La congregación del pastor David Ochar presta apoyo al marginado colectivo LGTBI en Nairobi

La Cosmopolitan Affirming Church, una iglesia para los homosexuales en Kenia

La Cosmopolitan Affirming Church, una iglesia para los homosexuales en Kenia
El coro Affirming Voices en la iglesia del pastor David Ochar. EP

Criminalización de la homosexualidad. David Ochar saluda a sus conocidos en voz baja, como si quisiera no molestar o se hubiese acostumbrado a intentar pasar inadvertido. Su tono de voz sólo se eleva al presentarse ante sus feligreses. Alzando sus manos hacia el cielo predica la palabra de Dios sin dejar de sonreír. Su iglesia, la Cosmopolitan Affirming Church, ofrece apoyo al colectivo LGTBI en Nairobi. No pertenece a ninguna de las organizaciones religiosas oficiales presentes en Kenia pero se define a sí mismo como un «pastor elegido».

Ochar creció en una comunidad enrolada en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, pero pronto se sintió rechazado. «No entiendo por qué una religión o un pastor me criminaliza por mi condición sexual”, lamenta. “Me preguntaba por qué yo era así, rezaba y le pedía a Dios que me ayudara a cambiar», rememora sobre sus años de adolescencia.

En la universidad acudió a un terapeuta que le aconsejó tener relaciones sexuales con mujeres para «corregir» su orientación. Fruto de ello tiene un hijo de ocho años. Pero «la verdad siempre sale a la luz», sostiene.

Ochar dejó de ir a una iglesia que no le representaba. Un día acudió a la Comisión Nacional de Gays y Lesbianas por los Derechos Humanos (NGLHRC) y le ofrecieron un espacio para rezar con sus amigos. Así nació su iglesia en el 2013, a la que acuden hasta 50 personas cada domingo. Se enorgullece de haber creado «una comunidad donde personas de todas preferencias sexuales encuentran un lugar seguro».

«Aquí me siento bienvenido y encuentro esperanza», asegura Brian Raymond. Abandonó su Kampala natal en enero del 2015 por las amenazas de muerte que recibió tras participar en una manifestación a favor del colectivo LGTBI.

En febrero del 2014, el presidente de Uganda, Yoweri Museveni, había firmado la conocida como ley antihomosexual, que condenaba a muerte a las personas homosexuales. Aunque se cambió después por hasta siete años de cárcel, la ola de violencia que desató hacia las minorías sexuales no se ha detenido.

Raymond no ha hablado con su familia desde que huyó de su país. Oculta que es una mujer transexual porque la sociedad en Kenia es «profundamente homófoba». A pesar de ello, se sabe afortunada de haber salido ­adelante en Nairobi, donde trabaja en una empresa de comunicación.

Aunque la homosexualidad está penada con hasta 14 años de cárcel, Kenia reconoce el derecho de asilo a quienes se sientan perseguidos por su orientación o identidad sexual.

Kenia podría haberse convertido en el primer país de África oriental en despenalizar la homosexualidad cuando, el 24 de mayo, un tribunal desestimó la petición de las entidades LGTBI.

Los magistrados argumentaron que «no existen evidencias científicas que demuestren que las personas LGTBI nacen como tales». «Para los jueces legalizar la homosexualidad forma parte de una agenda occidental, pero no hay que olvidar que la norma actual es de la época británica y la homofobia es una herencia del colonialismo», expone Gaitho Waruguru, abogada de la NGLHRC.

Para ella, no se debería poder argumentar que la homosexualidad afecta a los valores cristianos porque «la Constitución reconoce la libertad de culto».

Eliminar la violencia contra las minorías sexuales es ahora la prioridad de la NGLHRC. «En los últimos cuatro años hemos documentado cerca de 2.000 agresiones», afirma Waruguru. La mayoría de casos no son denunciados por miedo.

La violencia es a veces ejercida por la propia familia, que puede organizar «violaciones correctivas» para «evitar la vergüenza de una hija o una hermana lesbiana», expica Ochar.

Las entidades LGTBI en Kenia observan con optimismo cómo otros países, como Angola o Botsuana, han despenalizado la homosexualidad en el último año. Han apelado el fallo del pasado mayo para conseguir lo propio en su país.

Waruguru está convencida de alcanzar su objetivo: «No importa si cuesta cinco años como en Botsuana o 20 como pasó en India, no vamos a parar hasta que lo logremos».

Ochar anhela poder hablar algún día sobre su sexualidad con su hijo sin sentirse «un criminal». Mientras, seguirá ofreciendo su mensaje de fraternidad a todo el que acuda a rezar con él.

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