Es una de las tres únicas mujeres que están enterradas en el Vaticano junto a los Papas

Cristina de Suecia, la transgresora reina que se convirtió en un ícono homosexual

Cristina de Suecia, la transgresora reina que se convirtió en un ícono homosexual
Cristina de Suecia fue una transgresora y protagonizó varios escándalos en su vida. EP

Se atrevió a desafiar todas las imposiciones de una corte luterana y estricta. La reina Cristina de Suecia (1626-1689) rompió en el siglo XVII con los tabúes que atenazaban a una sociedad dominada por fuerzas reaccionarias que no dejaban resquicios a la libertad persona.

Tremendamente curiosa, hizo frente a los amores prohibidos, a la moral, las conspiraciones e intrigas y la represión de la Iglesia luterana.

En los diez años de reinado, desde los 18 a los 28, la monarca sueca acabó con la Guerra de los Treinta Años, que enfrentó a católicos y protestantes, y buscó el referente intelectual en el filósofo Descartes.

La biógrafa Veronica Buckley realiza un interesante retrato de esta mujer infeliz y controvertida, a la que no dejaron vivir su amor lésbico con la hermosa condesa Ebba Sparre y que, tras abdicar en su primo Carlos Gustavo, repudió el protestantismo y abrazó el catolicismo.

Cristina de Suecia, que murió en Roma a los 62 años, es una de las tres únicas mujeres que están enterradas en el Vaticano junto a los Papas.

Cristina tuvo una vida inusual, en muchos sentidos. No solo porque heredó el trono a los 6 años, cuando su padre murió en una batalla. También fue una mujer completamente fuera de lo convencional para la Europa del siglo XVII.

«Era inteligente, impulsiva, tenía un sentido de humor picante y le encantaba romper la reglas», contó Buckley al programa de radio The Forum, del Servicio Mundial de la BBC, que dedicó un capítulo a esta transgresora monarca.

Una de las formas en las que rompía las reglas era usando pantalones, una prenda que en esa época solo usaban los hombres.

«Era de mente abierta», explicó el historiador Stefano Fogelberg Rota, otro invitado del programa. «Y era valiente: no tenía miedo de tomar decisiones peligrosas».

Su predilección por la indumentaria masculina es solo uno de los motivos por los cuales Cristina se convirtió, muchos siglos después, en un ícono de la comunidad LGTB.

La ambigüedad sexual la acompañó siempre: incluso cuando nació los médicos tardaron varias horas en determinar si era varón o niña.

«En esa época los reyes estaban desesperados por tener un varón, querían un príncipe», señaló Buckley. Por eso inicialmente anunciaron que era varón. Fue al día siguiente de su alumbramiento cuando la tía de Cristina se atrevió a contarle a su hermano, el rey Gustavo II Adolfo, que era niña.

Si bien su padre la aceptó, su madre siempre quedó decepcionada, cuentan los historiadores.

En todo caso, más allá de su género, Cristina fue criada más como un príncipe que como una princesa: aprendió no solo los textos clásicos e idiomas extranjeros sino también a andar a caballo y a practicar esgrima.

Ya en su juventud empezaron a correr los rumores sobre su vida amorosa.

Se decía que su dama de compañía, la noble sueca Ebba Sparre, no solo era su íntima amiga sino también su amante, algo que se sugiere en varias cartas entre ellas que aún se conservan.

«Lo que daba fuerza a todos estos rumores fue el hecho de que ella no quería casarse», apunta Fogelberg Rota. «Realmente no quería tener hijos y esa fue su decisión más importante».

En su biografía, Buckley describe a Cristina así: «Caminaba como un hombre, se sentaba y cabalgaba como un hombre, y podía comer y maldecir como el soldado más rudo. Su voz era profunda y áspera, y su temperamento caliente: sus sirvientes no eran ajenos a golpes ni contusiones».

La historiadora del arte Therese Sjovoll cuenta que no solo se comportaba como un hombre sino que era tratada como un hombre. «Cristina realmente tenía la seguridad de un rey. A pesar de ser mujer fue criada como un príncipe y fue coronada como rey de Suecia. No reina, rey».

Buckley afirma que «era alguien extremadamente inteligente y muchas personas quedaban impresionadas con ella cuando la conocían».

No solo era astuta sino también muy culta. Leía muchísimo y tenía un enorme apetito intelectual, que incluía la filosofía y la astronomía.

También era una gran amante del arte y fue una importante mecenas. Este fue el legado más importante que le dejó a su país.

«A comienzos del siglo XVII Suecia era un páramo cultural pero el reinado de Cristina trajo una renovación en el mundo de las artes y las ciencias», destaca Sjovoll.

Para cuando Cristina fue coronada –en 1650, cuando se puso fin a la Guerra de los Treinta Años– «Estocolmo ya atraía a algunas de las mentes y talentos más importantes de Europa», asegura la experta.

Algunos llegaban atraídos por la biblioteca personal de Cristina, que se había convertido en una de las más admiradas del continente.

Uno de los que viajó a Suecia fue el famoso filósofo francés René Descartes, a quien Cristina contrató para que la instruyera. Descartes murió en Estocolmo pocos meses después, y algunos atribuyen su fallecimiento a causa de una neumonía al frío que pasó dándole clases a Cristina en su castillo.

Sin embargo, sus pasiones eran tan variadas y ella les dedicaba tanto tiempo y energía que fue perdiendo interés en los asuntos de Estado. Además, gastaba muchísimo dinero de las arcas suecas en sus pasatiempos personales.

«Tenía problemas gobernando. Quería ser una soberana, pero no quería ser una gobernante», resume Buckley.

Pocos años después de su coronación Cristina ya estaba completamente desencantada con su rol como soberana y empezó a planear su escape.

Una vez más, fue completamente en contra de lo que se esperaba de ella y trasgredió las normas sociales.

Se convirtió del luteranismo protestante, la religión oficial de Suecia en ese momento, al catolicismo. Fue una decisión muy controvertida, considerando que acababa de terminar una guerra que desangró a Europa y justamente comenzó como una batalla entre católicos y protestantes.

Incluso el padre de Cristina, el rey Gustavo II Adolfo, había perdido la vida luchando por el protestantismo.

Pero su biógrafa explica que la decisión de convertirse fue más una cuestión estratégica que otra cosa: la rebelde reina/rey –que tenía apenas 23 años cuando fue coronada– quería mudarse a Roma, la cuna de la Iglesia católica, pero también del arte.

En 1654 abdicó, nombrando a su primo Carlos Gustavo como su heredero al trono.

Su viaje a Roma incluyó estadías en varias ciudades europeas católicas, donde fue recibida con grandes festejos.

«Alejandro VII acababa de ser elegido como Papa y quería restaurar la imagen de la Iglesia católica, que quedó dañada después de la guerra. Así que realmente quiso sacar provecho de la conversión de Cristina«, explica Stefano Fogelberg Rota.

Cuando ella llegó a Roma, en diciembre 1655, el Papa le comisionó un espectacular carruaje diseñado por el afamado escultor y arquitecto Lorenzo Bernini.

Sin embargo, fiel a su estilo rebelde, Cristina eligió llegar hasta la ciudad del Vaticano montando un caballo blanco.

Su estadía en Roma comenzó con pura pompa. Incluso se le concedió el uso de un gran palacio, el Palazzo Farnese, y las grandes familias romanas la agasajaron durante meses.

Sin embargo, su primo, el nuevo rey de Suecia, le cortó los fondos y Cristina se fue quedando sin dinero. Sin fortuna, tuvo que limitar su patrocinio de las artes.

A pesar de ello, pudo abrir el primer teatro de ópera público de Roma, llamado el Teatro Tordinona, que por primera vez le dio al público general acceso a obras que hasta ese momento solo podían verse en las casas de los ricos.

Y también participó en la fundación de una academia literaria que sobrevive hasta el día de hoy: La Academia de la Arcadia.

Pero lo que la terminó convirtiendo en persona non grata en algunos círculos sociales fue una relación íntima que tuvo. Esta vez la controversia no se debió a que era una mujer, sino a que era un cardenal: Decio Azzolino.

La relación duró décadas. Cuando murió en 1689, a los 62 años, Cristina le dejó todas sus pertenencias a Azzolino.

Después de haber pasado más de mitad de su vida en Roma, la ciudad la despidió con la misma calidez con que la había recibido: su cuerpo embalsamado fue exhibido al público durante cuatro días y miles de personas se acercaron para rendirle tributo.

Cristina es una de las tres únicas mujeres que están enterradas en las grutas del Vaticano, una necrópolis que se extiende por debajo de la Basílica de San Pedro.

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