Ortega: "Con su corazón grande de pastor universal trae en su palabra la ternura, la dulzura y promueve la conciliación entre todos"
El papa Benedicto XVI dijo hoy en La Habana que «Cuba y el mundo necesitan cambios», pero que éstos sólo se darán «si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad». Y lo dijo rente a la efigie gigante del Che Guevara y a los pies del monumento al héroe nacional José Martí, en la Plaza de la Revolución de La Habana y en el mismo escenario en que también lo hizo su antecesor Juan Pablo II en 1998.
El Pontífice así lo afirmó en la homilía de la misa que celebró en la plaza de la Revolución de La Habana, lugar de los grandes acontecimientos relacionados con la revolución comunista cubana, último acto de su visita de tres días a Cuba.
El obispo de Roma dijo también que para que la Iglesia ejerza su labor plenamente ha de contar «con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo».
El papa Benedicto XVI llegó este miércoles hacia las 08: 40am a la enorme Plaza de la Revolución de La Habana, lugar de manifestaciones del régimen comunista cubano, para celebrar la segunda misa pública de su visita de 48 horas a Cuba.
El pontífice fue recibido bajo un sol radiante por cientos de miles de fieles, así como de ateos, comunistas y adeptos a la santería, rito afrocubano que mezcla el espiritualismo africano con el catolicismo.
Benedicto XVI entró a la Plaza en el «papamóvil», con las ventanillas abiertas, rodeado por numerosos agentes de seguridad.
En 1998, en ese mismo lugar en presencia de Fidel Castro, Juan Pablo II, el primer papa que visitó la isla, celebró una histórica misa en que pidió que «Cuba se abra al mundo para que el mundo se abra a Cuba».
Reunión con Fidel
Luego del oficio religioso, el Papa debe reunirse con el padre de la revolución cubana, Fidel Castro, antes de marcharse de la isla a las 17H00 locales (22H00 GMT), poniendo fin a un periplo de seis días por México y Cuba, el primero que realiza por naciones latinoamericanas de habla española.
En el altar donde predomina el color amarillo y que es más pequeño que el construido en la ciudad oriental de Santiago para la primera misa del papa celebrada el pasado lunes, el día de su llegada al país.
El proyecto de la plataforma para la misa papal, confeccionado por el Arzobispado de La Habana, fue diseñado con capacidad para que unas 200 personas acompañen al pontífice durante su oficio religioso.
Un coro de más de 200 voces acompañará la ceremonia con un repertorio de diferentes estilos, con cantos cubanos y música de Mozart, Haendel y César Franck, entre otros compositores.
Peregrinos de todos los puntos de la isla, así como de otros países incluido Estados Unidos, han acudido al que se considera el escenario de los grandes acontecimientos y efemérides revolucionarias y donde el papa Juan Pablo II también ofició misa en su histórica visita de 1998.
Banderas cubanas, vaticanas, carteles con la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla, y parasoles ponen la nota de color a la muchedumbre que llena la plaza.
Saludo del cardenal Ortega
El arzobispo de La Habana ,cardenal Jaime Ortega, agradeció hoy a nombre de todos los católicos y del pueblo en general que el papa Benedicto XVI incluyera a Cuba en su viaje a América Latina.
Cuanto agradecemos sus palabras y gestos benévolos para nuestro país y su deseo de corresponder a la invitación que desde los tiempos iniciales de su pontificado le hicimos llegar, dijo Ortega previo a la misa oficiada por el Santo Padre en la histórica Plaza de la Revolución José Martí en esta capital.
Sabemos que Su Santidad quería cumplimentar nuestra invitación tanto como nosotros anhelábamos este momento que vivimos con emoción, señaló.
Con su corazón grande de pastor universal trae en su palabra la ternura, la dulzura y promueve la conciliación entre todos, sentenció Ortega,quien destacó la visita del Obispo de Roma al santuario del Cobre donde veneró a la Virgen de la Caridad del Cobre,patrona de Cuba.
La visita del Sumo Pontífice -que culmina este miércoles – se enmarca en el Año Jubilar por el 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, considerada por los católicos la patrona de Cuba.
Texto completo de la homilía del Santo Padre en la Plaza de la Revolución
Queridos hermanos y hermanas:
«Bendito eres, Señor Dios…, bendito tu nombre santo y glorioso» (Dn 3,52). Este himno de bendición del libro de Daniel resuena hoy en nuestra liturgia invitándonos reiteradamente a bendecir y alabar a Dios. Somos parte de la multitud de ese coro que celebra al Señor sin cesar. Nos unimos a este concierto de acción de gracias, y ofrecemos nuestra voz alegre y confiada, que busca cimentar en el amor y la verdad el camino de la fe.
«Bendito sea Dios» que nos reúne en esta emblemática plaza, para que ahondemos más profundamente en su vida. Siento una gran alegría de encontrarme hoy entre ustedes y presidir esta Santa Misa en el corazón de este Año jubilar dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Saludo cordialmente al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a los Señores Cardenales, a mis hermanos Obispos de Cuba y de otros países, que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo también a los sacerdotes, seminaristas, religiosos ºy a todos los fieles aquí congregados, así como a las Autoridades que nos acompañan.
En la primera lectura proclamada, los tres jóvenes, perseguidos por el soberano babilonio, prefieren afrontar la muerte abrasados por el fuego antes que traicionar su conciencia y su fe. Ellos encontraron la fuerza de «alabar, glorificar y bendecir a Dios» en la convicción de que el Señor del cosmos y la historia no los abandonaría a la muerte y a la nada. En efecto, Dios nunca abandona a sus hijos, nunca los olvida. Él está por encima de nosotros y es capaz de salvarnos con su poder. Al mismo tiempo, es cercano a su pueblo y, por su Hijo Jesucristo, ha deseado poner su morada entre nosotros.
«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). En este texto del Evangelio que se ha proclamado, Jesús se revela como el Hijo de Dios Padre, el Salvador, el único que puede mostrar la verdad y dar la genuina libertad. Su enseñanza provoca resistencia e inquietud entre sus interlocutores, y Él los acusa de buscar su muerte, aludiendo al supremo sacrificio en la cruz, ya cercano. Aun así, los conmina a creer, a mantener la Palabra, para conocer la verdad que redime y dignifica.
En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano, y buscarla siempre supone un ejercicio de auténtica libertad. Muchos, sin embargo, prefieren los atajos e intentan eludir esta tarea. Algunos, como Poncio Pilato, ironizan con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn 18, 38), proclamando la incapacidad del hombre para alcanzarla o negando que exista una verdad para todos. Esta actitud, como en el caso del escepticismo y el relativismo, produce un cambio en el corazón, haciéndolos fríos, vacilantes, distantes de los demás y encerrados en sí mismos. Personas que se lavan las manos como el gobernador romano y dejan correr el agua de la historia sin comprometerse.
Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en «su verdad» e intentando imponerla a los demás. Son como aquellos legalistas obcecados que, al ver a Jesús golpeado y sangrante, gritan enfurecidos: «¡Crucifícalo!» (cf. Jn 19, 6). Sin embargo, quien actúa irracionalmente no puede llegar a ser discípulo de Jesús. Fe y razón son necesarias y complementarias en la búsqueda de la verdad. Dios creó al hombre con una innata vocación a la verdad y para esto lo dotó de razón. No es ciertamente la irracionalidad, sino el afán de verdad, lo que promueve la fe cristiana. Todo ser humano ha de indagar la verdad y optar por ella cuando la encuentra, aun a riesgo de afrontar sacrificios.
Además, la verdad sobre el hombre es un presupuesto ineludible para alcanzar la libertad, pues en ella descubrimos los fundamentos de una ética con la que todos pueden confrontarse, y que contiene formulaciones claras y precisas sobre la vida y la muerte, los deberes y los derechos, el matrimonio, la familia y la sociedad, en definitiva, sobre la dignidad inviolable del ser humano. Este patrimonio ético es lo que puede acercar a todas las culturas, pueblos y religiones, las autoridades y los ciudadanos, y a los ciudadanos entre sí, a los creyentes en Cristo con quienes no creen en él.
El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la verdad que hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos, como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de la cruz. El encuentro personal con quien es la verdad en persona nos impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el testimonio.
Queridos amigos, no vacilen en seguir a Jesucristo. En él hallamos la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él nos ayuda a derrotar nuestros egoísmos, a salir de nuestras ambiciones y a vencer lo que nos oprime. El que obra el mal, el que comete pecado, es esclavo del pecado y nunca alcanzará la libertad (cf. Jn 8,34). Sólo renunciando al odio y a nuestro corazón duro y ciego seremos libres, y una vida nueva brotará en nosotros.
Convencido de que Cristo es la verdadera medida del hombre, y sabiendo que en él se encuentra la fuerza necesaria para afrontar toda prueba, deseo anunciarles abiertamente al Señor Jesús como Camino, Verdad y Vida. En él todos hallarán la plena libertad, la luz para entender con hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor.
La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27). Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo. Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo animar a las instancias gubernamentales de la Nación a reforzar lo ya alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana.
El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las generaciones futuras.
Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar.
Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela, educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sesta, Madrid 1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad.
Invocando la materna protección de María Santísima, pidamos que cada vez que participemos en la Eucaristía nos hagamos también testigos de la caridad, que responde al mal con el bien (cf. Rm 12,21), ofreciéndonos como hostia viva a quien amorosamente se entregó por nosotros. Caminemos a la luz de Cristo, que es el que puede destruir la tiniebla del error. Supliquémosle que, con el valor y la reciedumbre de los santos, lleguemos a dar una respuesta libre, generosa y coherente a Dios, sin miedos ni rencores. Amén.