Santiago Agrelo.-Lo previsto era una comida. El fariseo invitaba, y Jesús había entrado en la casa y se había recostado a la mesa. Pero llegó lo imprevisto: una mujer, conocida en la ciudad como pecadora. Llegó con su frasco de perfume, sus lágrimas, sus besos y su amor. En un instante, llenó con su presencia la sala y los pensamientos de los comensales.
No se puede asegurar que aquella mujer fuese una prostituta, pero se puede intuir. El evangelio dice que era «deudora» de una fuerte suma, que el prestamista «le había perdonado la deuda», que esa deuda tenía que ver con «sus muchos pecados», y que por esos muchos pecados ella «era en la ciudad una pecadora».
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