La pequeña Diana, de 8 años, tiene cáncer y debe someterse a quimioterapia en Quito cada 10 días. Su madre confiesa que no puede asumirlo
(Irene López Alonso, Ecuador).- En la Amazonía ecuatoriana, en el cantón de Shushufindi, se encuentran los yacimientos petrolíferos de Yasuní. Allí, entre los pozos petroleros y los mecheros que lanzan llamas entre la vegetación, viven todavía multitud de familias que se exponen día a día a los humos nocivos y al agua contaminada. Todo era patrimonio de la empresa Chevron, luego llamada Texaco, culpable directa de las piscinas de chapapote que Ermel Chávez nos enseña en la provincia amazónica.
Él es el secretario de incidencia política del Frente de Defensa de la Amazonía, movimiento indígena que lideró el pleito contra la Texaco, y que trabajó junto al gobierno de Correa en la reubicación de familias damnificadas por la explotación petrolera. «Este gobierno le cerró las puertas a la Texaco», cuenta, y nos explica en qué consisten los Planes de Reparación Ambiental y Social, dirigidos a la Asamblea de Afectados, en los que hoy en día trabaja Manos Unidas.
Pronto lo descubrimos con nuestros propios ojos: en medio de la selva, en una zona al parecer controlada por narcotraficantes que buscan gasolina blanca para refinar y convertir en cocaína, vive Estuardo López con su familia. Junto a su casa de tablas hay un tanque de agua con depuradora, que tiene desde hace 2 años gracias a Manos Unidas.
«Negrita negrita bajaba antes el agua», recuerda. Ahora tienen agua potable para beber y para cocinar (aunque no les llega para bañarse), pero su mujer padece una enfermedad de riñón que contrajo debido al agua sucia del petróleo. «Ya llevamos gastados 20 mil dólares en tratamiento», explica Estuardo. «Y sólo recibimos 7 de indemnización».
En una parroquia cercana llamada La Joya de los Sachas vive Marisol Urbano con sus 4 hijas. Ellas también bebían agua contaminada debido a los derrames de petróleo, y ahora tienen otro de los tanques que Manos Unidas ha instalado por la zona. Pero, lamentablemente, las enfermedades no desaparecen con agua y jabón.
La pequeña Diana, de 8 años, tiene cáncer y debe someterse a quimioterapia en Quito cada 10 días. Su madre, sola a cargo de sus hijas en medio del inhóspito Amazonas, confiesa que no puede asumirlo: «Cuando tengo plata vamos a Quito, cuando no tengo no vamos».
Mientras, en la capital del país, los fieles de «la guadalupana» celebran su consagración en la Basílica del Voto Nacional. «¡Viva la mamita de Guadalupe!», corean, y encienden farolillos en el patio.
En Quito, llamada por algunos «el claustro de América», nos encontramos con el Padre Graciano, sacerdote de origen italiano fundador de MCCH, que ahora es párroco del Cristo Resucitado. Lleva 40 años trabajando en el Ecuador, y ha estado 6 veces en la cárcel. «A pesar de que soy absolutamente no violento», dice, risueño; y nos explica que le acusaron de pertenecer al movimiento «Alfaro Vive, Carajo» (una especie de Sendero Luminoso que instigaba la guerrilla entre los campesinos ecuatorianos).
Ahora se dedica, desde MCCH -la contraparte local de Manos Unidas-, a promover el comercio justo y el «rande bande» (darse las manos en quichua); creando centros de acopio y tiendas comunitarias, fincas cacaoteras con prácticas «amigables al ambiente»… desde los principios de «calidad y calidez» y de «fe liberadora».
La hermana María Jesús Pérez, franciscana española, lleva 28 en Ecuador junto al padre Graciano. Ella nos cuenta que la fe liberadora consiste, sencillamente, en que «Dios Padre y Madre quiere que sus hijos vivan alegres y con dignidad». Y eso pasa, para los productores de cacao de la costa ecuatoriana, por disminuir la cadena de intermediarios en el proceso productivo.
«En nuestras celebraciones ecuménicas mezclamos las tradiciones afroamericanas, las indígenas y las cristianas», dice el padre Graciano, que un día antes de recibirnos se encontraba en Esmeraldas (la provincia con mayoría de población negra), celebrando la Misa Campesina y la Acción de Gracias de la Cosecha.
«En el pueblo indígena hay lindos líderes«, concluye. «Ellos nos han enseñado a ser agradecidos».