Aprovecharon que estaba en la barraca donde se quedaba en cuarentena cuando volvía de una aldea, para no contagiar
(Luis M. Modino, corresponsal en Brasil).- Los jesuitas siempre han estado presentes en las «fronteras». De hecho, el primer Papa jesuita repite frecuentemente que tenemos que hacernos presentes en las periferias. Uno de estos jesuitas comprometidos con las causas de los excluidos fue Vicente Cañas Costa, nacido en Albacete, el 22 de octubre de 1939 y asesinado en Mato Grosso, Brasil, el 6 de abril de 1987.
El padre Vicente, que formaba parte del CIMI (Consejo Indigenista Misionero, por sus siglas en portugués), comenzó en 1974 a tener los primeros contactos con los indígenas Enawenê-nawê, que vivían aislados voluntariamente en el estado de Mato Grosso. En 1977 decidió vivir entre ellos, junto con el también jesuita Tomás Aquino Lisboa, aprendiendo su lengua, asumiendo sus costumbres y forma de vida, siendo conocido como Kiwxi y considerado como un miembro más de su pueblo por los propios indígenas. Durante diez años trabajó en la preservación de su territorio y demarcación de la tierra indígena y en las cuestiones relacionadas con la salud.
Los misioneros estaban preocupados con los abusos de los terratenientes de la región, que llegaban, ocupaban grandes espacios de tierra y mataban a los indígenas que allí estaban. Estamos hablando de la época de la Dictadura militar, en la que la persecución y tentativa de exterminio de los indígenas fue cruel y constante. Ante esta situación, la presencia y sobre todo las actitudes de los jesuitas, incomodaba a los terratenientes, y por eso, diez años después, mandaron asesinarle.
La orden vino del dueño de la Hacienda Londrina, Pedro Chiqetti, que se había apropiado ilegalmente de una gran extensión de terreno dentro de la tierra indígena de los Enawenê y contó con la colaboración del delegado de la Policía de la ciudad de Juína, que contrató a los matones para llevar a cabo el asesinato.
Vicente Cañas estaba en una barraca apartada de la aldea donde guardaba las «cosas de blanco», radio, ropa, utensilios, herramientas, y donde se quedaba en cuarentena cuando volvía para la aldea después de algún tiempo fuera, con el propósito de no contagiar enfermedades de fuera a los indígenas. Fue esa la situación que los seis enviados por el terrateniente aprovecharon para cometer el vil asesinato. Fue apaleado y apuñalado hasta morir, queriendo de esta forma echar la culpa a los indígenas, bajo el argumento de que éstos no estarían contentos con su presencia entre ellos.
Tras un tiempo sin dar señales de vida, su compañero jesuita fue en su busca y encontró el cuerpo momificado, que sería enterrado por los indígenas en la tierra en la que había pasado los últimos años de su vida.
El juicio del asesinato tuvo lugar 19 años después y nadie fue condenado por falta de pruebas, pues mucha gente tenía miedo de testificar y correr la misma suerte del Padre Vicente, cosa que no resulta extraña en muchas regiones de Brasil, donde la vida no vale nada y acabar con ella es demasiado fácil y barato.
La noticia está en que el Tribunal Regional Federal de la 1ª Región del estado de Mato Grosso ha determinado la realización de un nuevo juicio, pues en el llevado a cabo en la época, los jurados no tuvieron en cuenta pruebas sustanciales dentro del proceso.
De hecho, el delegado de Juína, Ronaldo Antonio Osmar, uno de los implicados en el asesinato, fue quien condujo las posteriores investigaciones, manipulando las pruebas para que la acusación cayese sobre los indígenas, como hoy en día reconoce el ministerio fiscal. A esto se unió la desaparición de pruebas periciales, como el propio cráneo del misionero jesuita, que «misteriosamente» desapareció del Instituto Médico Legal de Belo Horizonte, donde estaba siendo llevado a cabo el análisis forense, para días después ser encontrado en una plaza de la ciudad.
El Ministerio Público Federal acaba de denunciar en los últimos días que «los jurados, realmente, miraron para otro lado ante el conjunto de pruebas, ignorando las declaraciones recogidas en la fase de instrucción, en confrontación únicamente con el interrogatorio del reo, que todo el tiempo negó su participación en el episodio, lo que ya era de esperar».
Esperemos que la reapertura del proceso pueda ayudar al esclarecimiento público de la verdad. Independientemente de eso, podemos decir que Vicente Cañas fue un mártir de la causa de los pobres, de los siempre perseguidos pueblos originarios. Su fe le llevó a vivir en las periferias y dar la vida por un mundo mejor para todos, por el Reino.