DiNardo fue comprensivo con la causa de los 13 cardenales que se quejaron de la metodología y temática del Sínodo sobre la Familia de 2015
(Cameron Doody).- Un pastor con «olor a oveja» o un «guerrero cultural» con hedor a la política partisana. Esa es la elección a la que se enfrentarán los obispos estadounidenses en su asamblea la semana que viene, en la que elegirán a su cúpula para los próximos años.
Reunido en Baltimore desde el lunes, el episcopado estadounidense tendrá que elegir a un nuevo líder tras la retirada de Joseph Kurtz, arzobispo de Louisville, al término de sus tres años de mandato. La tradición mandaría que su sillón lo ocupara el hasta ahora vicepresidente, el cardenal arzobispo de Galveston-Houston, Daniel DiNardo, y que este cargo, a su vez, pasaría a uno de los otros nueve nombres en la lista. Pero la tradición no siempre resulta guía fiable en tiempos de cambio radical. Y puede ser que no pese tanto en un episcopado a cuya transición, a veces difícil, a la edad de Francisco ahora se suma el terremoto Trump.
«Salga quien salga elegido, la elección mandará un mensaje claro: un episcopado que quiere seguir con las mismas estrategias de siempre o que ha decantado por un cambio dramático». Estas palabras del historiador Massimo Faggioli definen a la perfección lo que está en juego en el voto para el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal de EEUU.
El cardenal DiNardo sería el candidato continuista. Tal y como él mismo dejó claro en la asamblea de los obispos del año pasado, cuando se opuso a los intentos de otros prelados de adaptar al magisterio de Francisco -y la vuelta al populismo político- las pautas de los obispos sobre la responsabilidad política, el documento Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, redactado en 2007.
DiNardo fue comprensivo con la causa de los 13 cardenales que se quejaron de la metodología y temática del Sínodo sobre la Familia de 2015, fruto del cual salió la exhortación apostólica Amoris laetitia.
En la lista de los 10 candidatos a la presidencia de la Conferencia también figuran otros nombres de corte conservador, como el del arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, quien criticó severamente al partido demócrata en plena campaña y dejó entrever su simpatía con Donald Trump.
Pero también hay candidatos que sí han hecho suya la agenda marcada para la Iglesia por Francisco, como son José Gómez, el arzobispo de Los Ángeles, o John Wester, el arzobispo de Santa Fe, en Nuevo México. Ambos prelados, por ejemplo, insistieron mucho en la campaña presidencial en que los votantes católicos, a la hora de acudir a las urnas, pensaran en todo el abanico de la doctrina social de la Iglesia, y no solo en los temas más controvertidos, como son el aborto o la libertad religiosa.
Sorprenderá que no figure en la lista para presidente ninguno de los hombres de confianza de Francisco, como son los neocardenales Blase Cupich de Chicago y Joseph Tobin, ahora de Newark. Este hecho, no obstante, tiene fácil explicación: los candidatos fueron elegidos a finales del mes pasado, cuando aún se habían hecho públicos los nuevos nombramientos cardenalicios.
En todo caso, la elección puede leerse, sin mucho esfuerzo intelectual, como una especie de «referéndum» entre la propuesta de diálogo de Francisco y la de confrontación de Trump.
La apuesta de los obispos por la presidencia del cardenal Timothy Dolan en 2010, cuando al obispo Gerald Kicanas de Tucson le correspondía el cargo por haber sido vicepresidente, demuestra que las reglas pueden romperse. Y si los obispos creen que ya se pueden desahogar ahora que no habrá una demócrata supuestamente tan hostil a ellos en la Casa Blanca, quizás decidan a priorizar, por fin, las causas de la justicia social -en el sentido más amplio de estas palabras- que pesan tanto en el corazón del actual pontífice.