No puedes desconocer que perteneces a una de las diversas clases de víctimas de Karadima. Esa marca la tienes y te acompañará donde vayas
(Juan Luis Ysern, obispo emérito de Ancud).- Querido Hermano Juan: Me he decidido a escribirte esta carta que, aunque es personal, quiero también hacerla pública porque habiéndome referido a ti en algunas entrevistas realizadas en medios de comunicación social, estando yo discrepante a tu modo de pensar, no quiero, de ningún modo, que alguien piense que tengo algo contra ti. Nada más falso que eso. Por lo demás, no puedo de agradecerte la deferencia y amabilidad con que siempre me has tratado. Tengo que reconocerlo y expresarte mi gratitud.
Me produce gran dolor pensar que estás sufriendo mucho y que mis expresiones hayan podido contribuir a aumentar tu sufrimiento. De este modo sufrimos los dos. Me siento unido a ti en la angustia que con seguridad estás viviendo. Lo contrario sería pensar que no eres persona humana.
Es más, cuando he dicho en alguna ocasión que yo si estuviera en tu situación presentaría la renuncia al ministerio pastoral que te ha encomendado el Papa, no lo he dicho pensando solamente en el sentido de evitar el desconcierto de la gente, sino también pensando en ti más de lo que te puedes imaginar, esto es, pensando en el modo de evitarte la angustia que la situación te tiene que producir. Es algo inhumano que Dios no lo quiere ni para ti ni para la gente.
Voy a decirte algo que muy pocos saben. Hubo un momento de mi vida, poco tiempo después de ser nombrado Obispo, estando en Calama, que yo renuncié, no a Calama sino, con más radicalidad, al Episcopado mismo. Sí, pedí al Nuncio, Mons. Sotero Sanz, y al Presidente de la Conferencia Episcopal, el Cardenal Silva, que me liberaran del Episcopado. Hubiera quedado como emérito de inmediato para seguir ejerciendo mi labor como sacerdote. Nunca me dijeron por qué no me dejaron como emérito.
Llegué a Calama un año antes del golpe militar, hacía poco se había iniciado una experiencia de sacerdotes obreros en Chuquicamata. Estos sacerdotes obreros formaban un equipo en el que había algunos teólogos destacados. Trabajaban en la mina y, al mismo tiempo llevaban un proceso de reflexión teológica que me parecía seguido con mucha profundidad, incluso en consulta a Karl Rahner que era un teólogo muy querido y admirado por mí y que, como es sabido, tuvo una gran participación en el Concilio. Pero el sacerdote ideólogo de esta experiencia tenía una psicología muy difícil y complicada de modo que se hizo insoportable para los otros sacerdotes de la pastoral ordinaria.
Los sacerdotes de la pastoral ordinaria eran venidos de España lo mismo que yo y eran muy queridos por la gente, dada la gran entrega con la que realizaban su ministerio. Pero la división entre los dos grupos de sacerdotes era muy grande. Te aseguro que mi mayor preocupación era buscar caminos para conseguir la superación de los conflictos pero no fui capaz y los sacerdotes de la pastoral ordinaria me plantearon que, como veían imposible seguir en Calama estando allí el sacerdote al que me referí como ideólogo de la experiencia, me dijeron que si no expulsaba a ese sacerdote se iban ellos, a lo que respondí que no podía expulsar a un sacerdote por presión de otros.
Ante eso se fueron ellos. Puedes imaginarte la situación que se me produjo. La gente vio el problema como una situación en la que yo tenía que elegir entre unos sacerdotes u otros y con ese planteamiento no se podía comprender que yo hubiera preferido quedarme con los sacerdotes obreros cuya labor no era entendida y que no atendían la pastoral ordinaria.
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