Dicen abiertamente ser 'dueños de este tapete verde', pues en los pueblos indígenas se ha desarrollado una relación de respeto con la naturaleza y una espiritualidad propia, que nace de una fuerte relación con la Madre Tierra: 'no nos vamos'
(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil).- El mundo amazónico y el mundo occidental han vivido históricamente un desencuentro. Nadie puede negar que representan modos de entender la vida completamente diferentes y que uno invadió el otro en busca de tierras y recursos, una actitud que muchos todavía persiguen cuando se adentran en la Amazonía.
Delante de esta realidad, el Sínodo para la Amazonía se presenta como posibilidad de reconciliación abierta y honesta. Para ello es necesario saber mirar la realidad con un corazón limpio, sin rencores. Esta es una actitud que debe estar presente en la Iglesia católica, que reconoce las dificultades para hacerse presente en la vida de los pueblos amazónicos, sobre todo de los indígenas.
Es necesario romper con todo lo que no permite caminar juntos, como se ha dicho en el Encuentro Pan-Amazónico de los pueblos indígenas, organizado por la Red Eclesial Pan Amazónica – REPAM, que ha sido celebrado en Leticia, Colombia, de 2 a 4 de febrero, donde se han hecho presentes más de 80 representantes indígenas y misioneros de seis países y 24 pueblos indígenas.
El encuentro ha partido de un análisis de la realidad vivida por los diferentes pueblos, insistiendo en las amenazas que sufre su territorio, un elemento fundamental para la vida de los pueblos indígenas, pues como ellos mismos reconocen en él está su fuerza.
En ese sentido, resulta fuerte escuchar que «los pueblos indígenas fuimos muy solidarios y entró mucha gente en nuestra casa, y algunos se aprovecharon».
Esta es una denuncia contra una invasión secular, que se perpetúa hoy en los gobiernos y las grandes empresas, que no se importan con el sufrimiento de los indígenas, lo que constata las palabras del Papa Francisco en Puerto Maldonado, «hemos de romper con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes».
Esta invasión rompió la dinámica del buen vivir, que no es un concepto o una teoría, sino «una armonía que nos une entre pueblos, entre generaciones, con la naturaleza y con los espíritus», como reconocían los propios indígenas, quienes añadían que el buen vivir es «valorar la vida como el regalo más grande que nos dio la divinidad, es descubrir la luz divina que está en el interior de nosotros«
No podemos olvidar que ese buen vivir tiene una dimensión material, que garantiza recursos y territorio, y otra espiritual, interconectada, que lleva a cuidar de la vida no como un mandato y sí como respeto al propio ser. Junto con eso, el buen vivir fortalece la cultura y se preocupa por las generaciones futuras, a partir de principios como el respeto y cuidado a la vida, a uno mismo, a la naturaleza y a los demás.
Ese buen vivir se encuentra hoy amenazado por un sistema occidental, capitalista, que valora el dinero y destruye la naturaleza y la cultura, acabando con la armonía original y criminalizando a quien la defiende.
Brasil elimina 11 nuevas áreas protegidas en la Amazonía con una superficie de 600 mil hectáreas https://t.co/R41iLINfgU
— Compa Mariana (@Marianarcoforme) 6 de febrero de 2019
Es por eso que surgen entre los pueblos amazónicos, situaciones como la drogadicción, el alcoholismo, el suicidio y homicidios, la depredación de los recursos, el ingreso de iglesias proselitistas que acaban con las prácticas tradicionales, el narcotráfico, la violencia contra mujeres, niños y ancianos, o la trata de personas.
Ante estas situaciones, los propios indígenas afirman con firmeza que «aunque nuestro vestuario cambie, aunque nos llegue otro idioma, el pensamiento de nuestra palabra de origen de vida, no se cambiara nunca, nunca».
Ellos dicen abiertamente ser «dueños de este tapete verde», pues en los pueblos indígenas se ha desarrollado una relación de respeto con la naturaleza y una espiritualidad propia, que nace de una fuerte relación con la Madre Tierra, que les lleva a decir que «nosotros no nos vamos de aquí, podemos quedarnos hasta morir».
Por eso, a partir de esta realidad cultural y espiritual, la Iglesia debe escuchar a los pueblos indígenas si realmente quiere caminar junto con ellos.
Es necesario cambiar de lenguaje y de mentalidad, descubrir lo que une a los pueblos indígenas y la Iglesia católica, entender que «la Iglesia no debe luchar para evangelizar, debe luchar por nuestros derechos», como afirmaba una joven indígena presente en el encuentro.
Los indígenas insistían en que quieren hablar con el Papa, estar en el Sínodo, «para decir cómo queremos caminar juntos», en que la Iglesia les ayude a formarse, que les acompañe sin ser protagonista del proceso.
Sin duda, el encuentro ha puesto de manifiesto que es posible «un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios».
El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación», como decía el Papa Francisco en Puerto Maldonado. Son experiencias concretas que abren esos nuevos caminos a los que el Sínodo para la Amazonía nos llama a todos.