Siendo "cristiano como él ha declarado", Trump "no puede ver a los pobres y los migrantes como enemigos", sino "como hermanos, con quienes debe ser tolerante, generoso y justo"
(C. Doody/Terra).- Que la Virgen de Guadalupe toque el «corazón endurecido» de Donald Trump, para que el presidente electo de los EEUU trate a los pobres y inmigrantes como «hermanos», con tolerancia, generosidad y justicia. El arzobispo primado de México, Norberto Rivera, elevó semejante oración ayer a la Guadalupana en la conocida «Misa de las Rosas» de la capital mexicana.
En su homilía para la fiesta, el cardenal Rivera afirmó que, siendo «cristiano como él ha declarado», Trump «no puede ver a los pobres y los migrantes como enemigos», sino «como hermanos, con quienes debe ser tolerante, generoso y justo».
El prelado también pidió a la virgen morena que mueva «el corazón de los norteamericanos para que den cabida a quienes con su duro trabajo han dado prosperidad a su país».
La Iglesia mexicana se ha pronunciado en ocasiones anteriores sobre la figura del republicano.
El pasado noviembre, después de que el magnate resultara elegido en las elecciones presidenciales, la Archidiócesis Primada de México resaltó en su semanario «Desde la fe» que el país latinoamericano debe ahora mostrar su «capacidad e inteligencia» y no caer en el horror y el pesimismo que se han creado en el contexto mundial.
Asimismo, el editorial señalaba que la «realidad política» hará ver que varias de las iniciativas que Trump ha lanzado durante su campaña «son simplemente irrealizables», como la deportación de indocumentados y la construcción de un muro en la frontera.
Texto completo de la homilía del cardenal Rivera
Hoy celebramos en esta «casita sagrada», los 485 años de las apariciones de Santa María de Guadalupe. 485 años que Jesucristo llegó a este lugar sagrado del Tepeyac para que, por medio de Santa María de Guadalupe, iluminara el cielo y la tierra con su luz y su misericordia, con su eternidad y con su amor. 485 años que Santa María de Guadalupe eligió a un laico humilde y sencillo, un macehual, san Juan Diego, para que fuera su intercesor delante del obispo fray Juan de Zumárraga. Hace 485 años que la Virgen de Guadalupe determinó con claridad que se le entregara el mensaje maravilloso y eterno, de que Dios quiere vivir en medio de su pueblo, al obispo de México, fray Juan de Zumárraga. 485 años que Santa María de Guadalupe nos ataja los pasos que han torcido el camino y nos hacen evitar el encontrarnos con ella, la Niña del Cielo. 485 años que Santa María de Guadalupe incultura el Evangelio, tomando las Semillas del Verbo y llevarlas a la plenitud del amor misericordioso de Dios. 485 años que Santa María de Guadalupe ha pedido una «Casita Sagrada» para ensalzarlo a Él, manifestarlo a Él y ofrecerlo a Él, Él que es su Amor-Persona. 485 años que Santa María de Guadalupe nos confirma que no debemos de tener miedo, que Ella tiene el honor y la dicha de ser nuestra Madre. 485 años que imprime su hermosa Imagen y, con Ella, al mismo Jesús que viene en su inmaculado vientre. 485 años que nos sigue amando, poniéndonos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos. 485 años en los que Ella es nuestra esperanza y la fuente de nuestra alegría pues nuestra vida ahora tiene sentido, que la muerte no es nuestro destino, sino que hemos sido hechos para la vida eterna. 485 años que el obispo de México, fray Juan de Zumárraga, tomado entre sus manos la imagen de la Virgen de Guadalupe aprueba que se edifique la «Casita Sagrada» y con ello, aprueba que se edifique la civilización del amor misericordioso de Dios.
Santa María de Guadalupe es la madre de la Misericordia. Ella es la primera Discípula y Misionera de este amor misericordioso de Dios, Ella es el Arca viviente de la Alianza, nuestra Morenita, forjadora de la Cultura de la Vida y de la civilización del Amor. Santa María de Guadalupe logra ser una experiencia de identidad desde lo profundo del corazón del ser humano, sin distinción, ya que desde la persona más sencilla hasta las altas jerarquías siguen transmitiendo este gozo, esta alegría, de que todos hemos sido elegidos por Dios para la vida, una vida que Dios mismo cuida, forma y hace crecer con raíces de humildad, es sólo en la humildad en donde Dios mismo puede actuar con su infinito amor.
La Virgen de Guadalupe se hace identidad de vida, que se transmite con el júbilo de descubrir a Dios y ser descubierta por Dios; como dijo el Papa Francisco, quien estuvo aquí en febrero pasado, cuando Su Santidad estuvo delante de Ella, en un momento contemplativo que cruzó fronteras y llegó a tantos corazones de buena voluntad, y afirmó con profunda oración que la mirada misericordiosa de María de Guadalupe le había tocado las fibras más profundas de su ser; en Ella se encontró con el mismo Dios verdadero, un encuentro con el mismo Jesús, pues Ella siempre nos lleva a su amado Hijo. Él es quien toma la iniciativa para abrazar al ser humano por medio de su propia Madre.
Si tomamos en cuenta que el Evangelio tiene un eje central que es la Encarnación del Verbo y la Pascua Florida; entendemos que esto se da en el mismo momento de su encuentro con los seres humanos, aquel 12 de diciembre de 1531; es decir, Dios, el omnipotente Dios se hace débil porque nos ama de una manera tan grande y tan poderosa que se hace ser humano, en el inmaculado vientre de María, su Madre, su primera «casita sagrada», Él quiso encarnarse en esta forma poderosamente humilde para pasar por la Pasión y la Muerte en cruz, pues es el único camino para la Resurrección, y así llevarnos a la plenitud en su propia Resurrección. Sin esto, como diría san Pablo, vana sería nuestra fe: «Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe.» (1 Cor 15, 13-14). Es verdad lo que el Papa Francisco proclamó «la debilidad omnipotente del amor divino», en otras palabras: Dios está loco de amor por nosotros, tanto, que tomó la iniciativa, el Justo y Misericordioso, de entregar su corazón, su cuerpo y su sangre al morir en la cruz, para que nosotros tengamos vida y la tuviéramos en abundancia en una vida eterna, donde no existe más el dolor, ni las lágrimas, ni la enfermedad, ni la vejez, ni los temores, ni la muerte ¡Jesucristo ha vencido a la muerte! Ésta es la máxima de las alegrías para el ser humano y que se nos ofrece en el Acontecimiento Guadalupano.
Jesucristo hace partícipe al ser humano de todo este plan de salvación; y en este camino salvífico nos hace hijos de su propia Madre, y es Ella quien toma esta misión con una verdadera alegría, y nos dice que es un honor el ser nuestra Madre; así como se lo expresó a san Juan Diego, no tengas miedo, le dice la Virgen de Guadalupe a su hijo más pequeño y más querido: «no tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu madre?» (Nican Mopohua, v. 119)
El Acontecimiento Guadalupano, hoy se nos revela como algo maravillosamente nuevo, perfectamente inculturado a las necesidades de nuestra época que desea la paz, la unidad, la armonía, compartiendo las riquezas de nuestras culturas ancestrales.
Por ello, es importante recalcar la importancia del Acontecimiento Guadalupano en la evangelización de todo un Continente y más allá de sus confines; a un mundo que tanto necesita de esta unidad, de la paz, de la solidaridad, de la misericordia, del amor. Una verdadera conversión.
485 años que la Virgen de Guadalupe nos vuelve a repetir a cada instante: no tengas miedo, no tengas miedo de dar testimonio de la misericordia de Dios ahí en tu hogar, en medio de tu familia, con los que son de tu sangre y de tu carne. No tengas miedo de rezar y de orar con los tuyos. No tengas miedo de tener actitudes de amor y misericordia con tu familia y desde tu familia. No tengas miedo de dar testimonio de la misericordia de Dios en tu trabajo, con tus compañeros, con los que sudan día a día por el esfuerzo de salir adelante en tus labores. No tengas miedo de dar testimonio entre tus jóvenes compañeros y decirles con todo tu corazón que amas a Dios, a su Madre Santísima, y que los aceptas a cada uno de tus jóvenes compañeros como hermanos. No tengas miedo de tratar bien a los que son diferentes a ti. No tengas miedo de ayudar a los que se han caído. No tengas miedo de dar testimonio del amor de Dios en la calle, en los parques, en los centros comerciales, en las comunidades. No tengas miedo de decirle «sí» al Señor en una vida consagrada. No tengas miedo de convertirte de corazón y dejar aquello que te destruyó y puede destruir a los demás. No tengas miedo de rechazar las drogas, el alcohol, las deshonestidades, la corrupción, los abusos, la delincuencia, los crímenes. No tengas miedo de saludar a la vida con un corazón limpio y una voluntad férrea de seguir a Jesús a donde quiera que Él vaya y te lleve. No tengas miedo, pues acaso no está Ella aquí, tu Madre, que tanto te ama y te seguirá abrazando y besando todos los días. No tengas miedo, pues Jesús, en Santa María de Guadalupe, cumple su palabra de vida: «yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 20)
485 años de amor en la eternidad de la misericordia de Dios.
Virgen de Guadalupe, intercede por tus hijos migrantes
A ti, Santa Madre de Dios, te invocamos como consuelo de los afligidos, y en este día de tu fiesta bendita, te hemos traído, como si fuera una ofrenda, la aflicción de millones de tus hijos que emigraron a los Estados Unidos de América en busca de pan para su familia, de educación para enfrentar el futuro, de hospitalidad de aquellos que también algún día fueron forasteros, y que supieron formar una gran nación diversa en sus culturas.
Tus hijos que emigraron, Madre Piadosa, se llevaron el recuerdo de sus familias y pueblos, pero también te llevaron a ti. Por eso, hoy no hay templo católico en los Estados Unidos que no dé posada a tu bendita Imagen, porque eres patrona y emperatriz de México, y de todo el continente. Tu Manto amoroso cruza océanos y cobija también a las Islas Filipinas, pero en realidad eres Madre de todos los cristianos, porque para tu amor no hay razas, no hay fronteras, no hay ricos o pobres, ni santos ni pecadores; tú abrazas a todos, tú nos consuelas a todos, amas como verdadera Madre, sin distinciones, pues sólo buscas la felicidad de tus hijos, y esa felicidad no está en este valle de lágrimas, sino en el cielo, en la salvación que nos da tu Hijo, en la verdad, la belleza y la libertad que sólo Dios nos puede dar.
¡Oh, Virgen Clementísima!, repite a tus hijos afligidos y amenazados esas palabras llenas de ternura y consuelo que le revelaste al humilde san Juan Diego: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿Por ventura no estás en mi regazo? ¿Que más has de necesitar?» Fortalece a los padres que se angustian ante la posibilidad de perder sus trabajos; consuela a las madres que temen ver separadas a su familias; da esperanzas a los jóvenes que no quieren abandonar sus estudios; anima a las familias que dependen económicamente del dinero que les envían sus seres queridos; da valor a los obispos norteamericanos para que defiendan a las ovejas que Dios les ha enviado; y a los obispos mexicanos concédenos el valor y la gracia para acompañarlos en la adversidad. ¡Oh, Madre Misericordiosa!, mueve el corazón de los norteamericanos para que den cabida a quienes, con su duro trabajo, han dado prosperidad a su país, y toca el corazón endurecido del nuevo Presidente Electo quien siendo cristiano -como él lo ha declarado-, no puede ver a los pobres y a los inmigrantes como enemigos, sino como hermanos con quienes debe ser tolerante, generoso y justo.
Pero nuestra súplica, ¡oh, Madre!, también va llena de aflicción por nuestro México, tu amado México, está enfermo de violencia y herido de injusticias. Conmueve el corazón de los violentos y pecadores, protege a las familias, conserva nuestra fe católica, da a nuestros gobernantes vocación de servicio, sacia nuestra hambre y sed de justicia, pues estamos bajo tu amparo, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen Gloriosa y Bendita. Has que veamos con claridad que la solución a los posibles problemas está en nuestras manos, en nuestra unidad y en nuestra imaginación para lograr caminos nuevos. No podemos pedirte mas, nos has dado una tierra tan generosa y hermosa que solo falta nuestro trabajo.
Dulce Niña del Tepeyac, madrecita de los mexicanos, acudimos a ti con rosas; bríndanos, Santa María de Guadalupe, tu bendita protección, tu dulce consuelo y esa paz tan deseada. Amén.
(Fuente: Siame)