La Iglesia que promovió Samuel Ruiz, autóctona, liberadora y de los pobres, se mantuvo fiel y hoy celebraba su fiesta
(José Luis González Miranda sj).- Un balance de la visita del Papa Francisco a San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, debe de centrarse más en los gestos que en las palabras. Su homilía fue corta, pero sus gestos y los hechos que ocurrieron fueron más importantes.
El primer hecho es la visita misma de un Papa por primera vez a San Cristóbal de Las Casas. A pesar del crecimiento de las sectas evangélicas, los ríos de gente que desde antes del amanecer hacían enormes filas para entrar, mostraban claramente el cariño que ya se le tiene a este Papa. El colorido de los diversos trajes indígenas -diferentes para cada municipio- señalaba bien que esta jornada era para los pueblos indígenas. Sus lenguas -usadas en la Misa para las lecturas, las oraciones y los cantos- fueron escuchadas mundialmente a través de los medios de comunicación.
Acompañado del P. Carlos Morfín, que fue párroco de Acteal, lugar tristemente famoso por la masacre del 22 de diciembre de 1997, nos encontramos a las 7 de la mañana a un grupo de tzotziles de Acteal que llevaban horas en una fila que no se había movido ni un metro. La extraordinariamente lenta entrada a uno de los accesos (el 3) hizo que esta cola, que serpenteaba por decenas de cuadras, dejara fuera del recinto a miles de personas que tenían boleto. Entre ellas, quedaron afuera unas cien personas indígenas que venían de muy lejos, de Yucatán. Esta desorganización es la principal crítica que ha tenido esta jornada.
El coro tzotzil de Acteal fue el encargado del canto de entrada con su famoso «Bienvenidos». Después, los cantos fueron muy variados y bonitos pues se turnaban marimbas con mariachis y bandas. Al ver al Papa con su casulla morada me acordé de una amiga indígena tzotzil, Esperanza, encargada de confeccionar la casulla del Papa con bordados propios de esta etnia. Y otro gesto que me gustó fue el ver a Miguel Moshán, lustrabotas del parque de San Cristóbal desde hace 30 años y candidato al diaconado, subir con su esposa a dar un discurso de agradecimiento al Papa por volver a permitir en el 2014 la ordenación de diáconos permanentes indígenas.
Podemos seguir hablando de gestos como la oración tradicional indígena, guiada y de rodillas, o la Danza ritual después de la comunión. No era folclor sino experiencia de Dios que hace danzar agradecidos en las celebraciones litúrgicas de esta diócesis.
También el rezo ante la tumba de Samuel Ruiz es significativo, por lo que supone de reivindicación de un obispo sobre el que se dejaron caer sospechas de heterodoxia. La Iglesia que él promovió, autóctona, liberadora y de los pobres, se mantuvo fiel y hoy celebraba su fiesta.
Termino con dos emociones personales: una negativa y otra positiva. Y es que no puedo dejar pasar una desazón que me quedó de la Misa. Para ser franco, con un evangelio como el que tocaba este lunes 15 -la parábola del juicio de las naciones- yo hubiera deseado unas palabras del Papa sobre la migración centroamericana que llega a México por esa frontera sur: «fui forastero y me hospedaron».
De las seis situaciones que describe ese capítulo 25 de Mateo – desnudos, enfermos, presos, hambrientos, sedientos y forasteros- no solo la última se aplica a los migrantes. Ellas y ellos vienen con hambre y sed, enfermos y desnudos por el despojo de los asaltos que sufren y, sin tener delito -ser indocumentado es falta administrativa y no delito según la ley de migración de México- son detenidos en estaciones migratorias como la de Tapachula, la más grande del continente y semejante a una gran cárcel para 970 personas.
Pero es que además ese evangelio fundamenta la fraternidad de la que es abanderado el Papa Francisco: los que padecen esas situaciones son -dice Jesús- «mis hermanos más pequeños». Comprendo que el Papa, en homilías de diez minutos, como las que propone que hagan los sacerdotes, no pueda referirse a toda la realidad. Comprendo también que esta Misa de San Cristóbal era para pueblos indígenas.
Pero estando en el punto de su viaje más cercano a Centroamérica y a esa frontera, y habiendo anunciado con antelación que la colecta se destinaría a la construcción de dos albergues de migrantes -uno en nuestra parroquia de Comalapa-, algunos esperábamos unas referencias a esta tragedia que las personas de Centroamérica viven no solo al huir de la violencia de su país sino al enfrentar en Chiapas la violencia que las políticas migratorias favorecen.
Estas políticas son restrictivas, de control y seguridad y no de derechos humanos porque en este tema estratégico México obedece los mandatos de Estados Unidos de no dejar pasar a los que vienen de Centroamérica. Ojalá en Ciudad Juárez, donde hablará de la migración, no hable solo de la frontera norte. No le molesta al gobierno de México que el Papa denuncie el maltrato de Estados Unidos a los latinos. Le molestaría mucho que el Papa hablara del maltrato de México a los centroamericanos. Y en Chiapas se perdió esa ocasión.
Y ahora va la emoción positiva: la entrega de la Biblia en lengua tzeltal que los jesuitas de Bachajón ofrecieron al Papa después de haber trabajado desde 1958 en su traducción, y en una traducción no literal sino cultural y dinámica, en la que los propios catequistas tzeltales iban traduciendo asesorados por jesuitas como los hermanos Ignacio y Mardonio, ya fallecidos, o Eugenio Maurer, presente en la Misa y con muchas ganas de explicarle a Francisco cómo se hizo esa traducción.
Los decretos pontificios que se dieron después, autorizando el uso litúrgico de lenguas indígenas como el náhuatl, confirman un esfuerzo de muchos siglos y de muchas personas: la primera de ellas la Virgen de Guadalupe que habló en náhuatl a Juan Diego. Cinco siglos de espera. Pero más vale tarde que nunca.