Uno de los pecados muy graves de nuestra Iglesia es que no educamos a nuestra gente para vivir la fe tanto en la dimensión social y política, como en la dimensión verdadera religiosa
(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil).- El paso de los años y la ausencia de responsabilidades nos ayudan a vivir con mayor libertad y poder hacer preguntas, a veces intrigantes, que llevan a profundizar en la realidad en que vivimos. Esta actitud también está presente en la vida eclesial, donde son muchas veces los obispos eméritos quienes nos hacen cuestionarnos sobre situaciones de las que muchos prefieren no hablar, pensando que así van a ser resueltas.
Monseñor Antonio Possamai es obispo emérito de Ji-Paraná, una diócesis de la Amazonia brasileña que pastoreó de 1983 a 2007, y que durante mucho tiempo fue foco de conflictos relacionados con el campo, lo que motivó que muchos regasen con su sangre una tierra devastada por el ansia de unos pocos de tener y de explotar desenfrenadamente. El más conocido de estos mártires fue el comboniano italiano Ezequiel Ramin, asesinado en 1985 por defender a los pequeños agricultores de la región. El propio obispo sufrió persecuciones en los años en que acompañó la vida del pueblo de esta diócesis.
En un texto publicado recientemente, en el número 117 del Boletín «Vai vem», y que tiene por título «Preguntas intrigantes de un obispo emérito: formación para vivir la fe», provoca reflexiones que pueden ayudarnos a volver a ser lo que él llama una «Iglesia osada, exuberante, creativa, profética, martirial», que nació como consecuencia del Vaticano II y que buscaba la entrada de «aires nuevos», como deseaba San Juan XXIII.
Desde su punto de vista, «uno de los pecados muy graves de nuestra Iglesia es que no educamos a nuestra gente para vivir la fe tanto en la dimensión social y política, como en la dimensión verdadera religiosa». El problema está «en una catequesis muy limitada, restricta y superficial: sólo para niños y adolescentes y en vista de los sacramentos», una catequesis que no lleva a «vivir la fe en todas las circunstancias de la vida», con la que «apenas buscamos «amansar» o «domesticar» a nuestra gente, seguir las costumbres tradicionales», ya que «no siempre nuestras homilías son formadoras de convicciones de fe».
Estas afirmaciones nos llevan a preguntarnos hasta qué punto estamos queriendo, como Iglesia, hacer realidad las propuestas del Papa Francisco, que nos llama, siguiendo las directrices conciliares, a estar en continuo diálogo con el mundo, a no encerrarnos en la sacristía e involucrarnos en una sociedad donde los cristianos viven su fe en el día a día y participan de la toma de decisiones que pueden ayudar a hacer realidad un mundo mejor para todos. Una Iglesia que, como recoge el número 362 del Documento de Aparecida, «no se instale en la comodidad, en el estancamiento y la indiferencia, al margen de los sufrimientos de los pobres del Continente».
Estamos preocupados, en opinión de Monseñor Possamai, con «misas, paramentos vistosos, sacramentos, novenas, fiestas, tómbolas…», nos hemos convertido en «una Iglesia que no incomoda». En este sentido se pregunta hasta qué punto el clero dentro de la realidad Amazónica, como consecuencia de una formación precaria, que no abordaba las cuestiones relacionadas con la Doctrina Social de la Iglesia, está «comprometido con la educación social de la gente» y si este clero es «capaz de analizar éticamente el tiempo que estamos viviendo actualmente en Brasil».
Del mismo modo que se pregunta al respecto del clero, lo hace con los consejos pastorales, que muchas veces se reúnen para tratar sobre «dinero, paredes, un nueva sala, pintura de las paredes, medios para recaudar más». En su opinión falta «preocupación con los sufrimientos de la gente», «con los más pobres de las periferias de nuestras ciudades», con quienes «tienen que emigrar porque el latifundio va avanzando», reconociendo con pesar que hay «parroquias que pasan años sin dar siquiera un curso de formación para la gente», que hay diócesis que rechazan la «formación en temas sociales o políticos».
Monseñor Possamai sugiere que la gente no se deje deformar por los medios de comunicación «que están al servicio de la muerte», denunciando al poderoso Grupo Globo y otros medios afines, así como a canales de televisión católicos que «ni siquiera mencionan las Pastorales Sociales», que no quieren dar a conocer «las luchas para salvar la vida de los pueblos indígenas , negros, descendientes de esclavos, sin tierra, sin techo». Por ello, ve necesario conocer los escritos y documentos de la Iglesia, sobre todo del Papa Francisco.
En su opinión, la Pastoral Social es necesaria a partir de la propia Biblia, que «nos enseña que Dios fue educando a su pueblo para que defendiese la vida«, llegando a afirmar que «no es posible ser cristiano sin defender la vida de los más pobres». Denuncia que la Amazonia fue «conquistada masacrando diversos pueblos indígenas» y que «continúa siendo expoliada», provocando la migración de la gente, «expulsada por la soja, por el ganado, por los pesticidas», la contaminación de las aguas y la proliferación de enfermedades, «con un sistema de salud vergonzoso» y una «educación precaria», con gente que viven en casas minúsculas y sin saneamiento básico.
En sus palabras se percibe que falta «presencia solidaria de la Iglesia junto a las personas y situaciones donde la dignidad y la vida son negadas o amenazadas» y afirma que «las Pastorales Sociales son un tesoro y necesitan ser cuidadas y cultivadas como un don de Dios a su Iglesia y a todo su pueblo».
Haciendo un recorrido histórico de la Iglesia postconciliar, define los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI como «un tiempo bendito», en el que «la Teología de la Liberación tuvo gran influencia», dándose gran importancia «a la dimensión social y política de la fe», provocando que «en muchas diócesis fuese dado mucho apoyo al sindicalismo, las asociaciones de clase y a los movimientos populares y también a las comunidades eclesiales de base». Después de esto llegó lo que llama «un tiempo de hibernación», que privilegió «los movimientos religiosos en general despreocupados con los sufrimientos del pueblo», lo que ha tenido como consecuencia lo que somos actualmente, «una Iglesia callada, poco profética».
Es aquí donde «recibimos el regalo del Papa Francisco, sacado del medio del pueblo en favor del pueblo, que en su vida vivió los dolores del pueblo, que busca la liberación del pueblo. Que predica la urgencia de una Iglesia pobre para los pobres».
Las palabras de Monseñor Possamai, desde la atalaya de sus 87 años de edad y 24 de ministerio episcopal en la Amazonia brasileña, deben llevarnos a dar respuesta a esas preguntas intrigantes que nos hace, y en las que, en mayor o menor medida, nos vemos reflejados. La postura más fácil es la de buscar justificativas que nos lleven a criticar y rechazar sus palabras. La más evangélica sería la de escuchar la voz del anciano obispo que, con libertad y buscando una Iglesia más centrada en la persona de Jesucristo, quiere que seamos presencia del Reino en una sociedad en la que muchos, tal vez por errores de las instituciones en las que se vive la religión, dieron la espalda a Dios.
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