Olvidan que Roma ya no bendice cacerías. Y que a algunos jerarcas peruanos (sobre todo a su cardenal Cipriani) se la ha quedado parado el reloj
(José Manuel Vidal).- No se enteran o no quieren enterarse de que, en Roma, han cambiado los vientos. Y ahora soplan «buenos aires» procedentes de Baires. Los talibanes o los del retrovisor están que muerden. Este Papa les descoloca, les descabala, les echa por tierra todo su castillo de naipes de la Iglesia de la condena. Y no lo soportan. Arrastrados por su rabia interna siguen dejándose llevar por la inercia. Y continúan tirando-piedras y encendiendo-hogueras. Incluso en pleno ferragosto español y en pleno invierno latinoamericano.
Las dos últimas en Latinoamérica, la patria del Papa de la bondad y de la ternura. Y las dos casi al mismo tiempo. Una para quemar un curso de la Universidad Javeriana (de los jesuitas colombianos) sobre la homosexualidad. Otra, para linchar a Sor Teresa Forcades en Perú.
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