Fue su gran «pecado» para unos y su virtud para otros. Manuel Monteiro, el todavía Nuncio del Vaticano en España, no sintonizó nunca con el cardenal Rouco. Nunca hubo química entre el portugués y el gallego. A pesar de ser primos hermanos. Y eso lo pagó el Nuncio durante sus 9 años en España y puede pagarlo el cardenal a partir de ahora. Aquí se le ninguneó, pero ahora se va a Roma. Y precisamente de secretario (es decir, de factotum) al dicasterio de Obispos, en el que, hasta ahora, Rouco tenía la exclusiva. Pues la va a perder. Desde ahora se va a empezar a notar la mano del Nuncio Monteiro (y del arzobispo Ladaria) en las mitras españolas. ¡Falta hacía!
El balance de Monteiro en estos nueve años es francamente positivo. Hacia afuera, sobre todo. Consiguió firmar con el Gobierno del laicista Zapatero un acuerdo de financiación con el que la Iglesia sale sumamente beneficiada. Y, al menos por ahora, los Acuerdos no se tocan. Y ahí reside, como se sabe, la madre del cordero de todos los «privilegios» o los derechos adquiridos de la Iglesia católica.
Delicado, fino, astuto, elegante siempre, Monteiro supo mantener la calma y tender puentes en los momentos más complicados de su mandato. Tanto con Aznar, el único gobernante español que le llamó a consultas. Como con Zapatero y con De La Vega, con los que mantuvo una cordial y sincera sintonía desde la discrepancia.
Porque ésa es la primordial función de un Nuncio: entenderse con el Gobierno ante el que representa a la Santa Sede. Y la Santa Sede se entiende con todo tipo de regímenes. Desde el de Pinochet al de Castro. Pasando, lógicamente, por el de Zapatero.
Hacia adentro, lo tuvo más complicado el Nuncio Monteiro. Y eso que presumió, en la despedida con los periodistas, de haberle cambiado por completo la cara al episcopado español. Con 70 nombramientos. Lo que no dijo es que muchos de esos nombramientos (por no decir casi todos) se hicieron por obra y gracia de Rouco, el vicepapa español.
Eso sí, Monteiro dio aire a la mitad casi exacta de la conferencia episcopal. A los que apoyaron a Blázquez. Sin el sostén de Monteiro, el poder de Rouco sería todavía más absoluto. Y sin respiro posible. Eso es lo bueno de la Iglesia católica: que sólo se acepta de buen grado el poder absoluto del Papa. Los demás lo tienen que compartir.
En la recepción de despedida, primero con la prensa y después con las autoridades y con los obispos, Monteiro estuvo tan amable y cautivador como siempre. Y se fajó con los periodistas. Contestó a todas las preguntas. Algunas, como las de las relaciones con el Gobierno, muy a la gallega o a la portuguesa. Sin entrar en valoraciones ni en descalificaciones.
Se lleva a España en el corazón. Pero también se va «con alivio» y «feliz» a Roma.
Lo que quiere a España y a los españoles tuvo ocasión de decírselo al minsitro de Justicia, Caamaño, y a su director general de confesiones religiosas, José María Contreras. También estaba Carlos García de Andoin en un animado corrilo con Caamaño, Contreras y Blázquez. Tendiendo puentes. Porque Blázquez es una apuesta de futuro a medio plazo de la Iglesia española. En Roma más que en España. Y es de los obispos con talante. Puede discrepar, pero sin pancarta.
Por allí andaba también Carlos Dívar o el jefe de los espías y el cuerpo diplomático en pleno.
Se especulaba si aparecería el cardenal Rouco. Y, por supuesto, que llegó, sonriente y distendido. ¿Querrá dulcificar su imagen pública? Y más de 40 obispos. Y los que faltaron (Cañizares, Sanz, Asenjo…), porque estaban en el entierro de la madre del obispo de Murcia, Lorca Planes.
¡Buena suerte, monseñor, Roma le espera! En España, siempre quedará en el recuerdo, amén del caldito, sus buenos oficios, su capacidad de diálogo y su exquisita finura de trato.
José Manuel Vidal