Actualmente la teología de la liberación parece arrinconada, porque la jerarquía eclesiástica así lo ha querido, aunque su labor permanece viva en el día a día
¿Por qué aún no se ha canonizado a los jesuitas asesinados en El Salvador hace veinte años? Ésa fue la pregunta que se dejó ayer en el aire por parte de los ponentes en la segunda mesa redonda encuadrada en el ciclo de conferencias para recordar las muertes de seis sacerdotes en la Universidad Centroamericana el 16 de noviembre de 1989, en la que se subrayó que «estas personas acabaron sus días con los cuerpos manchados por la sangre de su martirio», según cuenta Francisco Izquierdo en El Norte de Castilla.
Y es que ayer fue el turno para cuatro periodistas quienes recordaron como se vivió, por parte de los medios de comunicación, aquella matanza. En la mesa estuvieron el director del Mundo de Valladolid, Vidal Arranz, la periodista de la Cadena Ser, Eva Moreno, así como el escritor y periodista, Pedro Miguel Lamet, y el corresponsal de Antena 3 en Italia, Antonio Pelayo.
Todos ellos coincidieron a la hora de resaltar que la muerte de todos ellos, en especial la de Ignacio Martín Baró y Segundo Montes, «conmocionó a la ciudad porque sintió que se les arrebataba algo suyo».
Segundo plano
Además, los oradores incidieron en que en la actualidad «su muerte no hubiera tenido tanta repercusión mediática» debido a que la información religiosa ha pasado a un segundo plano. Por último, se habló acerca de su labor en el país sudamericano y resaltaron como «actualmente la teología de la liberación parece arrinconada, porque la jerarquía eclesiástica así lo ha querido, aunque su labor permanece viva en el día a día».
«Porque tú estás aquí. No te veo. Te siento. Todo este hogar se ha poblado de tus huellas calientes». Esas son algunas de las frases que el padre de Ignacio Martín Baró escribió después de su muerte en un texto titulado ‘Tiempo para llorar’. Un sentimiento que perdura en los corazones de los familiares de los jesuitas asesinados en El Salvador.
El sentir que ayer hicieron llegar en la Fundación que lleva el nombre del mártir asesinado y en el que se celebró la segunda mesa redonda, bajo el título ‘Siempre vuestro recuerdo‘, organizadas para conmemorar el vigésimo aniversario de su muerte y de sus compañeros.
Porque para las familias de aquellas personas que perdieron la vida por defender a los más necesitados eran más que mártires. En la mente de Catalina Montes, hermana de Segundo Montes sigue presente aquel fatídico 16 de noviembre de 1989. «En aquel momento sentí un dolor extremo, una gran angustia, pero con el tiempo se ha convertido en tristeza».
«Ayudar a su gente»
Algo con lo que aún vive pero de una manera más atenuada. Sobre todo porque «desde el primer momento tuve claro que debía seguir con su obra y ayudar a su gente». De hecho, a los dos días del asesinato «ya nos reclamaron porque fundaron la ciudad Segundo Montes y no tenían nada». Con esa labor por delante Catalina ha tenido la «suerte» de no tener que recordar nunca a su hermano «porque siempre está presente como modelo a seguir, como estímulo y protector de los que siempre defendió».
Lo mismo que percibe Alicia, la hermana de Ignacio Martín Baró. Ella, con gran templanza, hablaba de Nacho como alguien «simpático, listo, cabezota, cariñoso con todos y que le encantaba pasear por la calle Mantería porque le recordaba El Salvador». Incluso tiene presente los ratos en que «tocaba la guitarra y hacía las veladas más agradables».
Eso sí, el mal rato que pasó cuando conoció su muerte aún hace que hierva su sangre. «Estaba comiendo con mis padres y un amigo nos dijo que habían matado a Eyacuría y otros». A partir de ese momento se puso en contacto con algunos medios de comunicación y «aunque en principio no nos quisieron decir nada, finalmente supimos que mi hermano había muerto y fue como una patada en el estómago».
Un fuerte golpe que no la empujó al desánimo, aunque sí a una profunda tristeza, que con el paso del tiempo ha disminuido. Y es que al final el «orgullo» por saber que su hermano murió por defender a los más necesitados sirve para seguir adelante.
Como a Pilar y Ángel, hermanos de Amando López. Los parientes del sacerdote burgalés tampoco han olvidado el momento del atentado. «Nuestro hermano nos decía que estaba dentro de lo posible que sucediera lo que ocurrió, pero aún así el momento fue muy duro», comentaba Antonio.
Más aún en el momento de comunicar a sus padres la noticia. Pasado el mal trago y con el tiempo como aliado «su ausencia se ha superado al servirnos su figura como un gran ejemplo y recordarlo como un hombre que daba todo a los de su alrededor y que cuando regresaba a España llegaba sin ni siquiera equipaje», subrayó Pilar. Por último, el jesuita y amigo de los asesinados, Alfonso Álvarez Bolado, también participó en la jornada. Vivió muchas experiencias al lado de segundo Montes e Ignacio Ellacuría y recordó los tiempos que compartió vivienda con Segundo en un piso del barrio de El Pilar en Madrid.
Incluso hizo referencia a que su amigo esquivó ya a la muerte «cuando le pusieron una bomba debajo de la cama y como la cambio de lugar explotó a sus pies y no en la cabeza por lo que no le mató». Aun así regresó al país sudamericano porque era un hombre «enérgico y con un amor enorme a la destrucción de las clases». Por ello, el sacerdote le mantiene en su corazón «con orgullo y como un ejemplo a seguir».