Yo fui ilegal aquí hasta que me dieron una tarjeta de residencia porque me quedé más de seis meses como turista
(C. Doody).- «Qué triste que la nación más grande del mundo tenga que recurrir a estas medidas». De esta forma ha lamentado el cardenal Kevin Farrell la política migratoria de Donald Trump. Medidas, dice, que de habérselas implantado en otra época le hubieran castigado incluso a él. «Yo fui ilegal aquí hasta que me dieron una tarjeta de residencia, porque me quedé más de seis meses como turista», ha reconocido este jueves en Dallas.
Farrell aprovechó su paso por Texas para la ordenación de su sucesor a la cátedra de la ciudad, Edward J. Burns, para conceder una entrevista a una cadena local de televisión. En ella, se sinceró no solo sobre sus experiencias trabajando codo con codo con el Papa Francisco al frente de la Congregación para Laicos, Familia y Vida, sino también en lo que siente respecto a la amenaza del presidente republicano.
«Tiene que haber otras maneras para resolver estas cuestiones», afirmó Farrell, refiriéndose no solo al veto de Trump a refugiados y migrantes de países de mayoría musulmana sino también a sus advertencias de futuras deportaciones masivas. El mismo día en que el purpurado concedió la entrevista trascendieron noticias de que una mujer de 36 años -madre de dos hijos de nacionalidad estadounidense- había sido deportada a México, pese a que había estado viviendo en EEUU desde los 14 años. Una falta de humanidad que hasta asquea al cardenal. «¿Somos tan estrechos de miras? ¿Somos tan duros de corazón?», se preguntó.
Y es que Farrell ha experimentado de primera mano el calor de la acogida y el apoyo al migrante que le han hecho próspero a EEUU durante sus más de 200 años de existencia, pero que ahora peligran por el nacionalismo y xenofobia del presidente Trump.
Cabe recordar que el cardenal nació y se crió en Irlanda, hablando el gaélico como su lengua materna. No pisó suelo estadounidense por primera vez hasta 1967, a la edad de veinte años, cuando visitó al país en su segundo año en los Legionarios de Cristo, buscando fondos para las misiones de América Latina. Como parte de su formación en la orden fue mandado a estudiar en la Universidad de Salamanca en España, a la Gregoriana y Angelicum en Roma, y a la de Notre Dame en EEUU. Después de ser ordenado sacerdote en 1978, sirvió como capellán en la Universidad de Monterrey en México, dando allí seminarios en la bioética y la ética social, y trabajó como administrador de los Legionarios, supervisando sus seminarios y escuelas en Italia, España y Irlanda.
Pero tras dejar los Legionarios en lo que ha calificado como «diferencias de opinión», se encontró en la tesitura de tener que buscar otro trabajo. Lo encontró en la archidiócesis de Washington, que entonces buscaba a sacerdotes bilingües en inglés y español que pudieran encararse a la ola de inmigración que hubo allí a principios de los 80. Farrell aceptó el encargo pero en condiciones, como ahora revela, que fueron algo menos que legales. «Yo tenía una tarjeta de residencia (green card) hasta que conseguí la nacionalidad. Pero fui ilegal aquí hasta que me dieron esa tarjeta de residencia porque me quedé más de seis meses como turista», se confesó.
No cabe lugar a dudas que estas experiencias de haber sido un inmigrante «irregular» le ayuden al cardenal en su trabajo ahora la frente del departamento de Laicos, Familia y Vida. Tampoco que le hayan afectado incluso al propio Papa Francisco, quien, dice Farrell, queda realmente afectado por los testimonios de la gente afligida le llegan. «Cada vez que está cerca de alguien que está sufriendo o que escucha su historia, le afectan del corazón», afirma el purpurado sobre el Pontífice.