Al forastero indeseable se le imputan delitos que jamás cometería
(Editorial SIAME).- Al caminar hacia la línea divisoria, el Papa dirá al mundo que todos somos migrantes y que la Iglesia, por el poder del Evangelio, la solidaridad y el amor, atraviesa cualquier muro y alambrada en pos de la esperanza.
Durante su pontificado, el Papa Francisco ha advertido del espíritu individualista y la cultura del descarte que parecen guiar al mundo agobiando, de forma particular, a millones de migrantes que dejan sus países en búsqueda de esperanza. Se recuerda aquella peregrinación del Santo Padre a Lampedusa, ínsula italiana, puente entre África y Europa, cuyas aguas son sepultura de migrantes, al escapar de un infierno para enfrentar otro. Esas personas, como denunció el Sucesor de Pedro, sólo buscaban un poco de serenidad y paz, un trabajo digno y honrado para mejorar las condiciones de sus familias.
Miles padecen similares condiciones al cruzar el territorio mexicano. La nueva vida que sueñan se vuelve pesadilla cuando sabemos de la lucha por preservar su libertad y vida, amenazadas por el crimen organizado, y delincuencia al amparo de placas y uniformes. Al forastero indeseable se le imputan delitos que jamás cometería, y en lugar de respeto, enfrenta odio y desprecio; sin embargo, los esfuerzos de la Iglesia Católica y organizaciones civiles han puesto la solidaridad en acción, atendiendo y protegiendo a quienes se estigmatiza injustamente.
Ignorar los gravísimos problemas de la cuestión migratoria tendrá efectos lamentables para nuestro desarrollo. El sistema migratorio mexicano deporta a miles, cuestionando la viabilidad de las actuales políticas para tutelar las garantías y derechos humanos; México parece actuar de manera contraria al solapar conductas corruptas y delictivas que maltratan la dignidad de los migrantes, en contradicción con los programas migratorios ofrecidos como panacea. A esto se suma la diplomacia más bien débil y de ocasión, que no afronta las amenazas de políticos estadounidenses boquiflojos, amagando con deportaciones masivas, muros divisorios y, prácticamente, el estado de guerra contra los migrantes.
El Papa Francisco tendrá en su oración a cada migrante. Su peregrinación al sureste mexicano será signo para señalar la vocación de este país como puerta de entrada de miles de extranjeros quienes también forman parte de nuestra historia; su visita a Ciudad Juárez, inédita en todo sentido, conmoverá el muro de odio y estremecerá las conciencias al advertirnos de cada muerte anónima y del sufrimiento en ambos lados de la frontera.
Al caminar hacia la línea divisoria, el Papa dirá al mundo que todos somos migrantes y que la Iglesia, por el poder del Evangelio, la solidaridad y el amor, atraviesa cualquier muro y alambrada en pos de la esperanza y soluciones racionales inmunes de hipocresías y nacionalismos proteccionistas, para advertirnos de la urgente redención de la política migratoria mexicana y vencer la impunidad ante muchísimas muertes que nos enlutan y avergüenzan.
La presencia del Papa entre nosotros será aliciente para motivar una transformación verdadera que no quede en los pragmáticos discursos. La cuestión migratoria propiciaría un nuevo estado de cosas para que no impere la cultura del descarte agotando nuestra vitalidad nacional. En palabras del Papa Francisco, «el fenómeno migratorio plantea un importante desafío cultural, que no se puede dejar sin responder. La acogida puede ser una ocasión propicia para una nueva comprensión y apertura de mente, tanto para el que es acogido, y tiene el deber de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que lo acoge, como para esta última, que está llamada a apreciar lo que cada emigrante puede aportar en beneficio de toda la comunidad…».