Mañana, despedida de Ecuador con una gran misa en el Parque del Bicentenario, que desde primeras horas de la tarde ya se encontraba lleno. Será una noche larga, y previsiblemente pasada por agua, para decenas de miles de personas
(J. Bastante).- Minutos después de abandonar el palacio presidencial, el Santo Padre cruzó la plaza para dirigirse a la catedral quiteña, en una brevísima visita que a muchos dejó con la miel en los labios. El arzobispo Fausto Trávez hizo de maestro de ceremonias del Pontífice, quien tal vez quedó demasiado tiempo «retenido» por el presidente Correa, y no leyó el discurso que estaba previsto inicialmente.
Tras una breve oración ante el sagrario, y una oración ante la Virgen, acompañado del séquito papal, Francisco se dirigió al altar, donde se le recibió con el célebre Pescador de Hombres. Él, Bergoglio, había llegado a la orilla, sin buscar a pobres o a ricos, llevando el mensaje del Evangelio a todos los rincones de la Tierra. Incluso al país que marca el centro de este planeta que sufre y llora por la injusticia y la pobreza.
«Les voy a dar la bendición para cada uno de ustedes, sus familias, sus seres queridos, y para este gran y noble pueblo ecuatoriano, para que no haya diferencias, no haya exclusiones, que no haya gente que se descarte, que todos sean hermanos, que se incluyan a todos y no haya ninguno que esté fuera de esta gran nación ecuatoriana», improvisó el Papa a la salida de la catedral ante miles de personas, con los que rezó el Ave María.
«Por favor, les pido que recen por mí. Buenas noches y hasta mañana«, concluyó, antes de subir al fiat gris plateado que le llevó hasta Nunciatura. Acaba un día agotador para Francisco. Mañana, despedida de Ecuador con una gran misa en el Parque del Bicentenario, que desde primeras horas de la tarde ya se encontraba lleno. Será una noche larga, y previsiblemente pasada por agua, para decenas de miles de personas.