Si los laicos se sienten más empoderados bajo este modelo de la sinodalidad, se verán más capacitados como para hacer el trabajo de acompañamiento de un divorciado vuelto a casar, por ejemplo, en proceso de discernir si Dios le llama a comulgar
(Cameron Doody).- Sinodalidad. Esta es la clave de los cambios que está impulsando en la Iglesia el Papa Francisco, según uno de los hombres que mejor lo conocen. Juan Carlos Scannone, teólogo jesuita y otrora formador de Jorge Bergoglio, ha defendido que, en su esencia, la revolución franciscana consiste en «cambiar la comprensión piramidal de la Iglesia».
«Se habla mucho de la sinodalidad de la Iglesia. Sínodo, (que) quiere decir ‘caminar con'», reflexiona Scannone en conversación con El Diario de Argentina. Más allá de las definiciones, no obstante, lo que se impulsa en el pontificado de Francisco, según el teólogo, «es cambiar la comprensión piramidal de la Iglesia, que empieza con el Papa y los obispos, sigue con el obispo y los curas y en la base, los curas y la gente; para ser más sinodal, caminando juntos«.
Esta inversión de la estructura de la Iglesia es, como explica Scannone, fruto de la Teología del Pueblo que nació en Argentina y que corre por las venas del hombre que hoy en día es obispo de Roma.
Y aunque esta corriente teológica argentina comparte con la de la Teología de la Liberación el recurso a los métodos del análisis histórico-cultural, se separan los dos en su concepción del agente responsable en último término del cambio social: si el pueblo, en la primera corriente, o si las clases sociales, en la segunda. «La Teología del Pueblo nunca usó la interpretación del marxismo», aclara Scannone, haciendo eco de las palabras de otro de sus impulsores, Justino O’Farrell, que no hay que ser «ni liberales, ni marxistas».
A juicio del teólogo jesuita, esta sinodalidad propia de la Teología del Pueblo también tiene potencial para dar frutos en otras áreas de la vida de la Iglesia, como puede ser el diálogo ecuménico. Una estructura eclesial menos piramidal «ayudará mucho, si se logra», dice, «para el diálogo con las iglesias ortodoxas, que tienen un gobierno sinodal, y también con la iglesia anglicana». No se trata, en fin, y como matiza Scannone, tanto de tocar el concepto de autoridad en la Iglesia, «pero sí el modo de ejercerlo».
Potencial de la sinodalidad, así pues, para el diálogo ecuménico, pero también para el orden interno de la Iglesia católica. Porque si se consigue que los laicos se sientan más empoderados bajo este modelo de la sinodalidad, señala Scannone, se verán más capacitados para hacer el importante trabajo de acompañamiento de un divorciado vuelto a casar, por ejemplo, en proceso de discernir si Dios le llama a comulgar. O incluso para asumir las tareas del ministerio ordenado en el contexto de las diócesis, ya que, como recuerda el teólogo, el voto de castidad que impide que muchos laicos se impliquen en dicho ministerio «no fue siempre obligatorio y hay ritos orientales que ordenan a sacerdotes casados».