Víctima del odio a la fe. El papa Francisco ha autorizado, tras una reunión con el cardenal Angelo Becciu, de la Congregación de la Causa de los Santos, la declaración como mártir –y, por lo tanto, la beatificación– de Joan Roig i Diggle, un joven de 19 años de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, amigo del beato Pere Tarrés y alumno de los beatos mártires escolapios Ignacio Casanovas y Francesc Carceller.
Fue asesinado por las juventudes libertarias de Badalona de cinco tiros en el corazón y uno de gracia en la cabeza en la noche del 11 de septiembre de 1936, víspera del Dulce Nombre de María.
Joan Roig Diggle nació en Barcelona el 12 de mayo de 1917. Su padre era Ramón Roig Fuente y su madre era Maud Diggle Puckering. Ambos padres eran barceloneses, aunque con su madre, de familia inglesa, hablaba en inglés.
De niño estudió en los Hermanos de La Salle de la calle Condal. Después estudió bachillerato en los escolapios de la calle Diputación. Tuvo como profesores a los sacerdotes escolapios Ignacio Casanovas y Francesc Carceller, que serían mártires y beatos.
La familia Roig Diggle se empobreció y se trasladó al Masnou. Joan ayudaba a la familia trabajando como dependiente en un almacén de tejidos y luego en una fábrica en Barcelona, aunque sin dejar de estudiar.
Al llegar a Masnou, ingresó en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña (FJCC), creada en 1932 por mosén Albert Bonet y que llegó a contar con 8.000 muchachos antes de la guerra.
Joan Meseguer, presidente en 1936 de la rama infantil de la FJCC, escribió acerca de Joan Roig: «Cuando vino a Masnou nadie lo conocía, pero muy pronto se hizo notoria su piedad y ardiente amor a la Eucaristía. Se pasaba horas ante el Santísimo sin darse cuenta. Su ejemplo convertía más que sus palabras. Quería ser misionero. En un Círculo de estudios celebrado pocos días antes del 18 de julio nos dijo que veríamos a Cataluña roja, pero no sólo de comunismo, sino de la sangre de sus mártires, y que nos preparásemos todos, porque si Dios nos había elegido para ser uno de éstos, debíamos estar dispuestos a recibir el martirio con gracia y valentía como corresponde a todo buen cristiano, y así lo hacían los primeros en las catacumbas».
El joven Roig fue designado responsable de la rama infantil (10 a 14 años) de la FJCC, que eran unos veinte niños. Joan iba a misa prácticamente cada día a las 7 de la mañana en Masnou, y luego acudía a estudiar en tren a Barcelona.
Se implicó con más cargos en la FJCC y se hizo amigo de su consiliario, el sacerdote Pere Llumá, que fue su director espiritual. También trató mucho con el beato Pere Tarrés, que entonces era un joven médico laico y vicepresidente de la FJCC.
El 20 de julio de 1936, milicianos rojos quemaron la sede de la Federación. Empezó una persecución contra los jóvenes fejocistas –que eran una asociación de fe y acción social, pero no política ni de partido–. Se calcula que unos 300 fejocistas fueron asesinados en la retaguardia republicana en Cataluña, incluyendo unos 40 sacerdotes ligados a ellos.
Maud, la madre de Joan, recordó después lo que su hijo hizo esos días: «Fue aliviando penas, animando a los tímidos, visitando a los heridos, buscando diariamente en los hospitales entre los muertos, para saber cuáles de los suyos habían caído asesinados. Cada noche, al pie del lecho, con el crucifijo estrechado en sus manos imploraba para unos clemencia, para otros perdón, y para todos misericordia y fortaleza».
Las iglesias de Barcelona estaban cerradas, quemadas o destruidas y no era posible ir a misa a ningún templo. El sacerdote Pere Llumá, que era el director espiritual de Joan, entregó al joven una reserva eucarística para que pudiera acudir a casas particulares a atender a los más necesitados.
Joan dijo a la familia Rosés a la que visitó la misma tarde en que le matarían, el 11 de septiembre de 1936: «Nada temo, llevo conmigo al Amo». Les dejó el Santísimo y, a la vuelta del trabajo, lo recogió y se lo llevó a su casa.
Horas después, milicianos anticlericales golpearon a la puerta de su casa, la de su familia. Joan rápidamente consumió las Formas Sagradas encomendadas a su cuidado. Se abrazó a su madre y se despidió de ella en inglés: «God is with me» (Dios está conmigo).
La patrulla, de las juventudes libertarias de Badalona, le llevó junto al cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramanet. Le permitieron unas últimas palabras. «Que Dios os perdone como yo os perdono», dijo él.
Lo mataron de 5 disparos al corazón y uno de gracia en la nuca. Tenía 19 años: según la legislación de la época no era aún adulto. Después de la guerra, sus restos fueron recuperados y reconocidos por las 5 heridas del pecho y la del cráneo.
Jaume Marés, tío de Joan Roig, cuando se enteró de su detención pidió ayuda a un amigo policía. Le reveló que uno de los verdugo le había hablado del muchacho: «¡Ah! Aquel chico rubio era un valiente, murió predicando. Moría diciendo que nos perdonaba y que pedía a Dios que nos perdonará. Casi nos conmovió».
La Federación de Cristianos de Cataluña y la Asociación de Amigos de Joan Roig han promovido su beatificación. Sus restos descansan en una capilla en la parroquia de San Pere de Masnou.
El cardenal Ricard Maria Carles clausuró la fase barcelonesa del proceso de beatificación en 2001 y la remitió a Roma.