"Es una misión que tiene que ir, sí o sí, más allá de lo religioso, de lo eclesial", explican sus responsables

Comunidad intercongregacional de Islandia, cuando la misión está por encima del carisma

"A veces tenemos que preocuparnos con la salud, con baños, con luz. Todo eso también es una presencia de Iglesia"

Comunidad intercongregacional de Islandia, cuando la misión está por encima del carisma
Ivanes, Zélia y César, religiosos de la comunidad de Islandia en la Amazonía peruana RD

La intercongregacionalidad fuerza a los miembros a concentrarse en lo que es más importante, que es la misión, y hasta sobrepasar algunas cosas de la institución

(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil).- Existen experiencias eclesiales que tiempo atrás sonarían a ciencia ficción, situaciones que sólo se dan en la periferias del mundo. Eso es lo que sucede en Islandia, Amazonía peruana, una pequeña isla en el Río Javari, en la frontera con Brasil, donde se levanta una pequeña ciudad de palafitos, que pasa parte del año cubierta por las aguas. Allí conviven y trabajan cuatro religiosas brasileñas, de tres congregaciones diferentes, Hermanitas de la Inmaculada Concepción, Misioneras de Jesús Crucificado y Buen Pastor, junto con un sacerdote diocesano español.

El día que llegué solamente estaban dos de las hermanas, Ivanes Favretto y Zélia Gomes, junto con César Caro, cura de la diócesis de Mérida-Badajoz. Este proyecto, como ellas mismas reconocen surgió por necesidad, pues todas querían estar en la Amazonía y era algo que las congregaciones no podían hacer solas.

En ese sentido, Ivanés Favretto insiste en que los carismas juntos se suman, no se diluyen. Ella dice que «vivimos la vida normal de una comunidad religiosa, con carismas diferentes, pero la misión es lo que sobresale. Por causa de la misión, que está en primer lugar, que es la esencia de este proyecto, vivimos con carismas diferentes, poniendo todo en común, sumando unas con las otras». La religiosa de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción, reconoce que «uno de los principales caminos de la vida religiosa hoy es la intercongregacionalidad. Ante la situación que la vida religiosa hoy se encuentra y, ante el clamor de la Amazonía, para mí es el principal camino. No sólo de religiosas, también de religiosos masculinos».

Es algo que corrobora Zélia Gomes, pues esa experiencia «ayuda, fuerza, exige que dejemos de vivir para nuestro carisma, nuestro grupo y nos concentremos en la misión como objetivo último y todo lo que es institucional, individual, pasa a ser de ese grupo, pierde fuerza o centralidad la institución y gana fuerza la misión». Ella también insiste en las ventajas de la intercongregacionalidad, pues «fuerza a los miembros a concentrarse en lo que es más importante, que es la misión, y hasta sobrepasar algunas cosas de la institución».

 

De hecho, su misión es acompañar, ser presencia en las comunidades, tanto ribereñas como indígenas, «de una forma gratuita, sin esperar resultado, una presencia de vida religiosa, de más que vida religiosa, de personas que suman con ellos, que creen en ese pueblo», afirma Ivanés. En realidad es una misión que «tiene que ir, sí o sí, más allá de lo religioso, de lo eclesial, tradicionalmente hablando, y no es que lo que hacemos no tiene que ver con la Iglesia», añade Zélia, para quien «lo que se espera de una parroquia, de una presencia religiosa, sería dar continuidad a lo que es tradicionalmente religioso, o sea, los sacramentos, grupos, movimientos, fomentar eso».

Pero eso todavía no es posible en Islandia, porque, como la propia Zélia reconoce «se necesitan dar pasos que todavía no se dieron. Acá estamos comenzando muchas cosas, estamos comenzando una presencia como Iglesia. Nuestra presencia ahora tiene que ser junto a los pueblos indígenas, amazónicos, intentando ayudar en sus necesidades, sean necesidades de formación o necesidades básicas. A veces tenemos que preocuparnos con la salud, con baños, con luz. Todo eso es una presencia de Iglesia».

Ivanes Favretto va más allá, al afirmar que «primero es permanecer, estar con ellos, sin preocuparse demasiado con la cuestión de la evangelización«. De hecho, ella afirma que «aquí la evangelización es ser con ellos, un poco como Jesús fue, estar allí, sin preguntar si creen o no creen, y haciendo el trabajo de ayudar en las necesidades. Ellos piden temas para reflexionar, piden cosas para ayudar y es por ahí el camino».

César es más práctico y reconoce que la presencia de un sacerdote diocesano en esta comunidad se entiende porque se forma un equipo de vida y de trabajo, hasta el punto de afirmar que «estoy aquí por casualidad, llegué al Vicariato al mismo tiempo que ellas y a mí el obispo tenía que destinarme a una misión y después de pensarlo y conversarlo, fue aquí». Él se siente enriquecido con la experiencia, «pero no todo es tan bonito», pues como señala, «como todo lo humano tiene sus limitaciones, sus dificultades y muchas veces el estar en la Amazonía no es simplemente yo me vengo y ya está, no todas las personas logran adaptarse». A ello se unen las dificultades propias de la intercongregacionalidad, de personas con diferentes modos de ver la vida religiosa, con diferente bagaje formativo, de ser mujeres y hombres. Por eso, como toda experiencia novedosa, «es complicado, un proceso que se va haciendo día a día«, reconoce César Caro.

 

Ninguno se arrepiente de haber comenzado esta experiencia. De hecho Zélia, ve que «por encima de las dificultades, nuestra misión aquí se ha enriquecido mucho con esta mezcla entre hombre y mujeres, cada uno desde su forma de ser». La Misionera de Jesús Crucificado no niega las dificultades, pero ve que esta misión tiene algo de específico, fruto de esa mezcla. Ella nunca había convivido con un sacerdote tan de cerca, y eso «es verdad que desde nuestras características personales exige mucho, exige superación de muchas cosas, pasar por encima de muchas cosas, es bastante exigente, pero como el centro es la misión, yo lo veo positivo«, afirma Zélia Gomes.

Vivir en esta comunidad, supone «morir en muchas cosas, pero se resucita en otras«, según Ivanes, pues «uno gana experiencia, capacidad de saber relacionarse con lo diferente, carismas, personas». Por eso, siendo positivo, exige «una muerte como posibilidad de crecer, de resucitar en otros espacios, y bastante cambio de mentalidad«, afirma la religiosa, para quien todo esto «es un proceso de conversión diaria, la persona que quiere vivir una experiencia de intercongregacionalidad o de interinstitucionalidad, tiene que estar abierta a cambios, a conversión, abierta a esas realidades que se hacen presentes en lo cotidiano de la vida».

Una de las dificultades en muchas misiones en la Amazonía son los recursos materiales. De hecho, César Caro reconoce que «a las comunidades del interior vamos poco y rápido, dos veces al año, a veces tres, si podemos, y en algunos lugares vamos sólo una vez». Falta plata para poder llegar a las comunidades, algo que no se entiende desde fuera. Esta, como sucede en muchos lugares de la selva, es una parroquia que no genera recursos, y «para que podamos trabajar nos tienen que ayudar«, afirma abiertamente el sacerdote español, para quien «la ayuda a las misiones se ha enfocado mucho en relación a servicios básicos».

Es necesario que se envíen recursos para que los misioneros trabajen. En ese sentido, César dice que ha hablado de eso a la gente, «que sepan que lo que han dado ha sido para ir a las comunidades, para hacer un encuentro de animadores, y si no fuese por esas ayudas, no podríamos». En realidad, «son dineros que visten menos, son menos espectaculares que si yo he hecho una escuela. No, yo he pedido para que podamos ir, para que nos gastemos un montón de plata en gasolina, una cosa que no es muy prosaica, pero que hay que explicarlo», mostrando una vez más las dificultades por las que muchas veces pasan los misioneros.

 

Existen lugares de misión que sostienen por si propios, pero aquí, según el sacerdote español, «para que la Iglesia esté en pie hay que buscar plata constantemente, para cualquier arreglo, porque lo que da la gente en la colecta del domingo, no da ni para pagar la luz. Eso es algo que no se comprende, que hay sitios donde la misión no solamente no da nada, sino que cuesta». En el caso de las religiosas son las congregaciones quienes mantienen su presencia y la misión que realizan.

En ese sentido, el Sínodo para la Amazonía debería reflexionar sobre cómo mantener la misión en la Amazonía, algo que es caro. Durante mucho tiempo, las congregaciones asumían el trabajo pastoral y la manutención de los vicariatos, pero ese es un modelo que hoy no es fácil hacerle funcionar. Por eso, César reconoce que «habrá que buscar otro modelo de gestionar los vicariatos, que son territorios de primera evangelización».

En eso insiste también la hermana Ivanes Favretto, pues «aquí es una realidad de distancias, que todo cuesta tiempo, dinero, energía y salud. Es necesario pensar de una forma diferente. No todo es igual, la Amazonía es una realidad que tiene que ser pensada de otra forma, inclusive los misioneros que vienen, las experiencias que se quieren hacer», esperando que, pensando bastante, el Sínodo ayude en algo.

Uno de sus trabajos fundamentales es la formación de la gente, que debe ser «a partir de ellos mismos, de sus derechos, qué es lo que ellos necesitan y tienen como derechos básicos, territorio, salud», señala Ivanes, para quien «la evangelización comienza por allí, no es una doctrina de encima para abajo, sino un construir la evangelización a partir de su realidad, de su necesidad, construir una Iglesia a partir de ellos». No se puede pretender «querer formar para acomodar a la gente, a los animadores, a una estructura determinada de Iglesia», añade Zélia. Según ella, «lo que pasa es que ellos reciben una formación y no consiguen alcanzar esa meta, porque tienen otra forma de pensar, de relacionarse, de conversar». Es necesario un cambio de modelo de formación, que sea a partir de la gente, y de estructura, que también debe ser a su estilo.

 

Esto no es algo que se consigue de un día para otro, «para llegar a eso, hay que tener muchos años de vivencia y convivencia con ellos, para saber hasta la manera, el método a ser usado», según Ivanes, que afirma que «todo tiene que ser construido».

A veces parece que, siguiendo el símil de los ríos amazónicos, la Iglesia va a contracorriente. Para superar esa dinámica, Zélia ve necesario simplificar la Iglesia, que «pueda reflexionar sobre toda su estructura, sus normas, su forma de ser, para poder tener un rostro amazónico, no al revés, que el rostro amazónico pase a tener un rostro eclesial y clerical». Por eso, la religiosa piensa que «más que estar cuestionando a los indígenas, a los laicos y poniéndoles ministerios que ellos no tienen interés de tener, sería que la Iglesia se preguntase en relación a sus diversas estructuras, sus ministerios, qué es lo que necesita de esos ministerios aquí».

Una necesidad es que «sus ritos sean incorporados, hacer una liturgia a partir de ellos», según Ivanes, quien dice que «aquí hay que pensar de una forma muy diferente, hay que pensar la forma de pensar la Iglesia», superando visiones europeas. Ella piensa que «es morir y dejar nacer, tiene que morir esa forma y nacer una nueva forma de ser Iglesia, a partir de aquí», algo que no sabe cuánto tiempo va a llevar. En la misma dirección, Zélia afirma que «a partir de nuestras propias frustraciones, porque aquí uno se frustra mucho, porque uno quiere otra realidad de Iglesia, espera otro tipo de Iglesia y no sale, esa Iglesia con estructura, con sacramentos, no sale«.

De hecho no es fácil superar una mentalidad eclesial resultadista, basada en números. César Caro dice abiertamente que «no estamos preparados para eso. Nosotros somos una Iglesia clerical y europea, y creemos que la Iglesia aquí tiene que ser así, y es un error y una equivocación, la historia lo demuestra». En ese sentido pone como ejemplo el Vicariato de San José del Amazonas al que pertenecen, que en 75 años, sólo hay dos sacerdotes autóctonos.

 

Por eso, «la clave es hacerlo a su manera«, afirma el sacerdote, lo que es difícil, pues la gente «pregunta si eso que van a decir, lo pueden decir. Estamos muy lejos de moldear culturalmente la Iglesia local, ese es un proceso que tienen que hacer ellos, a su modo». En ese sentido, continúa Ivanes, «ellos tienen que creer que pueden hacerlo, y nosotros dar las condiciones para que, a partir de ellos, realmente vean que es posible construir, porque esperan demasiado, fueron acostumbrados a esperar de la Iglesia institución».

La hermana Ivanes afirma haber visto pequeñas semillas. Ella lo ve posible, pero con tiempo, con paciencia, «porque el Verbo de Dios está ahí, y a veces nosotros no sabemos ver esas señales de Dios«. Es necesario delegar un poco, dejar que lo hagan a su manera, pues esa es «nuestra Iglesia católica en la Amazonía». Una tarea que no es fácil, cómo hacer que la Iglesia reconozca que eso es ser Iglesia, ese estilo es Iglesia. En ese sentido, Zélia Gomes cuenta que el obispo le preguntó si creía que después de un tiempo de estar aquí va a crecer la Iglesia, si la gente va a comenzar a participar, va a buscar los sacramentos, ante lo que dice que se quedó buscando una respuesta.

Una visión resultadista que lleva a pensar que esta forma de llevar a cabo la misión es perder el tiempo. Pero, como dice abiertamente César, «no hay resultados, ni los va a haber«. Pero lo que algunos pretenden es que se transforme esto en una Iglesia «verdadera», aquella que tiene un montón de sacramentos, algo imposible para la hermana Zélia, «si queremos una Iglesia con rostro amazónico». En ese sentido, Ivanes Favretto va más allá, al afirmar que «el Vaticano no debe preguntar a la Amazonía cuántos bautizos hubo, cuántos matrimonios. Esa pregunta aquí no debe existir».

No se trata de «hacer unos cuantos arreglos, como se podan los árboles, es al revés», reconoce César, para quien «el proceso no es decir, aquí está la Iglesia que es la verdadera, entonces ahora la hacemos unos apaños y lo que sale ya es la Iglesia amazónica». No es suficiente, según el sacerdote con ponerse las plumas para celebrar o quitar el pan y poner yuca, sino ver cómo se expresa la esencia eclesial y qué es lo que eso significa en la cosmovisión de los pueblos, cómo se pone de manifiesto. Desde ahí afirma que «tienen que inventárselo ellos y hacer una celebración que visibiliza que la comunidad es eucarística, que eso también es la Iglesia de Jesús, pero lo que salga de ahí lo sabrá Dios».

En la región acompañada desde la misión de Islandia, «hay mucha competencia, no solamente somos nosotros, hay un montón de religiones, sectas de todo tipo», afirma César Caro. Según él, «hay un montón de gente que lleva aquí mucho más tiempo que nosotros, y que han hecho un trabajo que nos llevan una delantera de décadas». Desde ahí se pregunta qué hacer ahora, pues no se trata de llegar a donde son evangélicos y decirles que están equivocados y nosotros tenemos la religión verdadera.

Por eso, Zélia concluye que «este sínodo, si realmente desea construir una Iglesia con rostro amazónico, tiene que reconocer oficialmente las semillas del Reino, que esto que hacemos aquí es la Iglesia, que no tenemos que preocuparnos en transformarlo en otra cosa, en estructurar una Iglesia a la que viene un montón de gente, que tiene muchos sacramentos». Ella afirma con rotundidad que esta forma de ser Iglesia «es verdadera, es real, viviendo así como vivimos y el rostro amazónico de la Iglesia sería reconocer lo que hay«.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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