El dialogo interreligioso será una de las claves en el papado del tío. Él esta convencido de que la Iglesia no tiene la exclusividad de Dios
(Mojca Širok, Tierras de América)- Maria Inés Narvaja tiene una sonrisa que le ilumina el rostro. No quería que la enfocáramos con las cámaras o que le sacáramos fotos. Tuve que insistir para que nos diera por lo menos una fotografía de cuando era niña. O alguna de su familia. Al final, abrió un portafolios y sacó un montón de viejas fotografías. Yo comprendí enseguida cuál tenía que pedirle: una pequeña, en blanco y negro, donde se ve a su madre, Marta Regina Bergoglio Sívori, junto a su hermano Jorge Mario Bergoglio. Resulta muy claro de dónde proviene esa sonrisa.
Ésta es la primera entrevista que le hacen. Hasta ahora, la única hermana del Papa que todavía vive, María Elena, era la que hablaba con los periodistas. Pero yo sabía que María Inés estaba casada con un esloveno, un hijo de inmigrantes eslovenos, y durante mucho tiempo la estuve buscando. No fue fácil convencerla, pero al final hicimos una especie de pacto: mi vida sigue siendo privada, pero los recuerdos de mi tío ya no pueden ser solamente míos. Y así llegamos a la entrevista.
¿Cómo era el tío Jorge? ¿Estaban unidos?
Los tíos son muy importantes para nosotros; eran 5 hermanos y con todos los tíos siempre tuvimos una relación muy cercana. Cada vez que teníamos que resolver alguna cuestión de estudio o de trabajo, hablábamos con nuestros padres, pero mamá siempre decía: «habla con el tío, preguntále al tío». Siempre estuvo muy presente en nuestras vidas, para acompañarnos, para aconsejarnos. Era una autoridad muy presente, pero también muy exigente; siempre pensábamos: «qué me va a decir el tío», y al mismo tiempo nos ayudaba mucho, nos contenía.
¿Qué tipo de consejos le pedían?
Sobre la vida. Sobre la escuela, sobre la religión, sobre Dios, sobre las relaciones con las personas. El tío tiene muy buen humor, nos reíamos mucho. Los dos estudiamos literatura y compartíamos eso. Teníamos conversaciones a veces muy místicas y a veces muy sencillas en las que nos reíamos de alguna situación. A él le gustan los juegos de palabras. Uno puede decir malas palabras delante de él y no pasa nada. Ayer hablé con él y conversamos como si nada.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de su tío?
No estoy muy segura si fue exactamente así, porque era muy chiquita. Recuerdo que, cuando él estaba viviendo en Córdoba, me llevaba sentada sobre las rodillas y yo manejaba por la montaña; después me enseñó a manejar. Yo era chica y él miraba con atención cómo lo hacía.
¿Qué era lo que más le gustaba de él?
El buen humor, tiene muy buen humor. Después, la disciplina, es muy disciplinado; yo casi puedo prever cuándo va a llamar por teléfono, el día y la hora, porque siempre hace las cosas en un día determinado. Y el amor a Dios, a Jesús sobre todo, y a los más pobres. Eso es algo que siempre nos inculcó el tío: preocuparnos por los más pobres, comprometernos como laicos en política, en asociaciones, para ayudar a los demás. Es algo muy fuerte en él y también en mi mamá; se ve que mis abuelos se lo inculcaron con fuerza.
¿Era así antes de ser obispo?
Si, siempre fue así; mis hermanos mayores tenían 15, 16 años y todos los sábados y domingos iban a la parroquia del tío a ayudar a los más pobres, a dar catequesis, a darles el desayuno. Yo era muy chica en aquel momento, pero ellos iban siempre.
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