Conversación privada. Este lunes, 25 de noviembre de 2019, el papa Francisco se reunió durante unos 25 minutos en Tokio con el recién entronizado emperador de Japón, Naruhito, y sin la presencia de la emperatriz Masako.
El pontífice argentino llegó en coche hasta la entrada del Palacio Imperial donde le esperaba el emperador vestido con traje oscuro. Los dos hombres, que representan cada uno de ellos instituciones milenarias, pasaron algunos minutos estrechándose cálidamente la mano y saludándose antes de entrar a la reunión.
El fastuoso protocolo de la Casa Imperial quedó reducido a las mínimas exigencias. No hubo ninguna ceremonia de acogida ni guardia de honor ni himnos oficiales.
En una enorme sala sin mobiliario, sentados en dos sillas y con una mesa con un enorme jarrón con flores en el fondo, comenzaron la reunión gracias a un intérprete facilitado por parte de la Casa Imperial.
Francisco regaló a Naruhito un mosaico realizado por la fabrica de mosaicos del Vaticano que reproducía una vista del Arco de Tito, en Roma, del pintor Filippo Anivitti.
De nuevo, y siempre solos, el actual ocupante del Trono del Crisantemo acompañó al papa a la salida para despedirlo.
No han transcendido más detalles del encuentro, pero es más que probable que hayan intercambiado opiniones sobre el tema del desarme nuclear y, desde otra perspectiva, sobre las Olimpíadas que tendrán lugar en la capital nipona en el año 2020.
Jorge Mario Bergoglio y Naruhito ya mantuvieron una reunión en el Vaticano en 2016, cuando aún no era emperador.
Las relaciones entre Japón y la Santa Sede se remontan al siglo pasado. En el 1942, el emperador Hirohito pidió al Vaticano establecer relaciones diplomáticas. La propuesta fue aceptada por el papa Pío XII, pero la guerra mundial interrumpió el proceso de acercamiento. En 1952, se erigió la Delegación Apostólica. Y fue Pablo VI quien en 1966, erigió la Nunciatura Apostólica en Tokio.