Mientras las palabras y los perdones sin más consecuencias sigan prevaleciendo sobre los hechos, los muros seguirán siendo insalvables y los puentes de Bergoglio no serán más que un sueño
(Juan Cuatrecasas).- El Papa Francisco dijo hace poco que con respecto a las víctimas de abusos y agresiones sexuales en la iglesia había llegado la hora de crear puentes y abandonar los muros.
Esta mañana en mi llegada a la Piazza San Pietro, tuve que rodear buena parte de la muralla vaticana hasta alcanzar el objetivo. Las murallas se me antojaban simbólicas en mi lento caminar, alzadas e inalcanzables, como una rotunda separación entre mi y la iglesia.
Icono de una distancia de momento irremediable entre la mayor parte de las víctimas y la jerarquía eclesiástica, lejanía no solo espacial sino también espiritual. Allí dentro, lugar donde entre otros el artista napolitano Gian Lorenzo Bernini sentó cátedra, el espacio de pronto se me antojó estrecho, pequeño, sin la apasionante espectacularidad de mi primera visita años atrás.
Sensación propia, como si de pronto la gran plaza fuera una maqueta para mis ojos. No sé si es cosa de la sugestión, de comparecer esta vez por una causa mayor, por una cuestión de mayúscula gravedad, con la sombra de mi hijo y del resto de las víctimas que forman parte de nuestra recién creada asociación Infancia Robada, cargada a mis espaldas. El turismo quedó atrás, perdido en la memoria.
Volviendo a Bernini leí en el pasado una de sus declaraciones sobre sus proyectos de artista con respecto a la basílica De San Pedro, «siendo la iglesia de San Pedro, la matriz de todas las otras, debía tener un pórtico que demostrase materialmente como recibir con los brazos abiertos a los católicos, a fin de confirmarse en su fe, a los herejes, para reunirlos con la iglesia, a los infieles, para iluminarlos en la verdadera fe.»
Peculiares palabras, recibir con los brazos abiertos, reunirlos en la Iglesia e iluminarlos en la verdadera fe. Católicos, herejes e infieles.
De los tres conceptos solo queda en el presente vigente el primero de ellos. Los otros desaparecieron de la liturgia de una sociedad actualizada y basada más en el orden civil que en el religioso. Con los Estados sociales y democráticos de Derecho como timón de guía, con los poderes públicos dirigiendo la escena. La iglesia por detrás, el delito y sus consecuencias por delante del pecado y las suyas, transparencia e inmediatez, justicia y reparación.
Para Bernini tal vez el espectáculo que la iglesia oficial lleva dando durante tantos años hubiera trastocado el concepto de identidades, quien es católico, quien hereje y quien infiel. Y es que el catolicismo del siglo XXI necesita puentes, tal y como reclamaba Francisco hace pocas fechas, abrir los brazos y dar consuelo, reunirlos e iluminarlos pero sobre todo denunciar con urgencia a sus sacerdotes pederastas, excluirlos de la iglesia y reparar y acompañar a sus víctimas.
Mientras las palabras y los perdones sin más consecuencias sigan prevaleciendo sobre los hechos, los seguimientos y el control, la abierta sinceridad y los reformados protocolos de actuación, libres, imparciales y transparentes, los muros seguirán siendo insalvables y los puentes de Bergoglio no serán más que un sueño.
Excepticismo y recelo. No se admiten hoy más esperanzas tras la reunión entre víctimas y cuatro miembros de la organización vaticana de la cumbre que mañana comienza. Volviendo a mi alojamiento retorné al rodeo de los muros vaticanos y tras cruzar la Porta Angelica siguiendo los pasos de una ágil monja iba pensando en una pestaña del gran poeta romántico italiano Giacomo Leopardi, confiad en los que se esfuerzan por ser amados, dudad de los que sólo procuran parecer amables.
Y orgulloso y honrado de haber conocido durante la mañana de hoy, aunque sea brevemente, a una mujer valiente y defensora obcecada de los derechos de la infancia, la activista ecuatoriana Sara Oviedo, me dije : la esperanza es lo ultimo que se pierde. Aunque para algún autor que no recuerdo el infierno consista en esperar sin esperanza.