"La Iglesia es estar cerca del pueblo y que seamos creíbles", afirma el dominico español

Manuel Uña, op: «La Iglesia en Cuba es una Iglesia en la que el cubano cree»

"En las celebraciones de los domingos no ves los templos llenos, pero, a pesar de ser pocos, las eucaristías son más vivas"

Manuel Uña, op: "La Iglesia en Cuba es una Iglesia en la que el cubano cree"
El Padre Manuel Uña, dominico español en Cuba RD

Yo, normalmente, estoy más escuchando que hablando. Hay que creer en las personas y hay que creer en Dios. Creer que podemos dar pasos

(Jesús Bastante).- Natural de Benavente, un pueblecito de Zamora, Manuel Uña ha sido dominico 65 años y misionero en Cuba por 25. Ha estado de paso en España «para descansar» y «para no perder el carácter», como explica en esta entrevista con RD, en la que también nos presenta su nuevo libro «El centenario del nuevo Letrán» -el monasterio en el que vive en La Habana- y comparte algunas lecciones vitales con nosotros. Frutos de una vida que, dice, ha pasado escuchando más que hablando, procurando hacer realidad «una Iglesia cercana que comparte, que acompaña, que forma, que abre caminos al diálogo».

Estamos con Manuel Uña. Bienvenido. Es usted dominico.

Dominico de corazón.

¿Desde hace cuánto?

Desde el año 1953, en la Orden de Predicadores dominicos.

Sesenta y cinco años. Ya estaría para jubilarse, si fuera una vida.

Ya me preguntan: ¿Y usted cuándo se jubila?

Y un dominico nunca se jubila.

Dije yo: «Como sacerdote y como fraile predicador, nunca me voy a jubilar: regalaré mi vida hasta el final. Hasta que Dios me deje aquí, entre las personas, para compartir con ellas».

Desde el 53 como dominico, y en Cuba los últimos veinticinco años.

Yo fui a Cuba el año 1986. Me habían elegido provincial y fui a visitar a mis hermanos de Cuba; ver cómo vivían, qué hacían y qué necesitaban. Pero era un infeliz.

¿Por qué?

Porque, fíjate: te estoy diciendo que iba a dar. Pero jamás pensé lo que iba a recibir de ellos. Y esta es la gran riqueza que tengo en mi corazón. Fui de corazón a verlos y a estar con ellos, compartir con ellos, ver qué necesitaban. Y cuando vi aquello, volví durante 18 años. Y a todos los que se ofrecieron para ir, los envié. Porque no hay que violentar a nadie para ir a ningún sitio.

Después de ver lo felices que eran mis hermanos, cómo se llevaban, lo que se querían y lo poco que tenían, me di cuenta de que eran pobres y sencillos. Y me ofrecí para ello. Llegué a Cuba en el año 1993, en octubre.

 

Justo cuando se acababan los primeros fastos del centenario en que alguien llegó a Cuba desde Europa.

Yo llegué en apagón.

¿En apagón?

Sí, cuando había restricciones de luz. ¿Y sabes cuál fue el primer regalo que me hicieron?

¿Cuál?

Una pequeña linterna. Me la regalaron los jóvenes y me dijeron: «Padre Manuel, esto que le sirva a usted para iluminar y para ver».

¿Cuánto tiempo estuvo en Cuba? o ¿sigue en Cuba?

Sigo en Cuba. He venido a revisión médica y a descansar, porque los hermanos también son humanos. Y a no perder el carácter. Vine el año pasado a que me operaran del corazón; me pusieron una válvula, porque tenía problemas de estenosis aórtica severa. Y ahora me han felicitado por cómo ha respondido el organismo.

¿Cómo ha vivido un religioso español en Cuba?

Pues, intentando no ir a enseñar, sino a sentarse en la cátedra como alumno. Como discípulo para aprender; y he aprendido más escuchando que hablando. Viendo y acompañando. Allí procuramos que sea una realidad lo que nos pide el papa Francisco: ser una Iglesia en salida, una Iglesia cercana que comparte, que acompaña, que forma, que abre caminos al diálogo. Una Iglesia de encuentro, de reconciliación, de perdón. Todo esto hay que hacerlo; no como Jesús, pero sin olvidar lo que Él hizo y cómo lo hizo.

Un Papa, Francisco, que hizo escala en la Habana para un encuentro histórico, cuando se vio con Kiril, rompiendo una desconexión de casi mil años con el patriarca en Moscú. ¿Cómo vivió ese momento? No se si estaba allí.

Yo no he estado allí, pero sí he estado en los otros tres momentos en que han ido los pastores de la Iglesia. Porque con Kiril fue, más bien, un encuentro en el aeropuerto de Raúl, el Papa, el arzobispo y las autoridades de allá.

En los otras visitas sí que he estado presente. Como la primera vez que fue el papa Juan Pablo II, y aquello cambió.

Claro: Cuba se abrió al mundo y el mundo se abrió a Cuba.

Nos habían invitado a los dominicos. Yo era superior y me pusieron en un sitio reservado, pero no me sentía cómodo. Fui a hablar con el jefe de protocolo y le pregunté si me podía cambiar el sitio. Me puso la mano en el hombro y me dijo: «Padre Manuel, usted está ahí porque le corresponde por la historia: ¿no fueron los dominicos los fundadores de la Universidad de La Habana?!»

Yo le dije: «Así es».

Me insistió: «Usted se sienta ahí».

Allí estaba también la Conferencia Episcopal, y a la derecha estaba el señor comandante con el Gobierno. Me sentí muy feliz y dominico.

¿Y se abrió Cuba al mundo y el mundo a Cuba? ¿Se hicieron realidad esas palabras?

Se van dando pasos: lo importante es caminar dando los pasos que se puedan cada vez. Y respetando cada paso.

 

¿Cómo está la Iglesia en Cuba?

Bien despierta. Y atenta a lo que vive el pueblo.

¿Es una Iglesia minoritaria, o aumenta la presencia?

La Iglesia en Cuba es una Iglesia en la que el cubano cree. Y cada día desde que yo llegué, veo cómo ha ido aumentando el número de catequistas y catequistandos. Es otro momento. En las celebraciones de los domingos no ves los templos llenos. Pero, a pesar de ser pocos, las eucaristías son más vivas. Es otra realidad y otro carácter.

Acostumbrados a que es lo que toca, y no tanto lo que se vive.

Es otro carácter. Somos muy parecidos pero bastante diferentes.

Sin entrar en cuestiones políticas, porque no es el caso, ¿cuál es el papel, que tiene la Iglesia católica en el presente y en el futuro de Cuba?

La Iglesia en el presente es lo que estaba diciendo antes, es estar cerca del pueblo y que seamos creíbles, que es el problema. Yo digo que hay creyentes poco creíbles, sacerdotes poco creíbles y religiosos poco creíbles. Por otro lado hay personas que dicen que no creen y sin embargo son creíbles. Yo, normalmente, estoy más escuchando que hablando. Hay que creer en las personas y hay que creer en Dios. Creer que podemos dar pasos.

Muchas veces se cree en Dios a través de las personas.

Ya lo creo. Ese es el camino más corto.

También viene a presentarnos un libro, que es «El centenario del nuevo Letrán». Que no es el concilio, porque del Concilio hace mucho más tiempo. ¿Qué es el nuevo Letrán?

Habíamos sido despojados de todo en la desamortización de Mendizábal. Y en el año 1898 se fundó nuestro convento.

Que es el Convento de San Juan de Letrán, que está en La Habana.

Está en El Vedado, en la calle 19. Allí dimos unas conferencias, y ahí tiene usted al historiador de la ciudad de La Habana, al director de la Biblioteca Nacional y al doctor Reyes Mate del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

El nuncio de Su Santidad en Cuba.

Y al Provincial de los dominicos.

Díaz Sariego, sí.

Fue un encuentro de una altura y una respuesta excelente. Y queríamos celebrarlo para no vivir en el recuerdo: para no olvidar el pasado, vivir el hoy y abrir caminos hacia el mañana.

¿Cómo es el convento? Usted vive allí, entiendo.

Es como debe ser un convento dominico; de puertas abiertas: «sin puertas ni ventanas». Entiéndame bien, porque recuerdo que en el Capítulo general de Oakland, allá en California, hubo un acuerdo en la asamblea donde se decía que fuese un convento dominico abierto, pero sin puertas ni ventanas. Eran unos frailes brutos… Yo pensaba: «y cómo le explico esto a mis hermanos».

El convento está abierto desde las ocho de la mañana hasta las nueve y media de la noche. Allí vienen jóvenes a formarse, a aprender y a promocionarse. El cubano es un pueblo culto al que le gusta mucho leer. Es más, tenemos la Biblioteca, que es otro centro.

Como buenos dominicos tiene que tener una biblioteca.

Es un hormiguero. Entonces, lo que tenemos que hacer es no andar denunciando ni atacando, sino formando y respetando. Y que el hombre nuevo sea como nosotros soñamos que puede ser de cara al futuro.

Porque el Evangelio siempre se abre paso en cualquier sitio y en cualquier circunstancia.

Depende cómo lo presentemos y cómo lo vivamos.

 

El ser creíbles, como decía antes.

Exactamente. El problema es ser creíbles. Yo no intento convencer a nadie. Usted se va a dar cuenta de si creo o no creo, de si estoy convencido o no lo estoy. Una persona convencida es una persona que convence aunque no lo intente. Esta persona no es como las demás aunque no haga alarde. Hay que ser sencillos, como el papa Francisco.

¿Qué le parece el Papa?

Es nuestro Papa y el hombre que hoy necesita la Iglesia. Es el hombre enamorado de Jesús que no necesitó cambiarse los zapatos.

Pero le están pegando mucho.

Él es capaz de aguantar y de resistir. El hombre fuerte es el que resiste. Usted sabe que el hombre fuerte es el mártir.

¿Sí?

No es el que ataca; es el que resiste.

Y el que sigue cambiando la historia.

Y no pierde; su rostro no cambia. Ni su vida. Las demás personas tardarán, pero irán viendo e irán cambiando. Es hablar con la autoridad con la que hablaba Jesús, y este Papa lo hace.

¿Qué Iglesia sueña Manuel Uña par Cuba y para el mundo?

Pues lo que nos ha dicho el papa Francisco: una Iglesia que tenga las puertas abiertas y el corazón. El corazón de los sacerdotes, de los religiosos, de los laicos y de los cristianos; que tengamos el corazón abierto y la mente. La mente para razonar y el corazón para querer.

Y las manos para hacer.

Para estar cercar de las personas. Para mí esto es fundamental: cuando Jesús se humanizó lo hizo justamente para que el hombre se divinizara. Y yo creo que este es el secreto.

Lo que pasa, es que durante mucho tiempo en Europa nos han enseñado, casi, lo contrario; esa «sobre-divinización». Ya sé que esta palabra no existe, me refiero a esa sensación de que se había humanizado demasiado a Jesús. Que le habíamos mundanizado… Sin embargo, con este Papa uno tiene la sensación, como decía usted antes, de que calza los mismos zapatos, de que se mancha los dedos con la arena del camino.

Así es: se humanizó para divinizar. Y solo el que es humano es divino, y el que es divino es humano. No puede ser de otra manera.

Había un cura en mi parroquia que, en Navidad, siempre decía que Dios se había hecho hombre para que el hombre se hiciera un poco más de Dios.

Yo estoy convencido de eso, pero, a ver cómo hacemos las cosas. El cómo hacemos lo que hay que hacer, y el cuándo hacerlo es muy importante. A veces hacemos las cosas demasiado deprisa.

Y en esta sociedad de los ruidos, de internet, de las prisas…

Lo de hoy es sembrar; eso es lo nuestro. Sin la pretensión de recoger y sin forzar a nadie. Se impone la vida. Se impone justamente la semilla, sin que uno sepa cómo. ¿Te acuerdas de lo del Evangelio?

Sí. Y además, decía: «entre la cizaña».

Se arroja y, después, sin que uno sepa cómo, prende.

 

¿Nos hemos olvidado de sembrar, dedicándonos solo a intentar recoger, echando la culpa a las cizañas de que no salen nuevas espigas?

Creo tenemos que ser agradecidos: estoy recogiendo lo que sembraron otras generaciones, esta es la realidad. Entonces, debo ser generoso para saber elegir la semilla, saber preparar la tierra. Saber cómo arrojar la semilla y después saber esperar. Soy hijo de labradores y recuerdo cómo sembraba mi padre.

¿De dónde es usted?

De un pueblecito de Zamora, cerca de Benavente. Diócesis de Astorga.

Buena zona.

Fue lo que aprendí de pequeño. Mi familia era humilde y lo sigue siendo. Y lo que he aprendido, lo he aprendido en casa viendo cómo sembraban y cómo vivían, acogiendo al pobre que iba allí y podía dormir. Es lo que he recogido y lo que queda grabado. Por eso la importancia de la familia. Los hijos aprenden viendo cómo viven los padres y lo que hacen. Escuchando lo que les dicen. Y los padres tienen que tener cuidado de lo que les dicen, y de cómo se lo dicen.

Por eso las familias son tan importantes.

La familia es la clave. Las mayores lecciones yo las he aprendido en mi familia. Entonces, pienso que en la Iglesia tenemos que seguir siendo familia y haciendo las cosas también en familia, para que los demás puedan ver lo que hacemos.

Los dominicos, que también son la Orden de los predicadores por antonomasia, qué opinan de cómo predicamos nosotros hoy. ¿Lo hacemos bien? ¿No hemos llegado a los nuevos lenguajes? ¿Nos hemos quedado anquilosados en «esto lo tiene que saber todo el mundo», dando por sentado, al menos en Europa, que todas las personas saben quién es Jesús, quiénes los santos, cómo se hace la señal de la cruz, cuáles son los sacramentos… y, de pronto, nos encontramos con que hay generaciones que van al museo del Prado y se encuentran a un señor colgado en un madero y no saben quién es? Eso está pasando, y a mí me surge la pregunta de si lo estamos haciendo tan mal como para suceda esto. Que cosas que para nosotros eran prácticamente innatas, ahora son ignoradas.

Usted está recordando algo que yo he vivido en Cuba. Estaba en el templo y se me acercó un joven, de unos 19 años, y me dice: «Padre Manuel, le quiero preguntar una cosa, porque me han dicho que se la pregunte a usted: aquel que está allí crucificado, ¿quién es?»

No sabía quién era Jesús. Yo me quedé mirando para él, y le dije lo que me brotó del corazón: «Aquel es el culpable de yo esté en Cuba. ¿Usted sabe quién es la Virgen de la Caridad del Cobre? Es la Virgen, y ese nació de ella y su padre era Dios. Es Dios. ¿Usted no ha oído hablar de Jesús de Nazaret?»

Y él dijo: «No, padre».

Le dije: «Es el responsable de yo esté aquí. Pero como he venido de visita, -porque iba de provincial y tenía que regresar- le voy a presentar a un señor para que le hable más despacio de él, si usted no se molesta. Véngase conmigo».

Y le presenté a un catequista, a Lázaro. Le dije: «Lázaro, este joven quiere saber quién es Jesús, ¿usted le puede acompañar?». Dijo que sí, y se quedó con él.

Pasaron tres o cuatro años, y yo estaba en Sevilla. Recibo una carta urgente diciéndome: «Padre Manuel, yo soy aquel joven que se acercó para preguntarle quién era el que estaba crucificado. Usted me dijo que era el responsable de que usted estuviese en Cuba. Yo hice lo que usted me mandó, y ahora voy a recibir el sacramento de la confirmación. Quiero que usted sea mi padrino».

Se despertó en mí una alegría… Le contesté: «No puedo ir, pero seré tu padrino. Se lo voy a decir al padre y lo celebraremos cuando vuelva allá, porque esto merece ser celebrado».

Esto me dice que lo que tenemos que hacer es provocar preguntas, y saber responderlas. Pero hablarles de tú a tú. Y no, dándoles una lección.

Ha sido un placer, don Manuel; un placer inesperado pero fantástico. Se nota que el Papa habla, no solo con la autoridad de Jesús. Que hay muchos otros que intentan seguirle y lo hacen muy bien. Y usted es uno de ellos.

A ver si yo tengo capacidad de engañar. (Ríe)

También lo haría perfectamente, aunque creo que no es el caso. Pienso que el culpable de que usted se fuera a Cuba lo hizo muy bien.

Estoy enamorado de él: quiero seguir hasta el final, siéndole fiel y regalándole mi vida a los demás.

Pues muchas gracias por este regalo, que también es de vida. Por esta entrevista que, seguro, estarán disfrutando nuestros lectores de la misma manera que yo. Muchas gracias. ¿Regresa a Cuba pronto?

Me voy el día nueve. Me ha visto el cardiólogo hace unos días y me ha felicitado por el organismo que tengo. Por lo bien que ha respondido. Yo le dije: «Doctor, a mí no me cuesta obedecer, porque usted me ha sabido mandar; me ha puesto el plan, yo lo he respetado, y he venido».

Dé un abrazo de nuestra parte a esa amada tierra cubana.

Gracias a usted, y gracias a Religión Digital.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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