Muchos hermanos y hermanas cruzan fronteras a otros lugares y si allí les ofrecen condiciones posibles para rehacer sus vidas y con dignidad, otro tanto estamos llamados a hacer nosotros
Con motivo de la Semana Nacional del Migrante, monseñor Ismael Vacca Ramírez, obispo de la diócesis de Duitama-Sogamoso y delegado de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) hizo un llamado para vivir el mandamiento del amor y que frente a los hermanos migrantes no seamos indiferentes.
El prelado invitó «a celebrar esta semana desde la perspectiva de fe reconociendo en el otro, especialmente en quien sufre, en quien ha tenido que salir de su lugar de origen, en quien las circunstancias de la vida ha dejado a la vera del camino, en el hermano que ha migrado forzadamente y necesita nuestra real y efectiva ayuda».
En este marco recordó que Colombia es un lugar de origen, tránsito y llegada de personas que por variados motivos salen de sus lugares de origen.
Esta situación «nos plantean serios interrogantes y grandes desafíos, políticos, económicos, culturales, éticos, jurídicos sobre los cuales la única respuesta válida que encontramos es el Evangelio de la misericordia, como lo plantea el Santo Padre«, afirma monseñor Vacca Ramírez.
En Bogotá la apertura de la Semana del Migrante se realizó el 11 de septiembre con la Eucaristía que se celebró en la catedral Primada de Bogotá. En esta jurisdicción eclesiástica se tiene organizado encuentros con migrantes, colectas de solidaridad, brigadas de misericordia y encuentros de familias.
Enseguida la carta que monseñor Misael Vaca ha escrito para esta ocasión.
DIA NACIONAL DEL MIGRANTE, DESPLAZADO y REFUGIADO, Colombia 2016
Muy apreciados Señores Arzobispos, Obispos, sacerdotes, Diáconos, Religiosos(as).
Amado Pueblo de Dios.
A lo largo del año tenemos la oportunidad de celebrar diversos acontecimientos, jornadas, fiestas, aniversarios y demás momentos que nos permiten ir descubriendo nuestro ser como personas, en relación con Dios, con los demás, con la naturaleza y con nosotros mismos y desde nuestra opción de fe, asumir un compromiso real y efectivo.Un momento importante que nos disponemos a conmemorar a mediados del mes de septiembre, es la Semana Nacional del Migrante, Desplazado y Refugiado. Concretamente el domingo 18 de septiembre, la Iglesia colombiana está unida en la jornada del día del Migrante.
Nos motiva, nos alegra y nos compromete a esta celebración nada más y nada menos que el mismo Sucesor de San Pedro, cabeza visible de nuestra Santa Madre Iglesia, el Sumo Pontífice Francisco con el Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, cuyo lema es «Emigrantes y Refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la Misericordia». Con su mensaje, este año nos ofrece una serie de reflexiones que nos llevan y nos invitan a celebrar esta semana desde la perspectiva de fe reconociendo en el otro, especialmente en quien sufre, en quien ha tenido que salir de su lugar de origen buscando mejores condiciones de vida, en quien las circunstancias de la vida ha dejado a la vera del camino, en el hermano que ha migrado forzadamente y necesita nuestra real y efectiva ayuda, sabiendo que el rostro sufriente es el mismo rostro del Cristo y que la caridad manifestada y realizada en el necesitado, en el peregrino, en el emigrante, en el refugiado tendrá su verdadera recompensa cuando en el ocaso de nuestra existencia seamos juzgados acerca de cómo vivimos el mandamiento del amor.
Como colombianos y haciendo eco al mensaje del Papa, afirmamos que UN PAIS EN PAZ es posible si hay encuentro, si hay encuentro hay hospitalidad, si hay hospitalidad, hay MISERICORDIA. La celebración de la Semana y el Día nacional del Migrante, Desplazado y Refugiado, no nos puede dejar indiferentes, máxime cuando nuestro suelo patrio es un lugar de origen, tránsito y llegada de tantos hermanos y hermanas que saliendo de diversos lugares por variados motivos, nos plantean serios interrogantes y grandes desafíos, políticos, económicos, culturales, éticos, jurídicos sobre los cuales la única respuesta válida que encontramos es el evangelio de la misericordia, como lo plantea el Santo Padre. Frente a esa realidad de itinerarias e incertidumbres, se me ocurre que nos tendríamos que interrogar cómo salir de nuestro confort, de nuestro círculo de pasividad para estrechar más nuestras manos y colaborar con las Diócesis y comunidades que de una manera más sentida viven el drama de la llegada de tantos emigrantes, sobre todo en los lugares de frontera.
Tenemos en cuenta en esta celebración el hecho de saber que nuestra patria no solo es lugar de llegada y acogida de hermanos con necesidades de proteccion internacional, sino también vale la pena tener presente que de nuestro suelo patrio emigran muchos hermanos y hermanas cruzan fronteras a otros lugares y si allí les ofrecen condiciones posibles para rehacer sus vidas y con dignidad, otro tanto estamos llamados a hacer nosotros.
Me apropio de las palabras finales del Santo Padre Francisco en su mensaje: «Los encomiendo a la Virgen María, madre de los emigrantes y de los refugiados, y a San José, que vivieron la amargura de la emigración a Egipto» y que su poderosa intercesión nos permitan acompañar desde el punto de vista pastoral y social esta labor a favor de nuestros hermanos emigrantes y refugiados.
+Misael Vacca Ramirez
Obispo de la Diócesis de Duitama – Sogamoso