La Iglesia de la Liberación mantiene viva la idea de que la gloria de Dios es la vida de los pobres y la defensa de la vida de los pobres
(Luis M. Modino, corresponsal en Brasil).- Este próximo lunes, 16 de noviembre, se cumplen 50 años del Pacto de las Catacumbas, con el que un grupo de obispos participantes del Concilio Vaticano II hicieron un compromiso por una Iglesia servidora y pobre. Este Pacto se materializó en una celebración que tuvo lugar en las Catacumbas de Santa Domitila, en el que participaron 42 obispos, a los que después se unieron muchos otros, hasta llegar a unos 500 firmantes.
El teólogo brasileño José Oscar Beozzo, sacerdote diocesano de la Diócesis de Lins (São Paulo), profesor en los cursos de pos graduación del ITESP (Instituto de Teología de São Paulo, por sus siglas en portugués) y en el Centro Ecuménico de Servicios a la Evangelización y Educación Popular (CESEEP, por sus siglas en portugués), centro ecuménico de ámbito latinoamericano, que busca la formación de dirigentes en el área popular, atendiendo sindicatos y partidos políticos, ha publicado en los últimos días una obra en la que ha pretendido hacer un pequeño estudio de este momento, que él considera fundamental en la vida de la Iglesia, que lleva por título «Pacto das Catacumbas, por uma Igreja Servidora e Pobre».
A Beozzo le avala, entre otras cosas, el hecho de haber estado en el grupo de teólogos que preparó la Conferencia de Puebla, aunque después no estuviese presente y haber participado activamente como asesor teológico de las Conferencias de Santo Domingo y Aparecida, así como del Sínodo de América en 1997.
En esta entrevista nos muestra la importancia del Pacto de las Catacumbas, sus implicaciones actuales y lo que la Teología de la Liberación aporta a la realidad teológica y social latinoamericana.
¿Qué fue el Pacto de las Catacumbas y qué supuso para la Iglesia Católica?
Fue una decisión del Concilio, que ya desde la Primera Sesión formó un grupo llamado «Iglesia de los Pobres», para pensar toda la problemática del Concilio a partir de los pobres, de sus preguntas y angustias, dándose cuenta rápidamente que no estaban consiguiendo muchos resultados, pues en medio de tantas intervenciones de los presentes, discusiones y sucesivas redacciones de las diferentes comisiones era muy difícil introducir cualquier frase que hiciese referencia a aquello que el grupo pretendía. En la elaboración de los textos había muchas modificaciones, sirviendo como anécdota que en la última votación de la Gaudium et Spes llegaron veinte mil propuestas de modificación.
El grupo sintió que, por un lado, existía cierta simpatía con lo que ellos decían y que eran escuchados, pero que sus propuestas no conseguían plasmarse en los textos. En la última sesión pensaron en realizar un gesto, sin que fuese algo para acusar a los otros, como un compromiso personal. Siendo muy respetuosos, hicieron una celebración muy discreta para después pasar para el resto ofreciendo la posibilidad de firmar el pacto. Con gran sorpresa vieron como 500 obispos se adhirieron.
¿Cuántos participaron de la celebración?
Estaban presentes 42 obispos.
¿Cuándo y dónde tuvo lugar esa celebración?
El 16 de noviembre de 1965 en las Catacumbas de Santa Domitila, en la basílica de los mártires Nereo y Aquiles.
¿De los obispos que participaron de esta celebración, alguno todavía está vivo?
Ninguno de ellos está vivo. En la lista aparecen cinco brasileños, siendo en realidad seis, pues uno de ellos tenía una semana como obispo y fue acompañando al arzobispo de Vitoria, del que era auxiliar. Este obispo, Monseñor Luiz Fernándes, será quien después daría inicio a los Interecelsiales de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), que todavía hoy se siguen celebrando en todo Brasil. Junto con él estaban Monseñor Antonio Batista Fragoso, obispo de Crateus, Monseñor Henrique Golland Trindade, arzobispo de Botucatú, Monseñor José Alberto Lopes de Castro Pinto, auxiliar de Rio de Janeiro, Monseñor Francisco Austregésilo de Mesquita Filho, obispo de Afogados da Ingazeira y Monseñor João Batista da Mota Alburquerque, arzobispo de Vitoria.
Entre los obispos españoles estuvo presente Monseñor Rafael González Moralejo, obispo auxiliar de Valencia de 1958 a 1969 y posteriormente obispo de Huelva, de 1969 a 1993.
¿Podríamos decir que el Pacto de las Catacumbas es lo mismo que el Papa Francisco pretende cuando afirma que no quiere obispos príncipes?
El Pacto comienza diciendo: «Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue». Y continúa: «Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir».
La idea de los firmantes era no apartarse de aquello que el pueblo tiene, o mejor que no tiene, y muchos de esos obispos salieron de los palacios y se fueron a vivir en casas sencillas. Don Helder entregó el Palacio de Manguinhos para que fuese sede de las pastorales diocesanas y fue a vivir en la sacristía de una Iglesia de la periferia, la Iglesia de las Fronteiras. Monseñor Antonio Fragoso vivía en una casa sencilla de un barrio popular. Y otros que no estaban allí pero asumieron ese mismo espíritu, como Monseñor Paulo Evaristo Arns, en São Paulo, que vendió el Palacio Episcopal y lo destinó a comprar 1.200 terrenos en la periferia, donde fueron construidos centros comunitarios, lugares de celebración de las comunidades eclesiales de base, y fue a vivir también en una casa simple.
Lo que querían transmitir era que aquello que es de la Iglesia es de los pobres, y, por tanto, si la Iglesia tiene tierras tienen que ser distribuidas entre los pobres. Don Helder hizo eso en la llamada Operación Esperanza, mediante la cual entregó las tierras de la Archidiócesis de Recife a los labradores, dándoles formación técnica, con el apoyo de la Comunidad de Taizé, desde Francia. Este tipo de actitudes se repitieron en diferentes puntos de Brasil, poniendo de manifiesto esa idea de que lo que es de la Iglesia es de los pobres.
¿Qué es lo que pretende con su nuevo libro, recientemente publicado, y que aborda el tema del Pacto de las Catacumbas?
En algunos países, como Italia o España, la editorial Verbo Divino ha publicado un libro sobre este tema, traducido a diferentes lenguas. En Brasil el texto del Pacto estaba publicado, dentro de una obra de cinco volúmenes que narra lo sucedido en el Concilio, pero resulta poco accesible. Lo que he publicado es un pequeño cuaderno que comienza explicando lo que es el Pacto de las Catacumbas.
Sobre cada uno de los 13 compromisos fue discutido, en el momento en que fueron redactados, cuál era la inspiración, teniendo siempre algunos textos bíblicos como referencia, que han sido colocados en el libro publicado, así como textos del Vaticano II que tiene que ver con la opción que ellos hicieron. Vendría a ser una conversación con la Escritura, con el Concilio y con el compromiso de los obispos. Al final del libro aparece la lista de los firmantes, así como imágenes de las catacumbas y de una visita del cardenal Montini a una favela de Rio de Janeiro junto a Don Helder, uno de los redactores principales del Pacto, a pesar de que el día de la misa en las catumbas no estuvo presente, pues debía participar de la comisión que realizaba la redacción final de la Gaudium et Spes. También aparecen imágenes de Monseñor Enrique Angelelli, uno de los que firmó el Pacto y que después fue asesinado por los militares en Argentina.
¿Por qué la Iglesia se olvida tan rápidamente de esas propuestas diferentes?
No se olvidó, pues hubo obispos que se tomaron eso tan en serio que decidieron reunirse cada año durante diez días para rezar, rever lo que el Pacto propone y tomar decisiones de acuerdo con la nueva coyuntura, de una manera profética.
Este grupo continúa vivo en América Latina y cada año se reúne en São Paulo, con la presencia de obispos latinoamericanos de diferentes países. Al principio este grupo se reunió en diferentes países, pero desde que en 1976 algunos fueron detenidos en Ecuador, los encuentros se concentraron en la ciudad brasileña.
Al fin y al cabo es lo que sucedió en el Concilio, donde los firmantes del Pacto fueron una minoría entre los participantes. Los profetas siempre son una mínima parte, lo importante es que sean capaces de arrastrar como han hecho Don Tomás Balduíno, Don Pedro Casaldáliga, Don José María Pires, que, a pesar de ser pocos, arrastraron la Iglesia de Brasil en un momento clave, con una actitud profética, siendo artífices de documentos a partir de su clarividencia y testimonio evangélico que fueron capaces de sensibilizar al conjunto de los obispos, o de influir, como sucedió en Medellín y más recientemente en Aparecida.
El modelo eclesial, poco a poco fue cambiando, pero ¿es posible que 50 años después del Concilio, con el Papa Francisco y su nueva sensibilidad eclesial, volver de nuevo a ese espíritu del Pacto de las Catacumbas en la Iglesia latinoamericana?
Pienso que muchos guardaron ese espíritu y que cuando se entierra una semilla y no llueve… Pero el Papa Francisco vino para que llueva, y por eso, espero que muchas de esas semillas que estaban durmiendo ahora renazcan. En este sentido, van apareciendo jóvenes que caminan en esa dirección, como una joven de Uruguay que me comentó que van a hacer una vigilia recordando el Pacto y el martirio de los Jesuitas de El Salvador. Es un momento propicio para relanzar todo esto.
Esa Iglesia de la Liberación, que tiene como uno de sus fundamentos el Pacto de las Catacumbas, ¿ha muerto, como algunos dicen?
El Congreso Continental de Teología, organizado por la Iglesia de la Liberación, es una prueba de lo contrario. Quien lo dice es porque le gustaría que así fuese, pues ya la mataron y enterraron muchas veces, pero continúa viva, de la misma forma que mataron y enterraron a Jesús y Él está vivo.
¿Qué es lo que aporta esa Iglesia de la Liberación a la realidad latinoamericana?
Pienso que mantiene viva la idea de que la gloria de Dios es la vida de los pobres y la defensa de la vida de los pobres. Lo que está sucediendo con los pueblos indígenas, con aquellos que viven en las periferias, con los jóvenes negros, es una masacre. Creo que hay que estar al lado de la vida, pero denunciando las raíces de eso, pues no es suficiente con socorrer a las víctimas y sí hay que entender el por qué hay tanta gente que continúa siendo víctima dentro de un sistema que se agravó de los años sesenta para acá. Él se globalizó, se internacionalizó y perfeccionó los mecanismos de dominación, sobre todo en el campo financiero.
Esa Iglesia continúa teniendo mártires, como la hermana Dorothy Stang, en unas circunstancias nuevas, como es la falta de respeto con la naturaleza, que muestra un nuevo lado de la lucha por la vida, que es preservar el medio ambiente. En ese sentido, el Papa Francisco va a tener el don de suscitar muchos nuevos compromisos de gente que ya venía batallando, pero que pensaba que estaba sólo.
También el Congreso Continental de Teología muestra que no estamos solos, que hay mucha gente trabajando, en muchos países, y que es importante encontrarse para, a ejemplo de los concilios en la Iglesia, renovar la fe y el compromiso.
¿Ese espíritu del Pacto de las Catacumbas es el espíritu fundamental del Concilio, que después no consiguió desarrollarse?
Debemos observar algunas cosas. La Lumen Gentium hizo algunos cambios fundamentales, definiendo a la Iglesia como Pueblo de Dios. Pero dentro de la Lumen Gentium, en el número 8, se dice que así como Jesús se hizo pobre, la Iglesia tiene que hacerse pobre, así como Él sirvió, la Iglesia tiene que servir. Es un pequeño texto, que no consiguió que la Lumen Gentium partiese de ahí, pero en Medellín el texto sobre la Iglesia habla de la pobreza en la Iglesia, como aparece en el número 14, que vendría a ser la concretización de Lumen Gentium en Medellín.
Esto muestra que la Iglesia Latinoamericana acogió lo esencial del Pacto de las Catacumbas con la opción por los pobres, repensando la Iglesia a partir de los pobres, reiterándolo en Pueblo y mostrando como novedad la idea de que los pobres nos evangelizan, porque ellos interpelan a la Iglesia para ser más fiel al Evangelio de Jesús.
Texto del Pacto de las Catacumbas
Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de «beneficencia» en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para «revisar nuestra vida» con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles.