"Un soldao no es una máquina de guerra"

Fabio Suescún: «El capellán acerca a los militares a Dios»

El obispo castrense de Colombia expone el tabajo pastoral con militares colombianos

Fabio Suescún: "El capellán acerca a los militares a Dios"
Fabio Suescun, obispo castrense de Colombia

Entre los mismos creyentes no faltan las reservas en relación con un trabajo pastoral en el mundo militar.

Como Ordinario Militar para Colombia y responsable de la Pastoral Castrense del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) presento un saludo afectuoso a Su Excelencia Monseñor Juan Del Río, Arzobispo Castrense de España, a sus colaboradores en la organización de esta Vigésima Primera Conferencia Internacional de Jefes de Capellanes Militares y a todos los participantes en este evento tan especial para quienes hemos recibido la responsabilidad de atender espiritualmente a los militares de nuestros países.

Vengo, en compañía de los Señores Obispos y sacerdotes aquí presentes, de una región joven, todavía no muy conocida suficientemente por los pueblos de mayor antigüedad. De un continente que ha hecho un camino de dos siglos en la búsqueda de su madurez política y económica. Que no ha sido ajeno a las crisis de la juventud, que ha experimentado la responsabilidad y los riesgos de la propia libertad. De unas naciones que padecen una gran injusticia social y que necesitan de solidaridad, de trato justo y de apoyo para su progreso.

Nuestras gentes conocen el dolor de las luchas intestinas, de la violencia, del terrorismo, de las catástrofes naturales, de los malos gobiernos y de la codicia del narcotráfico que nos hace víctimas de consumidores de todo el mundo. Vivo en medio de gente buena, de corazón noble, que da espacio a los sentimientos y a la hospitalidad y que sufre por la maldad de unos pocos.

Por eso no faltan los extranjeros que después de visitar nuestros países han resuelto quedarse en ellos. Nos sentimos con fuerza para salir adelante con la ayuda de Dios. Somos el Continente de la esperanza, rico en recursos de todo orden. Tenemos una juventud inteligente y emprendedora. Muchas de nuestras repúblicas han comenzado ya a transitar por las vías del desarrollo y ofrecen garantías para el intercambio cultural y económico. «El don de la tradición católica es un cimiento fundamental de identidad, originalidad y unidad de América Latina y el Caribe» (DA 8).

Agradezco de corazón la invitación que se me ha hecho y que me permite compartir con Ustedes la experiencia del trabajo pastoral que se realiza en nuestro continente en beneficio de los hombres, mujeres y familias que integran nuestras Fuerzas Armadas.

1. NOTAS HISTÓRICAS

A partir de lo que se ha llamado el descubrimiento de América en 1492, el nuevo continente se ha dado a conocer al mundo y se ha integrado a la historia de la humanidad. Españoles y portugueses trajeron a estas tierras y a sus originales moradores la cultura, las costumbres y la religión católica que profesaban. La presencia extranjera en las nuevas tierras estuvo llena de aciertos y de errores.

Con los conquistadores vinieron en las carabelas los misioneros de distintas órdenes religiosas que realizaron la evangelización de los nativos. Se trazaron los surcos del Evangelio con especial abnegación y heroísmo «en campos tan amplios, tan inaccesibles, tan abiertos y tan difíciles al mismo tiempo para la difusión de la fe y para la sincera vitalidad religiosa y social» (Pablo VI, Discurso en la Apertura de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Medellín, 1.968). «El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas. Las , presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas: » (DA 4).

Durante los tiempos de la Colonia y de la Independencia, la Iglesia estuvo presente en casi todos los campos para promover el incipiente desarrollo de nuestros pueblos. Al mismo tiempo que se llevaban a cabo las misiones y la catequesis, los prelados y los religiosos fundaron conventos, escuelas para los nativos, instituciones de educación superior de gran renombre, hospitales, lugares de acogida para ancianos y huérfanos y centros de atención para los afroamericanos traídos como esclavos para el duro trabajo de las minas. Pero «la Iglesia sufrió también tiempos difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras, por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad» (DA 5).

La Independencia de los Estados Unidos en 1776, los movimientos comuneros que surgieron el siglo XVIII, como protesta por los altos impuestos que debían pagarse a la Corona, el aumento de una población criolla cada vez más cultivada y la debilidad del Reino español ante las amenazas napoleónicas, entre otras muchas insatisfacciones, llevó a muchos pueblos a dar un grito de independencia y a emprender las luchas revolucionarias en la búsqueda de la libertad. Varios países del Continente celebran precisamente en este año el bicentenario de su independencia.

La Iglesia siempre ha atendido con especial solicitud a los hombres de armas que buscan la seguridad de los pueblos. Los ejércitos que vinieron a América contaban con sus capellanes. La Santa Sede se preocupó de la asistencia especial a los soldados. El Papa Inocencio X crea, a instancias de Felipe IV, por medio del Breve «Cum sicut Majestatis tuae» del 26 de septiembre de 1645, una jurisdicción especial para los capellanes militares, bajo la dependencia del Capellán Mayor de su Majestad. Esta responsabilidad fue luego encargada por el Papa Clemente XIII en 1762, al Patriarca de Indias quien, haciendo uso de esta prerrogativa, declara detalladamente quiénes quedan comprendidos dentro del servicio eclesiástico castrense y excluye formalmente de su jurisdicción a las milicias voluntarias. Así lo comunica a los arzobispos y obispos de las dos Américas e Islas Filipinas.

Así como algunos sacerdotes habían participado en muchas partes en los movimientos revolucionarios, también el clero y los religiosos se hicieron presentes en las campañas militares de los ejércitos libertadores.

Las nuevas repúblicas fueron estableciendo las relaciones con la Iglesia Católica, religión de la casi totalidad de sus ciudadanos, y con otros grupos religiosos. La asistencia a las Fuerzas Militares está reglamentada por las respectivas Constituciones, que en su mayoría respetan la libertad de cultos y por los tratados con la Santa Sede. Hoy en día, unos países toman una actitud laica, otros, como Costa Rica, Haití y Panamá, dan estatuto oficial a la religión católica. En unas pocas naciones no se permite la presencia de la Iglesia en los cuarteles y la participación oficial de militares en actos de culto. En otras, el Estado favorece la presencia de atención espiritual en las Unidades militares y de policía.

Cabe aquí una pregunta que podemos hacernos quienes tenemos la responsabilidad evangelizadora y pastoral con los hombres de armas: ¿Es mejor la condición de favor o la de prohibición del anuncio del Evangelio en los cuarteles? Sin duda la autorización y el apoyo gubernamentales favorecen el ministerio pastoral, pero pueden llevar al aburguesamiento y a la rutina. Los obstáculos que las leyes ponen, aunque alejan a los ministros del sitio de vida y de trabajo de los creyentes, dan la oportunidad a la creatividad pastoral. Lo que sí es claro es, que más allá de las circunstancias propicias o adversas, está el ardor evangelizador de quien es consciente de la riqueza del mensaje que lleva y del bien que causa a sus hermanos, siguiendo el ejemplo de los grandes apóstoles y misioneros.

La Iglesia Católica ha hecho un verdadero proceso histórico en América Latina para dar atención a los militares. Muchos sacerdotes se han interesado desde siempre por la vida espiritual de los militares, con una especial simpatía por su misión y se han ingeniado diversas formas de organización pastoral. A comienzos del siglo XX la Santa Sede inició la estructuración de la pastoral castrense. Creó Vicariatos Castrenses que encomendó a un Obispo del país para cuidar de manera particular a los militares y a los policías. El primer Vicariato Castrense fue el de la República de Chile erigido por el Papa Pio X en 1910.

El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), entidad de servicio y de apoyo a las Conferencias Episcopales de América Latina y del Caribe, ha acogido progresivamente la pastoral castrense. El Departamento de Catequesis convocó en enero de 1974 al Primer Encuentro Latinoamericano de Pastoral Castrense que contó con la participación de diez Vicariatos Castrenses (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela). Allí se reflexionó sobre la especificidad de esta pastoral. No parecía fácil este trabajo por cuanto en esos momentos muchos de los gobiernos estaban en mano de los militares y se veía con gran recelo la ideología de la «seguridad nacional». La pastoral castrense, cuestionada en la actualidad, lo era mucho más en esos tiempos y tenía muy poco o ningún recibo en el CELAM.

Desde este primer Encuentro surgió la idea de constituir los Vicariatos Castrenses como Diócesis. Esta iniciativa se fue abriendo camino y encontró cada vez más argumentos teológicos y pastorales para fundamentarla. En abril de 1986 el Santo Padre Juan Pablo II, por medio de la Constitución Apostólica «Spirituali Militum Curae», creó los Ordinariatos Militares como verdaderas Iglesias particulares. Asimilados jurídicamente a las diócesis, cuentan con su propio Obispo, su presbiterio y fieles propios. Los miembros de los ejércitos, dice la Constitución Apostólica en su Prólogo, constituyen un determinado grupo social y por sus condiciones especiales de vida, necesitan una concreta y específica forma de asistencia espiritual.

Actualmente América Latina y el Caribe cuenta con 11 Ordinariatos Militares u Obispados Castrenses (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Colombia, Chile, El Salvador, Paraguay, Perú, República Dominicana y Venezuela) y en tres países más, se trabaja de una forma organizada en la pastoral castrense: Costa Rica, México y Panamá.

Gracias al patrocinio del CELAM se ha logrado hacer en el Continente una magnífica labor de coordinación, reflexión, capacitación y organización de nuestra específica pastoral. Se han organizado 15 Encuentros Latinoamericanos de pastoral castrense en diferentes países del Continente, en Roma y en Madrid. Estos Encuentros ofrecen espacios de conocimiento personal, intercambio de experiencias, y estudios de la temática propia. En este año, en el mes de octubre, se realizará en la ciudad de México D.F., el XVI Encuentro para colocar las Iglesias Castrenses en estado de misión y para establecer directrices en la formación de los candidatos a ser capellanes de las Fuerzas.

Dentro de la organización del CELAM existe, desde hace años, un Obispo responsable de la Sección de Pastoral Castrense, con un Secretario Ejecutivo. Ellos han visitado periódicamente los países con el fin de conocer la realidad de la asistencia espiritual, recoger experiencias y animar a los agentes de esta pastoral.

El Instituto de Teología Pastoral del CELAM ha organizado cursos y diplomados para los capellanes de América Latina.

La vinculación con todos los Obispos del Continente, a través del CELAM, ha comprometido la pastoral castrense con el magisterio episcopal expresado en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. De acuerdo con la V Conferencia realizada en Aparecida (Brasil) queremos, con espíritu misionero, hacer de nuestros militares y policías verdaderos discípulos y apóstoles de Jesús, para que la vivencia de su fe en Él, los lleve a participar en la construcción del Reino de Vida.

Las Iglesias Castrenses latinoamericanas están unidas a la Santa Sede por medio de la Oficina Central de Ordinariatos Militares en la Congregación para los Obispos. Hemos querido también mantener relaciones con los Arzobispados Castrenses de España y de los Estados Unidos y fruto de ello ha sido la amable invitación que se nos ha hecho a este Conferencia Internacional de Jefes de Capellanes Militares.

2. ALGUNOS CRITERIOS DE ACCIÓN PASTORAL

Hace nueve años fui nombrado por el Santo Padre como Ordinario Militar para Colombia. Durante quince años de episcopado había servido a diócesis territoriales, como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá, la capital de Colombia, y como Obispo de Pereira. No conocía el mundo castrense. Como ciudadano respetaba a los militares y policías y admiraba su misión, pero nunca soñé en llegar a ser un día su Pastor. Con actitud obediente, con mucha inseguridad humana, pero con la confianza puesta en el Señor, inicié mi ministerio. Me sorprendió una nota que recibí al llegar a mi nueva sede y que acompañaba un ramo de flores. Decía: «Señor Obispo: A Usted lo quisieron mucho en Pereira -la diócesis que dejaba- , pero aquí lo vamos a querer mucho más». Hoy puedo confesar, con toda verdad, que siempre me he sentido acogido y apreciado por mis sacerdotes y mis fieles.

2.1. Misión de la Fuerza Pública

Nuestro trabajo pastoral debe partir de la convicción de la necesidad de las Fuerzas Armadas para el bien común y de reconocer que es un grupo humano especial con condiciones particulares de vida.

El trabajo de la Fuerza Pública no siempre es reconocido por las gentes. En algunos existe resistencia por lo abusos de autoridad que se han cometido. Entre los mismos creyentes no faltan las reservas en relación con un trabajo pastoral en el mundo militar. No se debe atender, dicen, a los hombres armados porque las armas son para la violencia y la muerte, y esto es antievangélico.

La Constitución Política, en los países democráticos, reconoce la necesidad del servicio militar para el bienestar y la seguridad de la nación y del territorio patrio. La misión de las Fuerzas Armadas es precisa: defender la soberanía, la independencia y la integridad territorial, garantizar el orden constitucional, la seguridad y el bienestar de la población. De ahí el cambio en la misma terminología castrense. Los Ministerios de Guerra se denominan ahora Ministerios de Defensa. Los hombres y mujeres de nuestros ejércitos van adquiriendo conciencia de que son promotores de la protección de las personas y de sus derechos ciudadanos y garantes de la vida, de la libertad y de la justicia.

Dentro de esta nueva mentalidad el Concilio Vaticano II se refirió a los militares como agentes de paz, más que de guerra: «los que, al servicio de la patria, se hallan en el ejército, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz» (Constitución Gaudium et Spes, 79). Sobre ellos entonces, recaen las palabras de Jesús: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

No dudo de que aquellos que han sido fieles y rectos, en el ejercicio de su profesión policial o militar, recibirán también la recompensa al final del tiempo: «Venid, benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque estuve herido y me auxiliasteis, estuve secuestrado y me liberasteis, porque fui atacado por los delincuentes y me protegisteis, porque, gracias a vosotros, pude trabajar, descansar y vivir con tranquilidad y en paz» (Cf. Mt 25, 31-46).

2.2 Humanización y Evangelización

Cuando hice una de mis primeras visitas pastorales, el comandante de una Base Aérea pronunció en su bienvenida una frase que me ha servido de seria reflexión para entender a mis fieles: «Señor Obispo, dijo, la Fuerza Aérea es algo más que aviones». De esta manera expresó la gran verdad: las Fuerzas Armadas están integradas por hombres y mujeres que son personas humanas. El uniforme que ellos portan, es llevado con orgullo y sirve de identificación, pero también puede crear una distancia y hacernos olvidar que, debajo de cada camuflado, late un corazón con sentimientos, con ilusiones, con tristezas y preocupaciones.

La deshumanización es un enemigo terrible y oculto que está asechando a la humanidad entera y de manera particular a los miembros de las Fuerzas Armadas. La guerra es inhumana y trae como primera consecuencia la deshumanización de los contendientes. Un soldado no puede mirarse como una máquina de guerra. El militar y el policía deben considerarse ciudadanos de primer orden que ejercen un liderazgo de servicio en la sociedad. Su misión consiste en hacer cada vez más humana la vida de los ciudadanos, por eso se requiere atender a su formación como personas humanas de manera integral. No basta la satisfacción de sus necesidades primarias para el cumplimiento de su deber, ni la capacitación técnica e intelectual. Se debe atender también a la calidad de su corazón. Un corazón que necesita amor y quiere dar amor. Un corazón que mire al prójimo, cualquiera que sea su condición, como una persona digna de consideración con derechos inalienables, que entienda que la consecución de la paz empieza por su propia familia y por el dominio de sus propios sentimientos. Entre más se llene el hombre de Dios, más tendrá un corazón humano, noble y justo. El militar y el policía deben ganarse la confianza de la gente por su respeto, su trato amable y por la rectitud de su comportamiento.

2.3 Formación ética y espiritual

La dimensión ética ocupa un lugar central en la formación del soldado y del policía. Persona de temple capaz de dar la vida en defensa de sus hermanos. Persona de integridad moral con la fortaleza necesaria para resistir a la seducción de los malos que los invitan a la complicidad y a la corrupción.

La sensibilidad a la espiritualidad es manifiesta en los servidores de la patria. Los militares y policías no son ajenos a la relación con un Ser Supremo. En su gran mayoría son personas religiosas por tradición familiar, por los valores de entrega, de sacrificio y de honor que exige su profesión y también por la cercanía de la muerte que experimentan con frecuencia y los lleva a implorar la divina protección.

La Biblia nos presenta casos de militares que se acercan a Dios: Unos soldados fueron al desierto a oír a Juan el Bautista y le preguntaron qué debían hacer ellos para alcanzar la conversión. Él les respondió: «A nadie extorsionen ni denuncien falsamente, y conténtese con su sueldo» (Lc 3,14). Un centurión romano que pidió a Jesús la salud de su siervo y que no se sintió digno, por su misma cultura castrense, de que Jesús entrara a su casa, merece la alabanza del Señor: «Jamás he encontrado en Israel una fe tan grande» (Mt 8,10). Un soldado del Imperio después de la muerte de Jesús en la cruz confiesa: «Verdaderamente este era Hijo de Dios» (Mt 27,54). Un oficial de la compañía llamada Itálica y de nombre Cornelio fue escogido por el Espíritu de Dios para que la fe cristiana llegara a los pueblos gentiles. Cuando Pedro visita su casa y descubre los designios de Dios, dice: «Verdaderamente, ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta a quien lo honra y obra rectamente sea de la nación que sea» (Hch 10, 34).

La dimensión espiritual que nos corresponde atender en los cuarteles, como Jefes de Capellanes, llena de alegría y de paz el corazón del militar y le demuestra la proyección trascendente de su misión. El militar es considerado un profesional que hace una carrera de ascensos y de distinciones. Un militar o un policía creyentes entienden el ejercicio de su profesión como un verdadero servicio en el amor, como una auténtica vocación, como un camino de santidad.

Su entrega generosa y sacrificada va más allá de un reconocimiento social, para sentir la satisfacción de quien está dispuesto a dar incluso su propia vida para defender a quienes han sido puestos bajo su cuidado. En Dios encontrará ánimo en los momentos duros de incomprensión o de soledad. Su fe en Dios dará un espíritu especial de comprensión y ayuda a su función de mando. Las armas en sus manos, de acuerdo con la enseñanza del profeta Isaías, se convertirán en arados y sus lanzas en podaderas (Cf. Is 2,4). Su presencia en la sociedad, será presencia de Estado que ayuda a los más pobres y más necesitados.

2.4 El Capellán Militar

Un oficial del Ejército me pidió un día un capellán para su Unidad con el siguiente argumento: «No es lo mismo un batallón con capellán que un batallón sin capellán». Esta expresión la he escuchado muchas veces y manifiesta la necesidad del sacerdote en medio de los hombres, mujeres, familias y personal civil de la Fuerza Pública. Nuestros capellanes son indispensables para la salud espiritual y la concordia en los grupos armados.

El capellán tiene un lugar insustituible. Por lo general su presencia dentro de las Unidades es respetada y acatada. Todos deben saber cuál es su misión específica y su contribución al bien de la comunidad castrense. El capellán es el «hombre de Dios» que acerca los militares y policías al Señor, que los conforta y anima, que los invita a la conversión y a la paz en la amistad con Jesús, que los fortalece con la Palabra de Vida y los sacramentos de gracia. El capellán es el amigo cercano, en quien se puede confiar más allá de la disciplina y jerarquía militares. Está llamado a asesorar en lo moral y religioso al Comandante, a ser puente con los súbditos, a ser defensor de los maltratados, a ser confidente de quienes experimentan soledad o angustia en medio del rigor de la vida militar. El capellán es consuelo para los enfermos y los detenidos de su Unidad.

Los sacerdotes son indispensables colaboradores de su Obispo. Están puestos para edificar, santificar y pastorear la Iglesia. Son presencia del Obispo en las diferentes capellanías donde comparten la vida diaria de los que le han sido confiados. No todo el mundo sabe de los sacrificios de los capellanes, de manera especial de quienes están en los lugares más alejados, compartiendo la soledad, la austeridad y sacrificios de soldados y policías. Hay que dar gracias al Señor por el testimonio, abnegación y entrega amorosa, fundada en la fe, de nuestros sacerdotes capellanes.

Lo que se le pide a un capellán es que sea ante todo un ministro de Dios. El Papa Juan XXIII, quien durante la guerra fue capellán militar, subrayaba esta idea con estas palabras: «Queridos hijos: acercaos siempre a vuestros hermanos como sacerdotes. Ellos esperan ante todo la luz de vuestro ejemplo y de vuestro sacrificio; anhelan consuelo en las pruebas, firmeza en la dirección de las almas, claridad y celo en las enseñanzas. En una palabra, en vosotros ellos quieren ver siempre y en todo a los Ministros de Cristo, a los administradores de los misterios de Dios. No dejéis pasar ocasión sin inculcarles el amor a la vida de la gracia, brindándoles frecuentes oportunidades para que puedan acercarse a los sacramentos de la Penitencia y Eucaristía. Sólo así vuestra acción será fructuosa y vuestro recuerdo quedará indeleble» (Juan XXIII, alocución a los Capellanes Militares, junio 11 de 1.959).

Se ha reflexionado mucho, en el ámbito latinoamericano, sobre la conveniencia de que los capellanes entren al escalafón de la carrera militar y policial. De hecho hay sacerdotes uniformados y sacerdotes civiles, que ajenos a los grados, desempeñan su servicio. Hay argumentos a favor y en contra. Los fieles pueden sentir al sacerdote escalafonado como más insertado en su mundo. Existe, sin embargo, el peligro de que sea visto más como superior o súbdito, que como consejero espiritual. El sacerdote civil, en medio de los uniformados, tiene más libertad y menos dependencia para el ejercicio de su misión, pero puede no ser considerado como parte de la Fuerza. En cada país existen tradiciones y exigencias laborales y será el Obispo quien juzgará sobre la conveniencia para su Iglesia en los casos concretos.

Los Obispos Castrenses de América Latina hemos profundizado en la naturaleza de nuestras Iglesias a la luz de la Constitución Apostólica «Spirituali Militum Curae». En ella se asimilan los Ordinariatos Militares a las diócesis territoriales y en consecuencia las capellanías a las parroquias, núcleos vivientes de toda comunidad eclesial. De ahí que actualmente busquemos que nuestras capellanías se conviertan en verdaderas parroquias y que los capellanes experimenten el encargo de ser verdaderos párrocos de las comunidades creyentes a ellos encomendadas.

Por lo general hay una mentalidad de considerar el capellán en la línea de actos de culto y asesoría esporádica, sin un compromiso vital. Existe la tentación de reducir su trabajo pastoral a un oficio por el cual recibe un salario a cambio de unos servicios. Un capellán castrense debe considerarse y sentirse un verdadero pastor con cura de almas. No solo ha de atender a los cristianos piadosos, sino debe construir una verdadera comunidad de fe y de amor, dentro de su base militar o cuartel policial.

La Parroquia, según la enseñanza del Documento de Aparecida, es «casa y escuela de la comunidad» (Cf. DA 170). La Capellanía Castrense debe acoger a los laicos militares, discípulos y misioneros de Jesús, para ofrecerles acogida, alimentarlos y fortalecerlos en el seguimiento de Cristo. La formación de pequeñas comunidades cristianas en los cuarteles es un propósito, difícil de lograr, pero que está en el proyecto de hacer de cada capellanía una «comunidad de comunidades», que se manifiesta en la Eucaristía, en la vivencia de la vida sacramental y en la solidaridad entre hermanos. Como escuela de fe debe procurar la formación de los laicos -militares, policías, miembros de sus familias y personas civiles de administración y de servicios- para que maduros en su compromiso cristiano sean, en el mundo y en la Iglesia, constructores del Reino de Dios, en el medio de las armas, mediante su servicio en beneficio de una sociedad en justicia y en paz.

2.5 Vocaciones y Seminario

La imagen del Buen Pastor que nos presenta el capítulo X del evangelista San Juan, ilustra la identidad del capellán militar en la actualidad de América Latina: Jesús es el Buen Pastor que conoce sus ovejas, da su vida por ellas y busca a las dispersas (Cf. Jn 10,11-16). El capellán castrense conoce las «condiciones peculiares de vida» de quienes conforman su rebaño. Para ser capellán militar se requiere un carisma especial del Espíritu, que le permita moverse apostólicamente en este campo especializado. Es un entendido en cultura castrense, que comprende y acepta, como punto de partida para su acción pastoral, la mentalidad y la cotidianidad de la vida militar. Más aún su conocimiento es de tipo afectivo: ama sus ovejas, admira su misión, entiende su responsabilidad al servicio del bienestar social. Por ello para ser capellán militar se requiere un carisma especial del Espíritu, que le permita moverse apostólicamente en este campo especializado. No todos los sacerdotes tienen este don para el cual se requiere una preparación específica. De ahí la preocupación por tener seminarios propios en los cuales los jóvenes se preparen para el ejercicio de este carisma. En este campo hemos tenido avances lentos pero sólidos. Ya estamos gozando en algunas partes de los frutos de tener un clero propio. Hay vocaciones que han surgido entre los que se encuentran en filas. Los Obispos tenemos la preocupación de tener nuestros propios seminarios. También se requiere una seria inducción en el mundo militar de los sacerdotes, que con la justa contribución de las diócesis territoriales, se disponen a ser colaboradores en nuestros Ordinariatos.

El buen pastor se diferencia de un asalariado en que las ovejas que él cuida son propias. No le pagan por atenderlas. Por eso cuando viene el lobo, no las abandona, sino que está dispuesto a dar la vida en su defensa. La similitud entre el uniformado y el capellán, en este aspecto, es muy grande. Así saludó en una oportunidad un alto oficial a mis capellanes: «Ustedes son los que dan la vida por aquellos que dan la vida por el país». Hermosa y exigente realidad que surge de la conciencia de la responsabilidad por el bien total de los ciudadanos. Un buen policía no abandona la ciudadanía en los momentos de disturbio social. El buen soldado no huye ante el enemigo. El capellán permanece firme con los suyos y no los desampara, por más dura que sea la realidad.

El corazón misericordioso del capellán, de acuerdo con el ejemplo de Jesús, no queda tranquilo con la atención a los cercanos y fieles. Busca los alejados, a lo reticentes, a los indiferentes, sin hacer discriminación de personas y dentro de un gran respeto a la libertad de conciencia de cada uno. Anuncia, con ocasión y sin ella, la Palabra de Dios que es Palabra de Vida. El ardor y la creatividad que vienen del Espíritu llevarán al capellán a buscar las tácticas pastorales en beneficio de su comunidad, de acuerdo con «las condiciones peculiares de vida» del mundo castrense, con unos fieles, en su mayoría jóvenes, que viven en continua movilidad y que entregan de manera total su tiempo y sus personas. Todo sacerdote sabe muy bien que su obra es obra de Dios y, que por encima de los recursos y estrategias humanas, está el poder de Dios que se muestra en nuestra debilidad y se pide en la oración.

2.6 Libertad de Cultos

Nos hemos ocupado con atención del tema de la libertad de cultos aceptada en la mayoría de nuestros países como norma constitucional y derecho de las gentes, y defendida por la Iglesia Católica.

La contradicción está presente en la humanidad y esto aparece también el la dimensión religiosa. Por un lado se niega a Dios. Con mentalidad agnóstica se evita el problema de su existencia. Una campaña abierta de ateísmo anuncia que el hombre no necesita de Dios para ser feliz. El paganismo ha llegado a los que se dicen creyentes que viven como si Dios no existiera. Por otra parte, aparece muy fuerte la búsqueda de una espiritualidad por medio de filosofías orientales y grupos religiosos de carácter esotérico. Hay un retorno en ciertos grupos a las religiones naturales. Está presente en el Continente la santería y el espiritismo. América Latina es tierra de una gran devoción con diversas expresiones de piedad popular. A ella han llegado también, aunque en menor número, religiones y confesiones tradicionales, practicadas por quienes han inmigrado a estas tierras. La gran mayoría católica ha ido disminuyendo por la acción proselitista de nuevos grupos y sectas, algunos de carácter cristiano y otros no.

Hasta los cuarteles llegan todas estas nuevas tendencias religiosas. Del 8 al 11 de septiembre del 2009, la Sección de Pastoral Castrense del Departamento de Comunión Eclesial y Diálogo del CELAM convocó al «Seminario Pastoral sobre la libertad religiosa y la presencia de sectas y nuevos movimientos religiosos en el ámbito castrense». En ese Encuentro se ha confirmado la voluntad de mantener un profundo respeto a la libertad de cultos y de promover una actitud de apertura al ecumenismo, de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia. Se ha notado la dificultad de entrar en diálogo sereno con ciertos grupos religiosos y sectas de tipo proselitista. Se trata de congregaciones muy atomizadas, cerradas y dependientes de intereses personales y, con frecuencia, con objetivos económicos y políticos. Hay temores por reformas jurídicas en nuestros países con tendencias a reservar la religión al ámbito estrictamente privado y subjetivo.

3. Plan Pastoral

La cultura militar conlleva enseñanzas que pueden ser aprovechadas por los responsables de la asesoría espiritual de las Fuerzas. No basta con tener buenos soldados y bien capacitados. Se requiere tener una estrategia efectiva para derrotar al enemigo y una logística eficaz para respaldar la acción. En la labor pastoral se ha de contar con un Plan, con objetivos precisos y medios para alcanzarlos, con ministros, sacerdotes y laicos preparados y con estructuras que hagan posible la ejecución del Plan.

Dios ha realizado su plan de salvación para mostrar su amor más allá de la indiferencia y del pecado de la criatura. Después de la obra maravillosa de la creación y cuando se presenta el drama de la rebeldía del hombre y de la mujer, Dios por palabras y obras, se empeña en restaurar las relaciones rotas. Es la estrategia divina para robar nuestro corazón que tiene su plenitud en Cristo Jesús y que prosigue actuando en la historia de la humanidad hasta llegar a la plenitud de los tiempos.

Un Plan de Pastoral es la manera como la Iglesia debe cumplir fielmente la tarea que Cristo le ha encomendado, con una organización tal que, animada por el Espíritu Santo, lleve a todos los hombres a sentirse un solo rebaño bajo un solo Pastor (Cf. Jn 10).

La Iglesia Castrense de Colombia desde el año 2003 cuenta con un Plan de Pastoral que ha procurado ejecutar con la ayuda de Dios y que no ha estado exento de dificultades. En la actualidad, por causa de un largo y violento desorden interno, las Fuerzas Armadas cuentan con cerca de 450.000 efectivos. El Obispado Castrense tiene 174 capellanes a su servicio y 35 alumnos en el Seminario Mayor. Quiero compartir con Ustedes, de manera breve, la forma como estructuramos dicho Plan.

El estratega militar que tiene que enfrentar al enemigo de la paz ciudadana para quebrantar su voluntad de lucha, antes de establecer las tácticas y precisar las maniobras que se han de realizar en el campo de operaciones, debe hacer una apreciación de la situación en todos los campos. Nosotros también partimos de un análisis de la realidad de nuestros fieles en las dimensiones institucional, familiar y pastoral y detectamos los siguientes retos, a los cuales buscamos dar respuesta específica por medio de líneas de acción, de metas vivenciales y de acciones guías:

Urgencia de una auténtica evangelización
Necesidad de formación y compromiso de agentes de evangelización y pastoral
Iluminación desde el Evangelio del «espíritu de cuerpo» para entender y vivir la realidad de la Iglesia diocesana castrense
Urgencia de una pastoral familiar y valoración del papel de la mujer
Atención prioritaria a los centros de formación
Necesidad de una pastoral de solidaridad cristiana
Luego acudimos a la luz de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia, en especial a la invitación del Santo Padre Juan Pablo II a emprender una Nueva Evangelización en América Latina con un nuevo ardor, nuevas expresiones y nuevos métodos. Tuvimos también en cuenta las enseñanzas de la Exhortación postsinodal «Ecclesia in America» (1.999) y de la Carta Apostólica «Novo Millennio Ineunte» (2.001) que encauzaron la acción de la Iglesia hacia el tercer milenio.

Definimos, entonces, nuestra misión con un objetivo esencialmente evangelizador: «anunciar a Jesucristo, en medio del conflicto que viven los miembros del sector defensa y sus familias para que, llevando una vida auténticamente cristiana sean constructores de la paz».

La acción evangelizadora consiste en un proceso a partir del anuncio kerigmático. El encuentro con Jesucristo vivo ha de llevar a la conversión del individuo, a su decisión de ser discípulo de Cristo en una comunidad cristiana y a convertirse en verdadero apóstol del Señor en su mundo castrense. Nuestro ideal es llegar a tener un día verdaderas comunidades evangelizadas y evangelizadoras, que sean luz, sal y levadura, en medio de las Fuerzas Armadas de Colombia. Una frase resume el proyecto pastoral: «En tu nombre Señor, lanzamos las redes para que tú seas conocido, amado e imitado».

Con el apoyo del Ministerio de Defensa llevamos adelante un Programa Integral de Fortalecimiento Familiar para parejas, para solteros, alumnos de los Centros de Formación y mujeres presentes en el mundo castrense. Veinte profesionales, en psicología y trabajo social, recorren el país, desde hace dos años, para llevar adelante este encargo de especial sensibilidad en nuestro medio.

En la actualidad los Obispados Castrenses, como todas las demás diócesis de América Latina, estamos empeñados en dar a nuestro trabajo pastoral toda una dimensión misionera. Estamos comprometidos con la Misión Continental a la cual nos convocó el Santo Padre Benedicto XVI y la V Conferencia de los Obispos Latinoamericanos, reunida durante el mes de mayo de 2007, en Aparecida, Santuario Nacional del Brasil.

El rumbo es claro: formar auténticos discípulos misioneros de Cristo para que todas nuestras gentes tengan en Él vida. Jesús es la razón de ser de nuestra fe y en Él encontramos la respuesta al sentido de la vida humana en esta tierra. Él es «el camino, la verdad y la vida» (Cf. Jn 14,6). «Esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre y por esto queremos darlo a conocer a la demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él» (Benedicto XVI, Discurso Inaugural en Aparecida).

A los responsables de la vida espiritual de las Fuerzas Armadas, en todas partes, nos espera un reto bien interesante que ya se ha comenzado a dibujar en la primera década del siglo. Benedicto XVI lo muestra así: «Tenemos que preocuparnos que el hombre no arrincone la cuestión de Dios, cuestión esencial de su existencia» (Alocución 21 de diciembre 2009).

El Documento Conclusivo de Aparecida parte de esta constatación: vivimos, no una época de cambios, sino un cambio de época en la historia de la humanidad, caracterizado por el fenómeno de la globalización, que según Benedicto XVI, en la Encíclica Caritas in Veritate, «nos hace más cercanos, pero no más hermanos» (CIV, 19). Un período nuevo en el que se difunde una nueva cultura, ya no de cristiandad, y en donde a pesar de la indiferencia ante Dios, emergen nuevas ofertas religiosas (Cf. DA, 10).

En esta nueva época es preciso entender que, en la tarea de reordenamiento del mundo, quien con mayor prontitud descubre o presienta lo que va a acontecer estará mejor preparado para otorgar respuestas adecuadas. Si no hay claridad en el mundo del pensamiento, en el de la comunicación, en el de la política y en el muy especial del universo militar, las sociedades se irán a pique. Quienes manejan el uso disuasivo de la fuerza son quienes deben tener mayor claridad en el manejo de un instrumento tan delicado. Responder a ese desafío y saber otear a tiempo la multiplicidad de los retos que se avecinan, es tarea de quienes nos dedicamos a servir a quienes deben garantizar a las democracias la construcción de una sociedad más humana.

Un cambio cultural lleva necesariamente a un cambio pastoral que exige una seria conversión personal a Dios y la búsqueda de estructuras que favorezcan el tránsito de «una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera» (DA 370). Cristo, Palabra de Dios, es siempre la respuesta suficiente al enigma de la existencia.

Una reunión de hermanos como ésta de Jefes de Capellanes Militares, nos estimula a seguir adelante para ayudar, desde la fe, a nuestros militares y policías, a encontrar la riqueza de la dimensión espiritual. La labor no es nada fácil. La Evangelización está más cerca de la cruz que de la producción en cadena de una sociedad de consumo. Los resultados palpables a veces se hacen muy esquivos, pero siempre está nuestra convicción de que Dios está con nosotros y sin Él, la vida del hombre no estará llena de paz interior y de felicidad. Nuestra misión es contribuir a que la humanidad viva más la justica, la armonía con el cosmos y con los prójimos, gracias a las orientaciones que vienen del Buen Dios. Seguirán resonando en nuestros corazones las palabras de la Escritura Santa: «No teman, yo estoy con Ustedes hasta el fin del mundo».

Muchas gracias por su amable atención,

+FABIO SUESCÚN MUTIS
Obispo Castrense de Colombia

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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