Tercera entrega de las "Memorias" de Don Gabino

«A veces me sentí solo en Asturias»

«Para mí, Franco fue un liberador; en Toledo habían matado a 300 sacerdotes en un mes y medio»

«El cardenal Ottaviani, del Santo Oficio, se mostró defensor de los derechos humanos»

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Cuenta Javier Morán en La Nueva España que Gabino Díaz Merchán, de 83 años y arzobispo emérito de Oviedo, cumplió ayer 40 años de presencia en Asturias. En esta tercera y última entrega de sus «Memorias» repasa su vida desde la participación en la cuarta sesión del Concilio Vaticano II hasta su llegada a la sede ovetense.

l Obispos franquistas. «En España había obispos muy franquistas y yo he de decir que para mí Franco fue un liberador. Imaginen una diócesis como Toledo, en la que matan a la mitad del clero y la otra mitad está en prisión tres años. Allí ejecutaron a unos trescientos curas en un mes o mes y medio. A algunos les obligan a subir al púlpito a blasfemar; como se negaban, les disparaban. A otros les cortan sus partes… Hubo sadismo en algunos casos. ¿Cómo no íbamos a ver en los nacionales unos libertadores?».

l Los derechos humanos. «Pero llegamos al Concilio Vaticano II y al decreto sobre la libertad religiosa. Hubo oposición a ese decreto en el propio Concilio y un grupo de obispos españoles, unos 20, que dieron conferencias y escribieron en los boletines diocesanos dando por sentado que no se iba a aprobar. Pero la mayoría del Concilio fue favorable, y los obispos españoles, en su mayoría, también. Los que esperaban que no se aprobase era porque defendían la doctrina de la Iglesia, que creyeron estaba en contradicción con el decreto, pero el Concilio aclaró esto. Lo que más confundía era si los derechos del hombre eran contrarios a la soberanía de Dios. Es decir, que defender los derechos humanos lo consideraban como desconocer los derechos de Dios. Aquí, en Asturias, tuve problemas como obispo para hablar de los derechos humanos y eso que yo no soy extremista; nunca lo he sido. Pero el Concilio ya aclaró que se trataba de los derechos del hombre en la sociedad humana, y que no se ponía en tela de juicio de ninguna manera la soberanía de Dios».

l Una ovación para Ottaviani. «Recuerdo que no cabíamos todos los obispos en el aula conciliar de la basílica de San Pedro. Nos hicieron una especie de plataforma encima de los cardenales y allí nos colocaron a algunos. Era un sitio muy bueno, porque los cardenales tenían preferencia para hablar. Yo estaba cerca de Ottaviani, el prefecto del Santo Oficio, y le veía desde arriba hasta las notas que llevaba escritas. Fue un defensor acérrimo del decreto de libertad religiosa: «Algunos se extrañarán de mí; ¿cómo este cardenal dice estas cosas? Y lo hago porque mi deber es defender a la Iglesia, y antes la he defendido manteniendo su magisterio; y ahora, la Iglesia nos propone este magisterio más comprensivo y soy el primero en defender los derechos humanos». Hubo una ovación enorme. Ottaviani terminó cayendo simpático a todos. Le traté siendo yo obispo de Guadix, en mi primera visita «ad limina» a Roma. Después del Concilio cambió mucho el ambiente romano con los obispos; era una evidencia eclesial del sentimiento de comunión».

l Una diócesis de emigrantes. «Guadix era una diócesis con una emigración terrible, que en los cuatro años y pico que estuve allí pasó de 200.000 a 150.000 habitantes. Eran los años de la emigración, a Barcelona, a Asturias, a Alemania, a Francia. Había unos 200 sacerdotes, pero 100 estaban fuera; algunos habían emigrado con los que se habían ido. Las personas eran muy acogedoras y me dejaron una impresión buenísima, pero la escasez de medios era total. Pase unos años muy angustiado. El Ministerio de la Vivienda había aprobado unos fondos para que construyéramos un nuevo seminario menor. Hice gestiones en Madrid y en el Ministerio me dijeron: «Está todo aprobado; solo falta la firma del ministro, pero no la va a dar porque hay otras obras más urgentes»».

l Universidad de Covadonga. «Vengo a Oviedo, en 1969, y me encuentro con que hay 60 millones para hacer una universidad en Covadonga, y esos millones están en el mismo departamento donde me habían negado 30 millones para hacer el seminario menor. Me entero que eso de la universidad era una idea de los tiempos de don Vicente Enrique y Tarancón, que no la obstaculizó, pero la dejó pasar sin ejecutarla. Una universidad en Covadonga, donde no había espacio ni personas que quisieran ir a vivir allí…».

l Confrontación con el gobernador. «En Guadix había escrito una carta pastoral sobre los derechos humanos. Defendía, dentro de lo que entonces se toleraba, la libertad de asociaciones y, por tanto, las políticas, aunque no utilizaba esa palabra. Y la libertad sindical también, dentro de lo que el Concilio había dicho. Al llegar a Asturias, el gobernador, Mateu de Ros, me dijo que le había gustado esa pastoral y que él pensaba igual. No hice mucho caso, la verdad; creo que él estaba deseando marchar de Asturias. Luego tuvimos enseguida una confrontación muy grande por un documento que elaboró un grupo que se reunía en una parroquia de las Cuencas mineras. Con ellos había estado antes don Vicente y yo también les visité. Ellos no daban la cara con sus documentos, o no podían darla porque les hubieran metido en la cárcel. Había laicos y sacerdotes. Cada uno que aportaba algo al documento ponía una cosa más dura. Como no iban a figurar sus nombres al final del texto? Porque los que figurábamos éramos los curas que lo iban a leer en las parroquias y el obispo que autorizaba el documento, que era a propósito de unas huelgas mineras».

l Publicación con enmiendas. «Yo les propuse varias enmiendas, porque no me parecía justo decir algunas cosas, como que todos los gobernadores civiles y todos los jueces eran unos sinvergüenzas. Es como si hoy día dijera que todos los políticos son unos desgraciados; pues no. Pero ellos no admitían que el obispo hiciera una enmienda, aun cuando era él el que iba dar la cara, el que iba a aprobar su publicación. Visto aquello, les dije: «Yo no firmo», y empezaron a decir: «Ya lo sabíamos… ¿qué íbamos a esperar de usted??». Entonces respondí: «Ustedes piensen lo que quieran, pero cuando yo firmo algo tengo que saber lo que firmo; pero voy a hacer una cosa. Esto ¿lo han mando ustedes a los periódicos o a las radios?». «No, no nos lo admiten». «Pues yo lo voy a publicar en el boletín diocesano haciendo una introducción en la que dejaré constancia de que no es un documento mío, pero que lo publico porque no tenéis donde publicarlo y eso me parece intolerable». Les agradó mucho y ellos también lo difundieron antes de que saliera el boletín».

l Requisado el boletín. «El documento se iba a leer en las misas. Yo salía de viaje, a la ordenación de obispo de don Teodoro Cardenal en Burgo de Osma. Antes de salir, repasé el texto, le puse la introducción y lo mandé a la imprenta. Cogimos el coche y nos fuimos a Osma. Al llegar, me dice Tarancón: «Pero ¿qué has hecho Gabino; te has metido en un lío y están preguntando por ti varios ministros». Yo no sabía a qué se refería, pero era que el gobernador había mandado requisar el boletín que estaba editando la imprenta de la diócesis, y mandó a Correos y la retiró también. Era una separata de dos hojas, pero las parroquias la leyeron porque tenían el texto, pero sin la introducción mía. Cuando volví a Oviedo, nada más llegar, me llama el gobernador muy temprano y le recibo inmediatamente. Quiso dorarme la píldora diciendo que era una maniobra de los sacerdotes: «Han esperado a que usted se fuera para publicar ese texto». Le replique: «No, no han esperado a que yo me fuera porque ese texto lo envié yo personalmente a la imprenta». Cogió un berrinche enorme; creí que le daba un ataque, una cosa tremenda, porque padecía del corazón».

Preso en palacio. «El gobernador puso guardias de asalto alrededor del palacio episcopal, que pedían el carnet de identidad a todos los que querían entrar. Según el gobernador, había un grupo de falangistas que querían venir a pegarme y por eso había puesto esa guardia. No obstante, vino bastante gente a verme, entre ellos el presidente de la diputación, José López-Muñiz, una gran persona. Le saqué al balcón y le enseñé la plaza de la Corrada. «Mire usted, estoy preso; ni con los rojos me he visto así». Le hizo mucha impresión y fue a decírselo al gobernador; y retiraron enseguida a los guardias».

l Fiarse del obispo. «Aquellas situaciones me causaban preocupación y dormía mal. Además, nadie te creía. El gobernador no se fiaba porque quería que yo no protestase si había algún problema; me decía que yo estaba mal informado. Luego, con los encierros, él quería que yo llamara a la fuerza pública para que desalojaran, pero nunca la llamé. Nunca autoricé la entrada de la policía en las iglesias, ni siquiera por encierros en mi casa, porque se metían en el palacio, en la sala de visitas. El gobernador no se fiaba de mí, pero, además, los sacerdotes que había en esos grupos, que estaban trabajando muy bien, como yo era reticente y ponía comas y filtraba algunas palabras de los documentos, decían que «así no se puede fiar uno del obispo». Y, por otro lado, sacerdotes que yo estimaba mucho, y estimo, porque viven todavía, no se fiaban de mi y mandaban seminaristas a Toledo, o a Burgos, ya que creían que yo no era lo suficientemente seguro. Así que me encontraba sólo a veces; esta es la realidad».

l Cada día un conflicto. «Por eso, cuando iba de visita a Cangas de Narcea, me decía don Francisco Martínez, que era secretario de cámara y hoy cardenal: «Usted va a la Arcadia feliz», Aquella era otra Asturias, distinta. Pero las cuencas mineras y Gijón eran terribles. Sin culpa de nadie; simplemente era así. Los cinco o seis primeros años en Asturias fueron muy difíciles, hasta la muerte de Franco. Aquí cada día teníamos un conflicto. Pero después me sentí muy bien siempre, como en mi sitio. Pero todo aquello no hay que revolverlo. Después, la transición fue muy importante como fenómeno social porque el pueblo español demostró ser sensato y tener un fondo de formación pacífica a la que había contribuido la Iglesia».

l Con el Evangelio en la mano. «Uno siempre ve defectos y tal vez pude haberlo hecho mejor, o mucho mejor. Pero no he sido un líder, ni quise serlo, de movimientos políticos o sociales. Soy un obispo de la Iglesia y nada más. Y creo que la Iglesia tiene que ir por el camino de servir a las personas, sobre todo a los más pobres y abandonados, y de servir a la verdad, que nos hará libres; y esa es la verdad que puede liberar a la Iglesia también. Actué en conciencia y con el Evangelio en la mano, y sin presiones de nadie, ni del Papa, ni de obispos, ni de nuncios. Me ha impresionado que nunca nadie de mis superiores me presionara en la Iglesia, ni me han hecho críticas de nada. Otra cosa es que se fiaran de mí plenamente, o no fuera de su agrado. Como dice el salmo, cuarenta años pasan para el Señor como un soplo. Estoy contento de haber venido a Asturias, ha sido mi segunda patria».

 

 

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