidas en un bosque tan enmarañado y espeso. Ya no es el momento, pensábamos, para volver a trazar líneas rojas y levantar muros de intolerancia, sino para buscar juntos alguna ruta de salida.

Porque la sociedad está ya cansada, no está para más frivolidades. Hay otros muchos problemas, pegados a la misma existencia, que reclaman urgente consideración… Y nos parecía ilusionante la insistencia en el diálogo porque veíamos en él un signo de confianza y de promesa de solución. ¡Lástima que este ensayo haya puesto tan de los nervios a los siempre exaltados guardianes de las viejas esencias patrias!

Ni Abrahán ni el dios Yahvé hubieran necesita un tercero para seguir dialogando. Ambos tenían memoria suficiente para retener lo que iban negociando. Ambos se tenían confianza suficiente para decirse a la cara los intereses que defendía cada uno. Entre ambos estaban dispuestos a romper con la esclavitud de la historia y abordar conjuntamente los problemas de la vida. En el fondo, les unía la amistad. Y no estaban dispuestos a seguir poniendo la amistad como precio de volátiles intereses.

Antes de poner por escrito la última pregunta, es de justicia reconocer que el problema no se lo crearon ni Abrahán ni el dios Yahvé, el problema ya venía de antes. Entonces ¿habrá que responsabilizar a Abrahán del desastroso final de Sodoma y Gomorra?

Porque, se me ocurre, y si hubiera seguido rebajando las exigencias hasta llegar a cero -se quedó en diez inocentes- qué hubiera podido hacer el dios Yahvé?

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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