Mientras la vida sigue con los ojos abiertos ellos los cierran quizás para no verse
(Celam)- Los medios del mundo se han puesto de acuerdo en descorrer el velo de un drama que acontece a la par que se desarrolla el Mundial de Futbol en tierra brasileña. Los datos estremecen: de los 12 estados en los que la audiencia global pondrá su ojo de «Gran Hermano» para ver rodar la pelota en partidos que prometen sorpresa y adrenalina deportiva, 5 lideran el ranking de las denuncias por explotación sexual infantil.
Muchas son las voces que se alzaron y se alzan, tanto en los tiempos previos al Mundial como ahora durante su desarrollo, para que el tema de la prostitución infantil asociado a la pobreza endémica del Brasil se hagan un lugar entre las noticias. Pobreza y drogas que, juntas, hacen nido en la oferta sexual de las niñas a lo largo de la tristemente conocida Ruta BR 116.
Según se extrae del informe realizado por la Brunel University y que hizo público la Childhood Brasil, que analiza los grandes eventos deportivos, se constató que:
Durante el Mundial de Sudáfrica en 2010 se registraron 40.000 casos de explotación infantil (aumento del 63%) y 73.000 denuncias de abusos contra mujeres (83% más).
En el 2006, en el Mundial de Alemania, fueron 20.000 los casos contra menores (aumento de 28%) y 51.000 abusos a mujeres (49% más).
Las Olimpiadas de Grecia en 2012 dejaron un saldo de al menos 33.000 abusos contra menores (aumento de 87%) y 80.000 casos contra mujeres (78% más).
El gobierno brasileño ha hecho esfuerzos para reducir la pobreza mediante la implementación de planes sociales que llegan a los más pobres. Sin embargo, el 18% de la población del Brasil hoy, después de haber llevado adelante uno de los Mundiales más caros de la historia, todavía es pobre. Y esa pobreza es el marco más propicio para que muchas niñas y jovencitas vean en la prostitución una salida económica. Sumemos a estos datos que se detecta una cierta indiferencia por parte de las fuerzas policiales frente a esta crudísima realidad, amén de que la sociedad brasileña es en gran medida muy machista y no tiene internalizada la protección de sus niñas.
La ley en Brasil no penaliza el ejercicio de la prostitución si se es mayor de edad; lo que sí es ilegal es poseer un local en el cual se la ejerza.
Hace algunos años, visité Fortaleza en clave de vacaciones. En las agencias de viaje promocionan ese destino como un auténtico paraíso. Producto de esos días inolvidables, quedó el texto que les comparto a continuación, casi como un fruto que ha tallado mi alma sin retorno; algunas imágenes de la decadencia humana, desprecio por la niñez y la ancianidad, que presencié en aquellos días no las olvidaré jamás. Y me propuse hacer visible la cuestión de la prostitución infantil como una obligación que desestima de cuajo tanto demoras como ambages:
Una escapada a Fortaleza
El verano pasado como teleaudiencia tuvimos -como ya nos tienen acostumbrados nuestros supercreativos publicitarios argentinos cuando se sientan a pensar jingles para gaseosas de marcas mundialmente conocidas o cervezas de las mejores de nuestro querido país- el «jitazo». Ése que nos hizo reír, cantar y hasta bailar. Esa letra y música que nos comprenden como argentinos hasta la médula. Y fue justamente el verano pasado que una de esas estrofas requeterepetidas desde los televisores decía «Harta más que harta de rutinas / le dijo necesito una sorpresa / él le propuso nos casamos el domingo / ella quería una escapada a Fortaleza«.
Esa frasecita se fue transformando durante el año en un gusanito pensador, pícaro e insistente en mi cabecita. Me dieron ganas de conocer esas lejanías tan cercanas al Ecuador… Y tuve mi escapada a Fortaleza. Parabens! Allá fui. Con la perspectiva del tibio mar, las playas y los cocoteros, windsurfistas incansables, langosta-ostras-camarones, y, por supuesto, ¡caipirinha!
Algo en el paisaje se me había olvidado en la utopía de la construcción de mi escapada. Algo se había perdido en la oscuridad de la noche de mis sueños mientras imaginaba cómo sería esa playa, ese mar, esa arena. Algo. Alguien. Alguienes. El pueblo de Fortaleza, estado de Ceará, Brasil. Ellos no estaban en mis ensoñaciones de descanso y sol. Sin embargo, con el transcurrir de los días en esa enorme ciudad balnearia, fueron los lugareños los verdaderos protagonistas en mi corazón.
La chiquita de 10 u 11 años aprox que se acercaba a los turistas italianos y holandeses, para ofrecerles su cuerpito casi sin curvas, morena envuelta su piel, flaquita.
Uno de los mozos del hotel se empeñó en destacar el fútbol en nuestras conversaciones. Y, a mí que no me gusta, le di letra sobre Maradona, Kaká, Ronaldinho, Messi y Tévez para que el intercambio fuera por lo menos digno de dos habitantes miembros del Mercosur.
Minervina. Esa mujer desdentada, de más de 70 y menos de 90 años que caminaba la playa ida y vuelta un par de veces por día para vender sus collares de coco, cada hebra con un poco de sus ojos y sus manos. Cada palabra con un poco de mi abuela y de la tuya.
Al acercarse, yo cerraba los párpados y sabía que él llegaba. Un olorcito a quesito calentito. Las brasas tan inminentes. Les presento a Ricardo, 7 años, vendedor que «queisho quenchi». Tan hombrecito ante la vida.
Y en cualquier calle, cualquiera: jóvenes, viejos, mujeres, hombres, niños, adolescentes, de día o de noche, en el asfalto o sobre cartones, allí estaban ellos. Los que duermen en la calle. Muchos. Descalzos hasta la nuca muchas veces. Mientras la vida sigue con los ojos abiertos ellos los cierran quizás para no verse.
Les descorro el telón: con ustedes, los protagonistas de mi escapada a Fortaleza. Esa escapada que no voy a olvidar jamás. Porque he mirado una y otra vez el cielo cearense preguntándole a Dios por qué.