"Hoy en Roma he mirado a unos ojos y los ojos me han devuelto con creces la mirada"

Tercer día: «Hoy ha sido un día emocionante, reconfortante y una vez más, pleno de humanismo, respeto y dignidad»

"Los delitos sexuales contra menores son delito por encima de pecado y debe la iglesia liderar la lucha"

Tercer día: "Hoy ha sido un día emocionante, reconfortante y una vez más, pleno de humanismo, respeto y dignidad"
Manifestantes en Roma piden el fin de los abusos en la Iglesia

Si un día ha merecido más que otros este viaje al Vaticano, sin duda ha sido hoy, cuando el diálogo empático y lleno de sinergias entre víctimas ha servido de confort, consuelo y también de terapia

(Juan Cuatrecasas, padre de ‘Asier’).- «Con este encuentro, la Iglesia quiere recapitular lo vivido, cayendo en la cuenta de que tiene muchas cosas de las que pedir perdón y, sobre todo, muchas personas a las que mirar a los ojos». Palabras que han llegado a Roma y que expresadas por Monseñor Argüello, secretario general de la Conferencia Episcopal de España, suponen un clásico ya en la habitual liturgia de la jerarquía eclesiástica española.

La novedad atrae la atención y aún el respeto, pero la costumbre lo hace desaparecer pronto; apenas nos dignaríamos a mirar el arco iris si éste permaneciese por mucho tiempo en el horizonte. Y tal como lo dejó escrito el poeta y narrador alemán Berthold Auerbach, así es.

La costumbre empieza a cansar a las víctimas, porque se ha convertido en costumbre el perdón, pedido con poca profundidad, sin sustancia y con inmovilismo, con omisión de socorro y en algunos casos hasta con prolongación a la petulancia. Digo algo y luego hago lo contrario. Perdón es remisión de castigo merecido. Y el castigo merecido es a veces una broma. Un destierro al monasterio, una condena al cuidado de enfermo, un paseo por las nubes. Ni procede esa remisión ni debe cobrar forma.

Los delitos sexuales contra menores son delito por encima de pecado y debe la iglesia liderar la lucha contra la pederastia en sus filas. Hoy he tenido el honor de compartir cerveza y raviolis, durante la comida, con una víctima española presente en Roma. Un superviviente más, alguien que con proceso judicial abierto y en curso, me ha mirado a los ojos mientras compartía conmigo la dureza de un relato, el drama humano por mi de sobra conocido a través de la pederastia que sufrió mi hijo en el colegio Gaztelueta.

 

 

 

 

Su relato lleno de aspectos comunes con el nuestro. Mismo patrón, diferentes personas, mismo drama y dolor, diferentes localizaciones y congregaciones, mismos encubrimientos y trampas, descalificaciones al denunciante y su familia, mismos niños rotos y en proceso de reparación. Las fichas del puzzle mental igual de desordenadas por un depravado y quienes le han encubierto sin rubor o disimulo, y los mismos intentos por sobrevivir.

Mismos instantes de zozobras e incluso de crudos momentos en el alambre, mismas horas de insomnio y lo mejor mismas ganas de luchar como valientes aun teniendo todo en contra. Hoy en Roma he mirado a unos ojos y los ojos me han devuelto con creces la mirada, desde la solidaridad y el afecto compartido, desde el testimonio directo y personal de alguien que fue violentado, maltratado, humillado y abusado, como mi hijo, y que hoy lucha por lograr reconocimiento y reparación, justicia y verdad.

Si un día ha merecido más que otros este viaje al Vaticano, sin duda ha sido hoy, cuando el diálogo empático y lleno de sinergias entre víctimas ha servido de confort, consuelo y también de terapia. Porque ya lo digo, conocer a una víctima de estos delitos y su testimonio contado por ella misma de viva voz ayuda a seguir en la lucha, es una lección de vida que tal vez debieran darse de vez en cuando alguno de esos que siguen creyendo que estos casos son sólo fruto de malos momentos, de la debilidad humana.

Algunos de esos que hablan solo de perdón y no de delito, anteponiendo liturgia a ley, en un ejercicio insustancial de desgraciada ignorancia premeditada. Venda en los ojos y perdón como única respuesta. Los confesionarios no sirven para cerrar el círculo que un maldito día alguien abrió en pleno proceso de formación de la personalidad de estos seres humanos.

El círculo debe cerrarse en continua presencia de buenos profesionales psiquiatras y psicólogos y con el apoyo y cariño de toda la sociedad, incluyendo en ella poderes públicos, ciudadanía y la propia iglesia.

 

 

 

 

Y sin lugar a dudas por encima del confesionario, en una comisaría de policía, en una fiscalía y en un juzgado. A buena confesión, mala penitencia. Y cuanto más grave sea el delito, más necesario es denunciarlo y depurar responsabilidades.

En este mi tercer día romano y vaticano he conocido y puesto cara a otra víctima, y en el intercambio de confianza mutua hemos puesto una piedra más en la construcción de esa torre que ya nadie podrá derribar. Porque esta causa ya no tiene marcha atrás.

Y cuanto antes sea la iglesia consciente de ello y de que con el perdón no basta aunque al pedirlo mires a tu víctima a los ojos, antes tendrá mayor espíritu de misericordia, mayor presente y mejor futuro y también mejores instintos de supervivencia sin necesidad de recurrir a excusas insulsas o consuelos de multitud.

Prefiero mil veces la cercanía de una víctima que el reprimido perdón lanzado al aire sin consistencia. En efecto, hoy he conocido a otro superviviente, otro más de una gran y cálida familia. Y me voy a dormir con el corazón lleno y la conciencia más tranquila que nunca.

Hoy ha sido un día emocionante, reconfortante y una vez más, pleno de humanismo, respeto y dignidad. Y no puedo negarlo, todo eso me gusta.

 

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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