El arzobispo de México se despide de la diócesis

La última misa del cardenal Norberto Rivera Carrera

"Procuró tiempo para todos con la sonrisa en el rostro"

La última misa del cardenal Norberto Rivera Carrera
Despedida del cardenal Norberto Rivera Guillermo Gazanini

Catedral no albergó este domingo las grandes cantidades de fieles que abarrotan sillas y pasillos laterales para el cumplimiento del precepto dominical, ningún obispo auxiliar concelebró con él

(Guillermo Gazanini, México).- Don Norberto salió de la sacristía con pausa y sin prisa alguna. Mientras la gravedad y solemnidad de los cantos gregorianos honraban a la Trinidad Santísima y los poderosos acordes del órgano tubular anunciaban el inicio de la celebración de los misterios de nuestra fe, el Arzobispo emérito, tomando su tiempo, caminó, bendijo y saludó a los fieles reunidos este domingo 4 de febrero en Catedral metropolitana.

El ambiente perfumado por el aromático incienso y los inmensos arreglos florales dispuestos para la sucesión que se realizará unas horas adelante. Ataviado con los ornamentos color verde propios del tiempo ordinario, el Administrador Apostólico se veía tranquilo, sereno aunque su rostro reflejaba cierto cansancio, tal vez algún desvelo o el ajetreo propio de lo que implica el fin de 22 años al frente de la Arquidiócesis Primada de México.

Sin embargo, no era como en otras ocasiones. Catedral no albergó este domingo las grandes cantidades de fieles que abarrotan sillas y pasillos laterales para el cumplimiento del precepto dominical, ningún obispo auxiliar concelebró con él, sólo el Cabildo y, sin embargo, don Norberto procuró tiempo para todos con la sonrisa en el rostro y el gesto de bendición tocando la cabeza de los niños y recibiendo salutaciones de los congregados.

Rivera Carrera inició las artes del oficio litúrgico en actitud meditativa y de oración. Después, el dean del Cabildo y rector de Catedral, Mons. Francisco René Espinosa, dirigió unas palabras en gesto de agradecimiento mientras el Administrador Apostólico permanecía en actitud solemne. «Quisiera expresar a nombre del Cabildo de los sacerdotes, empleados y colaboradores de esta Catedral, así como todos los feligreses en general, nuestra gratitud por sus 22 años de servicio arzobispal al frente de esta Iglesia que peregrina en México. su ministerio al frente de esta Arquidiócesis estuvo llena de grandes momentos…»

Momentos que enunció enseguida como la visita de los Pontífices Juan Pablo II y Francisco en ese recinto dos veces centenario por el que el pastor consumó esfuerzos para rehabilitarlo y mantenerlo en pie por lo que implica y significa: Corazón de la Arquidiócesis, monumento y memoria, rincón de la espiritualidad y de la mística que alberga mucha de nuestra historia. Lo recordó el dean ante el septuagenario cardenal como capítulo luminoso de este último arzobispado: «… La restauración de esta Catedral antes llena de tubos…» Fue en ese momento cuando los ojos de Rivera se desviaron para subirlos hacia los techos del recinto como atestiguando por un instante la resurrección del templo que estaba moribundo, torres y torres de aceros apuntalaban arcos y cúpulas, escondiendo el esplendor de dos siglos de historia. Que volviera a la vida se debe, en gran parte, al cardenal saliente.

 

 

Pero Mons. Espinosa no sólo usó el ungüento de los buenos momentos. También puso ante los presentes los amargos y dolorosos, esos que parecen opacar más lo extraordinario y bondadoso en estos últimos 22 años: «Sin embargo, tampoco estuvo excepto de momentos difíciles y por lo demás dolorosos, como el pasado terremoto de septiembre o la epidemia de influenza de hace algunos años en donde la Ciudad de México permaneció en estado de alerta sanitaria; los frecuentes ataques a su persona en esta misma Catedral, y a través de diversos medios de las irrupciones violentas que aquí y en otras partes ocurrieron…»

Al terminar el discurso, el Administrador Apostólico se dirigió al dean dándole un sentido abrazo a la vez que se escuchaba simplemente un «Gracias, Pancho». Los fieles congregados tributaron un largo aplauso a Rivera Carrera quien sonreía y agradecía desde el altar mayor. Pocas palabras de agradecimiento de don Norberto bastaron para corresponder a los elogios de Mons. Espinosa ratificado por el aprecio de los creyentes reunidos y animando al Cabildo a impulsar la fe, esperanza y caridad.

La celebración de los misterios continuó con la pausa y devoción que siempre caracterizaron al purpurado. Una homilía particularmente cargada de los aspectos de la evangelización y la promoción humana, entre los reclamos descritos en el Libro de Job y los prodigios de Cristo quien curó enfermos, expulsó demonios y quien ha venido al mundo a predicar la Buena Noticia.

Fue la última misa de Rivera Carrera. Un arzobispado que acabó con ese «pueden ir en paz» ante una nueva etapa. Al igual que un párroco, el cardenal arzobispo emérito concluyó pidiendo a los fieles las imágenes del Niño Jesús para ser bendecidas. Como un reloj de arena, el tiempo consumó este gobierno pastoral culminado en la sencillez de una misa presidida por don Norberto a quien su amada Arquidiócesis puede darle las gracias porque, para muchos, clérigos o fieles, el Pastor emérito fue «parte de nuestra historia… Muchas gracias por su servicio al frente de esta Arquidiócesis que Nuestra Madre María de Guadalupe, lo guarde por muchos años…» Y como cuando cae el telón, con paso solemne y prodigando bendiciones, Rivera Carrera dejó al altar mayor para abrirse paso ante el juicio de la historia de la gran Arquidiócesis Primada de México.

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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