Emmanuel Schmitt, Francisco Umbral, Juana Castro

La felicidad de existir: autores frente a la muerte de los niños

Repasamos sus posturas ante la enfermedad y la pérdida de un menor querido

La felicidad de existir: autores frente a la muerte de los niños
Oscar o la felicidad de existir

'Óscar o la felicidad de existir', se pregunta desde una óptica cristiana qué pasa con la vida y el amor ante la crueldad de que la muerte aparezca en la infancia

(Lucía López Alonso). – ‘Óscar o la felicidad de existir‘ va a continuar en cartelera, en la Sala Arapiles 16, hasta el 21 de abril gracias a Ignacio Amestoy y la Universidad Internacional de La Rioja. Tras el éxito cosechado en su anterior temporada, son muchos los que siguen acercándose a conocer este espectáculo de Juan Carlos Pérez de la Fuente, que ha llevado al teatro madrileño el célebre texto de Éric-Emmanuel Schmitt, ‘Oscar et la dame rose’. ¿Cuál es el atractivo de esta historia, escrita en 2002 y trasladada además a la gran pantalla (Cartas a Dios, 2009)?

Con diez años, Óscar vive en un hospital oncológico porque tiene cáncer. Un día, se entera de que el Doctor Düsseldorf ha avisado a sus padres de que no se puede hacer más por frenar la enfermedad de su hijo. Se da cuenta, sin que nadie se atreva a explicárselo, de que se ha convertido en un «mal enfermo que no les deja creer que la medicina es la bomba», porque se va a morir. Y entonces Mami Rosa, la voluntaria que le visita prácticamente a diario y que, para animarle, incluso se hace pasar por ex campeona de lucha libre, le dice que sí. Que parece que se muere, pero que «la idea de morir no tiene por qué doler».

Óscar se queja delante de ella de que «hablas de morir en un hospital, y todos se vuelven sordos», y en respuesta Mami Rosa le propone escribir cartas a Dios, para sentirse menos solo durante el proceso. «¿En compañía de alguien que no existe?», duda el niño. Pero, al final, esas cartas y Mami Rosa le enseñarán muchas cosas. Primero, que la imaginación puede lograr que todo exista. Y segundo, que el odio es una pérdida de tiempo: «Odiar a tus padres: un hueso difícil de roer… y cuando termines con él, verás que no valía la pena», dice la voluntaria.

Este texto en el que Óscar y Mami Rosa aprenden el uno del otro es la tercera parte de la investigación que el filósofo, novelista y dramaturgo franco-belga realizó sobre la infancia y su vínculo con la trascendencia y lo espiritual, a través de la llamada ‘Trilogía de lo invisible’. El primer texto, ‘Milarepa’ (1997), analiza esta relación en el budismo. El segundo, ‘El Señor Ibrahim y las flores del Corán’  (1999, también llevado al cine), busca respuestas en el sufismo. Y el tercero, ‘Óscar o la felicidad de existir’, se pregunta desde una óptica cristiana qué pasa con la vida y el amor ante la crueldad de que la muerte aparezca en la infancia.

Emmanuel Schmitt se familiarizó con los internos de diferentes hospitales pediátricos en su niñez, acompañando a su padre, que era fisioterapeuta, a prestar apoyo a pacientes terminales. Así descubrió cómo el humor, muchas veces, aflora como arma contra el sufrimiento en la actitud de los propios enfermos. Porque «el niño es el héroe filosófico por excelencia». Schmitt además pasó, como Óscar, por una enfermedad mortal, pero por suerte salió de ella. Y quiso, creando esta obra, darle a los enfermos y sus seres queridos una esperanza. «¿Dios o lo mejor del hombre? Que cada uno decida…», escribió en los comentarios a la presentación teatral oficial de ‘Oscar et la dame rose’.

De la dama rosa a Mortal y rosa

Schmitt no ha sido el único autor que ha publicado una reflexión así. De hecho, en la literatura española ha quedado la (también reciente) huella poética y a la vez espeluznante del dolor de Francisco Umbral viviendo la enfermedad de su hijo, y asumiendo su pérdida. ‘Mortal y rosa’, que salió a la luz en 1975, es una especie de autoficción del famoso escritor, que mezcla géneros, recuerdos y grandes preguntas mientras describe que su hijo Pincho, enfermo de leucemia, ha fallecido con tan sólo cinco años.

Sin embargo, como en ‘Óscar o la felicidad de existir’, la novela de Umbral pasea unas veces por los peores espacios de la pena, y otras por una conmovedora celebración de la existencia y un homenaje a la niñez. Recoge, maximizando los detalles, cada momento compartido con su hijo, y aprende de la manera que tienen los niños de relacionarse con el tiempo presente.

«Ir con él por la calle, por el campo (···) nos da la medida de nuestro exilio, porque él sí pertenece a los cielos viajeros, a la luz del día, al estallido de la hora, y nosotros ya no. Nosotros nos hemos distanciado con el pensamiento, la reflexión, la impaciencia y el orden. El niño, que no tiene programas, se incorpora inmediatamente al clima, entra a formar parte de la meteorología, es natural en la naturaleza», escribe F. Umbral.

Éste es otro campo de convergencia entre el ejemplo de Óscar y el de Pincho: que los niños, incluso los que se ven obligados a afrontar la muerte, enseñan a los adultos grandes lecciones. La de vivir sin miedo, sin queja y sin tanta organización. La de cobijarse en los pequeños detalles de la cotidianeidad. La de la sonrisa, y la de la gratitud.

«Soy el único cadáver que ha escrito un libro en la Historia de todos los tiempos», publica Umbral después de la experiencia de la muerte de su hijo. Confesando que para él también todo ha terminado: «el mundo ha perdido, con su atentado contra ti, su última oportunidad de tener sentido y derecho a las estrellas de cada noche». Así manifiesta que la muerte más injusta le ha llevado a no encontrar sentido a nada; casi al nihilismo. Al contrario que Mami Rosa, que tras la muerte de Óscar, encuentra consuelo y aumenta su fe y su humanidad.

Sin embargo, también desde esa actitud de negación total del mundo, Umbral acaba acercándose a algo espiritual para entender su vida después del fin de la de su hijo.

«De modo que me crece la pirámide en el alma, el espacio sagrado, la cripta donde te llevo, entre dos costillas, entre el epigastrio y el sentimiento, y me veo en los espejos de los grandes almacenes, y sólo hay una imagen en un espejo porque vives en el útero que me ha nacido para ti».

El calmante parece ser la voluntad de recordar. Para aceptar la muerte -las culturas occidentales lo supieron mucho antes- hay que dejarle sitio recordando y agradeciendo. Integrando el dolor, como dice Schmitt.

Un duelo femenino y rural

Mientras en el 75 Umbral publicaba esa elegía diferente, en la que como padre hablaba del «útero que me ha nacido para ti», en el 79 la poeta cordobesa Juana Castro perdía a José Miguel, su pequeño hijo. Castro, que había aprendido a leer en un colegio religioso de la comarca de Los Pedroches, publicó en su primer libro el lamento por la enfermedad del niño y, desde entonces, ese recuerdo de sus últimos días de vida ha habitado en todos sus poemarios, décadas y décadas después. Las noches en vela al lado de su cama. El miedo, cuando el niño duerme, a confundir si está vivo, como se espera, o si ya la muerte ha hecho aparición. Escribe en Fisterra (1992):

«Encontrarte, y volver, y hallar la curva / del espacio imposible. La luz / en el espejo de la noche, no me des / la muerte con tus brazos».

Y tal vez a esa madre le ayudó su contexto. La cama de un hogar rural en lugar de la sordidez de la habitación de un hospital, para afirmar, por encima del dolor, la felicidad de que su niño haya existido.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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