Antonio Aradillas

Obispos culpables (por acción u omisión)

"Imprescindible desvelar los nombres y apellidos de los obispos en cuyos "pontificados" se registraran los casos de abusos clericales"

Obispos culpables (por acción u omisión)
Antonio Aradillas

Es de esperar que los convocados a tan riguroso examen de conciencia "sinodal" en el Vaticano, a ninguno de ellos se les pueda aplicar aquello del "médice cura te ipsum", que en tantas y similares ocasiones ha acontecido, y acontece

(Antonio Aradillas).- En el pueblo en cuya parroquia «coadjutoreaba», le llamaban «Don Boni» La trayectoria seguida hasta haber alcanzado tal nombramiento -el más humilde en la escala pastoral de las oposiciones canónicas de las «parroquias en propiedad»- se conservó siempre en secreto casi sacramental.

Se decía que había pertenecido a una orden o congregación religiosa, que había sido nada menos que profesor de Fidel Castro en el colegio de La Habana, que después había recorrido otros centros de enseñanza del norte de España, hasta que, por fin, había sido recibido por el obispo en cuya jurisdicción eclesiástica se encontraba entonces…

Se runruneaban más cosas, pero el hecho fue que, mientras llegaba su familia al pueblo, en el «colegio de niñas internas de pago», el señor cura párroco le facilitó a «Don Boni» la posibilidad de vivir en una de sus celdas- apartamentos del mismo…

¿Pero es posible que los superiores de la orden-congregación religiosa no le informaran al obispo de la diócesis acerca de la actuación personal del «regalo» del nuevo coadjutor? ¿En qué cabeza cabe que, a su vez, el prelado, no le informara al párroco, que fue quien le facilitó la estancia habitual, aunque el centro en cuestión estuviera colocado bajo la protección del «Santo Ángel de la Guarda?

Por supuesto que estos silencios, tan cómplices como «religiosos», y «en evitación de escándalos» farisaicos, haciendo vivir al párroco, al obispo, a las monjas y al pueblo «en el mejor de los mundos», causaron, y siguen causándole a la Iglesia y a sus feligreses, innombrables situaciones de desprestigio y escádalo, por ser esencialmente contrarias a la moral y contradictorias con la misión y el ejemplo pastorales que se les debiera haber exigido entonces y ahora.

En las sucesivas ediciones de «El Caso» (de curas, obispos y monjas), al que hice referencia en anterior ocasión, siguen apareciendo informaciones nuevas, que las superan en indecencia, en asco y en repugnancia.

Las Tablas de Moisés, con sus mandamientos en ellas esculpidos, los códigos – el relato de Hammurabi que proclama a Marduk como dios supremo «para asegurar el bienestar de la gente», los códigos napoleónicos y, por supuesto, los más elementales catecismos y epítomes de la moral cristiana, no se ahorran referencias explícitas a condenas y graves castigos «en esta vida y en la otra» a quienes cometieron los pecados y delitos cuya sola mención causa rubor y vergüenza a propios y a extraños.

La Iglesia oficial, bajo la férula e inspiración del papa Francisco, convoca en Roma a representantes del episcopado, con el fin de que, estudiado en profundidad y con todas sus consecuencias tamaño problema, el compromiso de la renovación- reforma de la Iglesia se lleve a cabo con el evangelio en la mano.

Es de esperar que los convocados a tan riguroso examen de conciencia «sinodal» en el Vaticano, a ninguno de ellos se les pueda aplicar aquello del «médice cura te ipsum», que en tantas y similares ocasiones ha acontecido, y acontece, entre los «médicos» eclesiales, con eminente -«eminentísima»- mención hasta cardenalicia.

Pero que quede bien claro de una «santa» vez, que no todo se arregla con la petición de perdón, por muy alta, solemne y jerárquicamente que tal petición sea proclamada. Se hace imprescindible, además de la denuncia y reparación de las víctimas y familiares, entre otras cosas, al menos desvelar los nombres y los apellidos de aquellos obispos en cuyos «pontificados» se registraran los casos de abusos clericales aquí sugeridos, aun cuando tales obispos fueran después trasladados – algunos de ellos ascendidos o «premiados»- a sedes arzobispales o cardenalicias.

Desde el pleno convencimiento de que el episcopado en general precisa de una buena y profunda reforma, sonó ya la hora de que, comenzando por los procedimientos al uso de sus nombramientos, estos se examinen con humildad y sinceridad, a la luz de los evangelios, dejando al lado cualquier politiquería y compromiso del signo que sean, dado que raramente se registra en cualquier otro colectivo – profesión o ministerio- aún de orden civil, un índice de calidad tan humildoso e inferior, al que caracteriza al del orden episcopal vigente y practicado hoy en España. De este, por otra parte, hay que subrayar que es objeto y sujeto de tantas vanidades humanas y sobre-humanas, con indebida e impropia adjudicación e intervención al mismísimo Espíritu Santo.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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