El barrio protesta. Ha convertido su parroquia en una especie de campamento para inmigrantes. El cura Massimo Biancalani ha transformado su iglesia en Pistoia, municipio de 90.000 habitantes en Toscana, al norte de Italia, en un gran centro de acogida para 250 inmigrantes.
Desde luego, quien espere ver el decoro de un lugar de culto, no lo encontrará al entrar en esta parroquia de Santa María Mayor en Vicofaro. Todos los espacios están cubiertos: colchones por el suelo en una extensión ininterrumpida, literas, y por doquier un revoltijo de ropa, mochilas y zapatos de los extranjeros.
Biancalani ha permitido a los inmigrantes ocupar toda la iglesia, la nueva y una vieja adyacente, el salón parroquial, los pasillos e incluso el piso en el que hasta ahora vivía el párroco solo. Ahora, el sacerdote comparte todo el espacio con quien llame a su puerta, convirtiéndose en uno de los curas más conocidos de Italia.
El sacerdote afirma que «mucha gente ha comprendido que no se debe tener miedo de los inmigrantes; nunca hemos tenido problemas de seguridad». No lo deben pensar así muchos parroquianos, que hace una semana recogieron firmas y enviaron un escrito al ayuntamiento, la comisaría y el obispado, explicando que se hace imposible vivir en el barrio, a causa de una serie de graves problemas surgidos con los inmigrantes.
Biancalani admite que su comunidad parroquial se ha reducido drásticamente: «Estamos aislados en nuestro territorio. Esta es la parroquia más grande de la ciudad, con 7.000 fieles, pero muchos nos han abandonado. En este año, en la catequesis hemos pasado de 120 niños a 20. Pero hemos ganado laicos que vienen a practicar el Evangelio: Tuve hambre y me disteis de comer… era extranjero y me habéis acogido».
La iglesia transformada en centro de acogida funciona como un modelo de autogestión. No se come en mesa comunitaria. Hay frigoríficos en diversas partes, dos cocinas que funcionan las 24 horas del día, y ocho baños químicos portátiles.
Se sale adelante con donaciones, ofertas, recogida de alimentos, la generosidad de algunas asociaciones y una muy pequeña contribución de los inmigrantes que trabajan. A menudo surgen problemas.
«Nos han cortado el gas porque no hemos pagado un recibo de 4.000 euros. Lo pagaré con mis ahorros de profesor de religión», afirma el cura, quien explica así su compromiso para ayudar a los inmigrantes: «Yo solo he respondido al llamamiento que el Papa lanzó en el 2016 cuando invitó a los sacerdotes a abrir las iglesias a esta gente. Por desgracia, su llamamiento cayó en el vacío», asegura Massimo Biancalani.