Pido perdón por haber hablado de él como si fuera un santo
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Tras el escándalo del padre Marcial Maciel, he visto cómo muchos legionarios pedían perdón. Fui legionario y no voy a pedir perdón. Las atrocidades y barbaridades que ha cometido este hombre, no las hice yo. Tampoco creo que los buenos sacerdotes que hay dentro de esta congregación hayan hecho nada malo, bueno sí, dejarse embaucar por este personaje.
Por eso, quizás la pregunta que me gustaría responderme a mí mismo es ¿quién era el padre Marcial Maciel? Lo tuve delante, hablé con él, le escuché… y reconozco que me fascinó. ¿Qué falló en mí para que no me diera cuenta de lo que tenía delante?
Dentro de la Legión había un culto a su fundador que, en mi opinión, se basaba en la lejanía. Lo veíamos poco – ahora ya sé la causa. Esto hacía que cuando llegaba, alucináramos. Se interrumpía la vida normal. Cuando estabas en el noviciado de Salamanca, por ejemplo, la rigidez espartana del horario se interrumpía… Que si Misa con él, que si hacíamos una excursión al campo los 200 que éramos… Que si una caminata… En las comunidades de apostolado, que eran reducidas, la cosa era peor… yo me dejaba llevar… en Roma, la cosa era más normal, porque en teoría era donde pasaba la mitad del año, pero también se hacían multitud de excepciones.
Después estaban tus superiores que en conferencias, homilías y demás no hacían sino citar sus cartas, que después resulta que no eran suyas. Y cuando hablaban de ejemplos de fidelidad a Dios, primero el Papa, luego él, y después pues nadie más.
Se editaron 10 tomos de sus cartas, por lo menos hasta que yo me fui, después creo que se han editado más. Después del Nuevo Testamento, aquello era la voz de Dios… El caso es que desde el año 1960, todas las cartas se las escribían… Dentro, cuando se nos pasaba por la cabeza que esto podría ser así. Lo disculpábamos. Nosotros creíamos que era como el Papa, que da tres o cuatro puntos se los desarrollan y luego corrige el texto. En realidad leía y firmaba. Yo que he recibido hasta 10 cartas de él, menos una manuscrita todas las demás son frases hechas de «viva su vida religiosa muy cerca del corazón de Cristo»…
Las escritas hasta antes de 1960, recogidas en los tomos de que hablaba, estaban bastante bien. Contaba sus viajes, con quien se había entrevistado, sus ideas de hacer una congregación que fuese el no va más… Al final, disculpabas la sospecha de que él no escribiese.
A esto hay que añadir las enfermedades, supuestas, inventadas y reales. Que si estaba mal del corazón, que si tenía el intestino remendado… Todo lo había sufrido fundando la Legión, lo que hacía que sus supuestos padecimientos tuvieran un halo casi milagroso.
A inicios de los 90 tuvo un derrame cerebral por un golpe que se dio en la cabeza. Apareció en Salamanca con una cicatriz enorme encima de la frente. Según parece – ya no sabes qué es verdad y qué es mentira de este hombre – le acababan de operar. No podía ni hablar. Pues en esta espiral de culto hasta fue mejor. Hay que ver cómo sufre…Todo por la Legión y la Iglesia… ¡qué hombre!
Cada vez que aparecía se hacían las «questions» como se llamaba al reunirnos delante de él, en el salón de conferencias, y le hacíamos preguntas, cuestiones… Con una sola pregunta se podía pasar tres horas… Hablaba bien en público, sabía jugar con los silencios, con la voz. Y lo que decía parecía verdad.
En una de estas sesiones me acuerdo que se puso hablar del arzobispo de México, Luis María Martínez. Todos lo conocíamos porque sus libros de espiritualidad – a propósito, muy buenos – los teníamos en la biblioteca. Una vez, contaba, hablando con él me dijo: Lo que usted quiere es meter en cuerpos latinos mentalidades sajonas, y no lo va a lograr. Pues sí, monseñor, sí que lo lograré. Luego paso por sus habitaciones veo calcetines tirados por el suelo, desorden… y me digo que don Luis tenía razón…
Te quedabas de piedra. Atabas cabos y decías… Vamos, que poca fidelidad a mi vida religiosa tengo. Pero a ninguno se nos ocurría pensar. ¿Cuándo pasó por nuestras habitaciones? Por otro lado, vivimos apretados de cuatro por habitación, no recuerdo que nadie dejase los calcetines… Además, sólo tenemos siete pares de calcetines negros y cinco de deporte… no te puedes permitir el lujo de dejarlos tirados…
Pero ante él no usábamos el raciocinio, estábamos entregados…
Todos los días paseaba dos horas… Según él por prescripción médica. Si llegaba a tu comunidad de apostolado le acompañabas y punto. En Roma escogían a tres o cuatro para que le acompañasen y así, según parece, nos iba conociendo.
Tenía una personalidad arrolladora y, en las distancias cortas, lo era incluso más. Se acordaba de detalles sobre tu familia, sobre lo que estudiabas, sobre lo que le habías dicho la última vez que le habías visto… Vamos que cuando te ponías hablar con él, no te parecía ni distante, ni extraño…
En cuanto a los temas… cuanto hablaba tenía que ver con la Iglesia. Comentaba todo, e incluso ahora que se ha destapado lo que se ha destapado, no puedo recordar frase alguna que pudiera echarle en cara. Si era doble personalidad, creo que el caso es para que lo incluyan en los libros de psiquiatría…
A esto se sumaba la opinión que de él tenían obispos y gente de Iglesia. Por poner un ejemplo, recuerdo que me encontré con el cardenal Bevilacqua, entonces arzobispo de Filadelfia. Si yo ya lo tenía en un pedestal él lo elevó al cielo, hablándome maravillas… Y los obispos de México, en fin, mejor no hablar. Después de todo, una congregación, nacida en su país, estaba marcando estilo. No eran otra vez los españolitos, con sus jesuitas y dominicos, eran los mexicanos.
En esta vorágine, cuando de repente se oía hablar de los «enemigos» de la Legión. Ya sabías lo que pasaba – si no, el ambiente te inclinaba a creerlo. Eso son los envidiosos que ven lo bien que va todo esto y se meten con nosotros…
Lo de los enemigos siempre acababa relacionándose con la «gran bendición». De 1956 a 1959 la Legión estuvo intervenida por la Congregación vaticana de Religiosos, que envió una visita apostólica, es decir, lo mismo que ha enviado ahora. El padre Maciel se pasó esos tres años apartado… por supuesto, como nos recordaban los legionarios de aquella época, enviando dinero para mantener la congregación… Nunca se decía quienes eran los que querían cargarse la Legión. La excusa era que no había que hablar mal de nadie.
Por si te quedaba alguna duda, al respecto, de que se trataba de personas malas y envidiosas, Mons. Polidoro, un franciscano belga que había sido uno de los tres visitadores mandados por el Vaticano en los años cincuenta y que después fue obispo en Chile, prácticamente vivía en el noviciado de los legionarios en Chile, y casi se murió de viejo en él.
Ante todo este panorama, realmente pueden estar pidiendo perdón los legionarios. Cada uno debe pedir perdón por sus propias acciones. Yo pido perdón por haber defendido al padre Maciel a veces de manera ilógica… sin utilizar la formación que, por otro lado me han dado en la Legión. Pido perdón por haber hablado de él como si fuera un santo, por haber apagado mi capacidad lógica cuando se trataba de él.
Ex Legionario de Cristo español