La gente llegada de trabajar en su chacra se baña, y allí mismo donde eché la siestecita se arma la misa
(César Luis Caro).- Mi madre siempre quiere que le diga los pueblos que voy a visitar lejotes, y los busca en google maps o algo así; esta vez me dice: «Hijo, he mirado Luz del Oriente y aparece que no hay ná». Y es que realmente es así, no hay casi nada. De hecho, cuando llego avanzada la tarde, no veo a nadie y solo se oye el rumor del río, ya en el corazón de esta montaña.
El río Huambo discurre paralelo a la carretera, que siempre te parece peor cuando vas por ella y tus riñones crujen. Luz del Oriente es la punta, donde termina la «trocha carrozable», pero aun hay otros caseríos más adentro: Triángulo, La Unión… Habrá que proponerse ir (Diosito). Las casas están cerradas, pero veo a dos hombres sentados bajo el tejado exterior del salón comunal, que ahorita hace de escuela (la evacuaron por peligro de derrumbes…). Voy y charlo con ellos, pero pronto se marchan y me quedo solito. Y me duermo.
Al rato me despierta la voz de Jonathan, «¡es el carro del padre!». No están avisados de mi visita. Como aquí no hay señal de telefonía móvil, hay que llamar al Gilat, que es el teléfono satelital que tienen los pueblos alejados; y yo llamé, pero por lo visto descuelga cualquiera que pasa por allí, se queda con el recado pero luego no anuncia que hay Eucaristía. Ya hemos quedado en que preguntaré por María, que vive junto a la cabina, y ella sí pasará la voz. Casi lo mismo da: en un rato la gente llegada de trabajar en su chacra se baña, y allí mismo donde eché la siestecita se arma la misa.
Para leer el artículo completo, pinche aquí.