Una Iglesia misionera necesita de un estilo austero y transparente en el que aparezca con toda su fuerza la persona y el evangelio de Jesucristo. La misión crece por el anuncio y el testimonio, necesita testigos
(Patricio Downes).- El Episcopado de la Argentina inició su última reunión plenaria del año con una advertencia sobre el «clima de enfrentamiento que puede sembrar semillas de enemistad social». «Parecería que los argentinos no nos queremos ni nos cuidamos, nos enredamos en un estéril juego dialéctico que nos enfrenta, descalifica y hace difícil ese encuentro que nos permita crecer como Nación», dijo el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), José María Arancedo, al inicio de la 106ª asamblea de los obispos argentinos.
Es que la situación política continúa muy tensa, a una semana de las elecciones de medio término en las que el Gobierno de Cristina Kirchner fue derrotada en los principales distritos argentinos pero mantuvo su mayoría en el Congreso. Los obispos analizarán además la marcha de las reformas propuestas por la Corte Suprema al Código Civil, que deberán ser analizadas por los diputados y senadores. Entre otras cosas se propone la gestación de bebés en vientres alquilados y mayores facilidades para quienes quieran divorciarse, mediante la eliminación de determinados requisitos. Además incluye la posibilidad de aborto no punible y la fecundación post mortem, mediante el uso de material genético de personas ya fallecidas.
Arancedo hizo su llamado recordando que en Lumen Gentium, el Concilio Vaticano II definió que la Iglesia «es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todos los hombres» (L. G. 1). Mencionó en la homilía de la misa inaugural del encuentro, en una casa religiosa a unos 90 kilómetros al oeste de Buenos Aires, que existe en la Argentina «una devaluación de la palabra que debilita la confianza en las relaciones, junto a un clima de enfrentamiento que, temo, pueda sembrar semillas de enemistad social». Luego pidió que se recupere «el valor de la palabra como instrumento de un diálogo sincero, creíble y respetuoso, que nos permita crecer en una cultura del encuentro».
Las deliberaciones se extenderán hasta el sábado y un centenar de obispos mantendrá un «intercambio de ideas, inquietudes e iniciativas» sobre la actualidad religiosa y social de la Argentina, que puede derivar en la redacción de un documento o declaración sobre temas de coyuntura. El plenario episcopal continuará con el seguimiento del proyecto oficial de reforma al Código Civil, un tema que Arancedo conversó en reuniones con la Presidenta Kirchner y que podría tener cambios en puntos sensibles como el aborto, la fecundación postmortem y el alquiler de vientres.
Arancedo, amigo personal del papa Francisco, dijo que en la Jornada Mundial de la Juventud en Rio de Janeiro se presentó «de un modo claro y exigente, la dimensión misionera de la Iglesia«. «Este camino eclesial, que reconoce momentos muy ricos en Evangelii Nuntiandi y Redemptoris Missio, ha tenido un anclaje providencial en Aparecida. Me atrevería a decir que sus Conclusiones han sido un fecundo servicio teológico-pastoral al magisterio de la Iglesia Universal. Debemos dar gracias a Dios por la recepción que han tenido entre nosotros la Carta sobre la Misión Continental y las Orientaciones Pastorales. Estos hechos, que urgen la dimensión misionera de la Iglesia, nos hablan principalmente a nosotros, llamados a presidir y animar la vida pastoral de la Iglesia». Aparecida ha sido precisamente el texto sobre el que trabajó como redactor el entonces cardenal Jorge Bergoglio.
Los que siguen son los párrafos siguientes de la homilía de monseñor Arancedo:
Una Iglesia misionera necesita de un estilo austero y transparente en el que aparezca con toda su fuerza la persona y el evangelio de Jesucristo. La misión crece por el anuncio y el testimonio, necesita testigos. La fuerza de la misión está en esa presencia del Espíritu que todo lo transforma y que se manifiesta en esos frutos simples de: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza y mansedumbre» (Gal. 5, 22-23). Es bueno recordar el sentido siempre actual y siempre nuevo que tienen las palabras del Señor cuando envía a los doce: «no lleven más que un bastón, ni pan, ni alforjas, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas» (Mc. 6, 7-13). El evangelio se encuentra más cómodo con medios pobres. El espíritu de pobreza, que es signo de confianza en Dios, nos ayuda a vivir el llamado a la «conversión pastoral», que definíamos como: «la firme intención de asumir el estilo evangélico de Jesucristo en todo lo que hacemos. Estilo que exige la acogida cordial, la disponibilidad, la pobreza, la bondad y la atención a las necesidades de los demás» (Carta Misión Continental, 14).
Cuando el Concilio Vaticano II nos dice que: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todos los hombres» (L. G. 1), esta afirmación tiene, en Cristo, una mirada que orienta la misión de la Iglesia hacia la realidad de este mundo a la que ha sido enviada. La fe en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, pone a la Iglesia en el corazón mismo de este mundo, que tiene sus luces pero también sus sombras y heridas. Considero, a una de ellas, la devaluación de la palabra que debilita la confianza en las relaciones, junto a un clima de enfrentamiento que, temo, pueda sembrar semillas de enemistad social. Necesitamos recuperar el valor de la palabra como instrumento de un diálogo sincero, creíble y respetuoso, que nos permita crecer en una cultura del encuentro. Parecería que los argentinos no nos queremos ni nos cuidamos, nos enredamos en un estéril juego dialéctico que nos enfrenta, descalifica y hace difícil ese encuentro que nos permita crecer como Nación.
Es necesario, nos dice Aparecida: «educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre reconciliadora de Cristo nos da la fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad» (Ap. 535). Tomar el camino de la verdad, la justicia, la justa reparación y la reconciliación es participar del amor creador y redentor de Dios. Con ella nace algo nuevo que nos permitirá construir una Patria más justa y fraterna. Desde el Evangelio no se confunde reconciliación con impunidad.
Estas reflexiones son una de las metas que propusimos en el camino Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad. Ser servidores de este camino de encuentro que hace a la «unidad de todos los hombres», como afirma el Concilio tiene, su fuente en Dios, su realización y mandato en Cristo y su mediación sacramental en la misión de la Iglesia. Recuerdo por su actualidad un texto de Iglesia y Comunidad Nacional que, con una actitud de presencia y de amor a la Patria decía: «no hay democracia posible sin una leal convergencia de aspiraciones e intereses entre todos los sectores de la vida política con miras a armonizar el bien común, el bien sectorial y el bien personal, buscando una fórmula de convivencia y desarrollo de la pluralidad dentro de la unidad de objetivos fundamentales» (ICN, 127). En este sentido el noble ejercicio de la política, como parte de la ética y en el marco institucional de la República, adquiere todo su valor como tarea al servicio del bien común.
Que María Santísima, Nuestra Madre de Luján, acompañe nuestras reflexiones en esta Asamblea Plenaria, para fortalecer nuestro afecto colegial, animar la pastoral orgánica y servir a todos nuestros hermanos, desde el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.