Los últimos momentos del Congreso han servido para homenajear a Juan Bautista Libanio, jesuita brasileño
(Luis M. Modino, enviado especial a Belo Horizonte).- Ha sido clausurado el II Congreso Continental de Teología, que desde el pasado día 26 se ha celebrado en la ciudad brasileña de Belo Horizonte. El final de estos días de reflexión ha llegado en un clima de esperanza que nos lleva a continuar encontrando caminos de evangelización que permitan hacer presente una «Iglesia que camina con Espíritu y desde los pobres».
Todo partiendo de la «urgencia de lo esencial», como reconocía Pedro Trigo, jesuita de origen riojano y que ha desarrollado la mayor parte de su vida teológica en Venezuela, quien afirmaba que Dios no se revela en la religión organizada, ni en la historia, sino en la vida histórica, una encarnación solidaria en la humanidad, desde donde cobra sentido la denuncia de la exclusión.
El desafío que surge en nuestro horizonte, en opinión del hijo de San Ignacio, es echar tiempo con los pobres de la tierra, que son el único lugar de solidaridad real, una solidaridad que nace desde abajo y que sólo tiene sentido cuando se da desde la cotidianeidad. Los pobres, en su opinión, no pueden ser una causa y sí aquellos que forman parte de nuestro día a día, nuestros compañeros de vida, pues la misericordia sólo es cristiana cuando es recíproca.
Usando un término de Ellacuría, decía que los Pobres con Espíritu son el corazón de la Iglesia, que sólo es de los pobres cuando en ella éstos son sujetos.
Tras la brillante intervención del teólogo jesuita, la teóloga colombiana Isabel Corpas, junto con el politólogo mexicano Juan Luis Hernández y el jesuita de la UCA de El Salvador, Juan Hernández Pico, han mostrado los «frutos que el Espíritu nos ofrece hoy», resumiendo brillantemente lo vivido durante estos días de reflexión conjunta.
La teóloga colombiana hablaba de la acción del Espíritu en medio de la humanidad como chispazos y, basada en la Escritura, recordaba la necesidad de actuar con la energía del Espíritu Santo y ser fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tienen, en reunirse para partir el pan y en la oración, y «que todos se sienten en la mesa, en la comensalidad de los frutos de la tierra», como señala en estos días Leonardo Boff.
Que todos se sienten a la mesa es un desafío que no se ha resuelto en América Latina, donde el pecado estructural, como decía Juan Hernández Pico, se hace presente en la injusticia cometida contra los pobres de Jesucristo, que han irrumpido en la Iglesia a través de las comunidades eclesiales de base, enseñando a los cristianos con su lucha por la vida, sabiendo que acompañarles y defenderles se paga a veces con el martirio.
El teólogo de la UCA constata que la teología latinoamericana parte de la realidad, lo que la convierte en una teología de ojos abiertos sobre el mundo, más misericordiosa. Esta forma de hacer teología ha recuperado protagonismo con la elección de Francisco y tiene el reto de mantener su creatividad en la opción por los pobres. Desde ahí, la Iglesia Latinoamericana ha de evangelizar desde la profecía, que nace de las bienaventuranzas, y el servicio, construyendo igualdad y estando siempre en actitud de salida.
Juan Luis Hernández, desde su condición de politólogo, reconocía abiertamente que los cambios en la iglesia latinoamericana animados por la teología de la liberación sí han impactado en los cambios sociales, económicos, culturales y políticos de nuestros países. Así mismo, señala que la lectura de la Biblia hizo que el pueblo, animado por el poder de los pequeños, se organizase y articulase para resistir y cambiar a sus dictaduras de ayer y de hoy. La Teología de la Liberación ha enseñado a salir en busca de los pobres de Jesucristo, a ser proféticos, a construir la paz en medio de tantas situaciones de violencia, lo que ha hecho que, en medio del deterioro institucional generalizado, nuestra iglesia siga teniendo credibilidad, aceptación y fuerza transformadora en América Latina, a pesar de sus escándalos y contradicciones.
Desde ahí, el profesor de la Universidad de Puebla, siente necesidad de cambiar nuestra iglesia, para hacerla más inclusiva y misericordiosa, y sea formadora de ciudadanos que con pasión y densidad se hagan cargo de la realidad, con simpatía y compasión, desde la cotidianidad.
Los últimos momentos del Congreso han servido para homenajear a Juan Bautista Libanio, jesuita brasileño, siempre empeñado en mostrar al mundo el rostro del Dios Liberador y fallecido en 2014. Su hermano en la Compañía de Jesús, Jaldemir Vitorio, le definía como «un hombre bueno que merece ser recordado».
Así mismo, fue momento para agradecer a quienes hicieron posible este Congreso y, en ellos, a Sylvia Alsina Gallardo, que contempló desde el cielo lo que preparó durante tanto tiempo.
Se pueden hacer muchas lecturas de estos días de reflexión, pero los frutos de tanta y rica reflexión sólo van a aparecer poco a poco, en la medida en que la Iglesia asuma que para construir el Reino tiene que caminar con el Espíritu y desde los pobres.
Contar todo esto ha sido un placer, pues escuchar y compartir las enseñanzas de hombres y mujeres que dedican su tiempo a un pensamiento teológico que parte de la realidad y quiere ser fuerza de transformación, siempre muestra el camino para experimentar que lo que Jesús nos dice en Mateo 25 es la forma de descubrirle, seguirle y amarle cada día más.