"No identificamos crecimiento con mutiplicación, ni unión con procreación"

¿Crecer o multiplicarse? No es lo mismo

Juan Masiá denuncia el extremismo moralizante y el reduccionista

Mediante la caricia íntima, la pareja comunica, juega y se relaja

Juan Masiá Clavel (La Verdad).- La polarización del debate sobre el aborto en los lindes de su despenalización descuida la importancia de la prevención y educación sexual equilibrada. Tampoco ayudan las moralizaciones religiosas, con buena voluntad, pero deficiencia antropológica. Un punto débil en estas moralizaciones episcopales es la falta de distinción entre lo unitivo y procreativo en la relación sexual. Se oponen a la procreación asistida, la contracepción o las relaciones sin finalidad procreadora, apelando a la inseparabilidad unitivo-procreativa, contra lo que hoy dicen sexología y antropología

Para ampliar la mira, repensemos el Génesis: «Creced, multiplicaos»(Gen 1,28). (La traducción de Schökel- Mateos pone una coma, en vez de una «y»). Este imperativo bíblico a la mítica pareja se presta a interpretaciones variadas. Dando prioridad a la procreación, unos leen: «Multiplicad descendencia, para que no se extinga la especie». Otra lectura desdobla la unión en ayudarse y procrear: «Ayudaos mutuamente a crecer, y multiplicaos».

Propongo otra más radical. «Creced, multiplicaos» son imperativos diferentes: «Creced, siempre. Multiplicaos, no siempre. Para crecer juntos, amaos y decíroslo con palabra y cuerpo, acariciaos. Y cuando sea oportuno que el amor fructifique en prole, favoreced las condiciones para acogerla».

No identificamos crecimiento con mutiplicación, ni unión con procreación. «Creced juntos» es un imperativo siempre válido para la pareja. «Multiplicaos» es un imperativo condicionado por las circunstancias. «Crecer mutuamente» es una brújula para las relaciones. «Multiplicarse responsablemente» es el lema de la acogida correcta a la nueva vida. Así, el emblemático «creced y multiplicáos» repercute en las relaciones íntimas, tanto en uniones formalizadas como informales y tanto antes como después de su formalización.

Pedagógicamente, distinguiríamos dos modos de relación afectivo-sexual: 1) Con un proyecto progenitor y finalidad procreadora. 2) Sin finalidad procreadora: no para multiplicarse, sino para el crecimiento de la relación. En este caso hablaríamos de «caricias unitivas», en el primer caso de «unión procreadora».

Pero evitemos que la noción de caricia pierda su riqueza, tal como la descubre la fenomenología y filosofía de la ternura. La caricia íntima, en la que se implican inseparablemente cuerpo y espíritu, tiene cuatro aspectos importantes: ternura, comunicación, juego y relajación. Estos cuatro aspectos se pueden esquematizar con una pirámide de base triangular. En el vértice, la ternura. En la base triangular, comunicacion, juego y relajación. Mediante la caricia íntima, la pareja comunica, juega y se relaja. La ternura garantiza la autenticidad de estos tres comportamientos.

No satisfacen las traducciones inglesas del diccionario informatizado al etiquetar este tema con el calificativo de «petting«. Nadie debería convertirse para su pareja en un mero objeto de satisfacción, ni en un «pet», animal de compañía -viviente o robotizado-, ni en un juguete de «casa de muñecas», que diría Ibsen. Por eso ponemos en el vértice de la pirámide la ternura, aun a riesgo de que nos tilden de romanticismo.

Dicho esto se comprenderá la reinterpretación propuesta del «creced y multiplicaos». Crecer, siempre. Multiplicarse, no siempre. Crecer juntos, a cada momento. Multiplicarse, cuando sea oportuno. Para crecer, acariciarse. Que la caricia en todos sus niveles sea expresión de ternura, vehículo de comunicación, expansión lúdica y descanso corporal. Y lo de multiplicarse, en su momento oportuno, responsable y acogedoramente para con el nacimiento de una nueva vida.

Esta distinción, en educación sexual, entre la caricia unitiva -no necesariamente vinculada al coito- y la unión procreadora, lograría, entre otros, dos efectos: 1) Favorecería la disminución de embarazos no deseados y abortos. 2) Evitaría el dilema entre aborto o contracepción, abriendo otras vías alternativas.

No será fácil de entender este enfoque por parte de dos posturas opuestas: 1) El extremismo «moralizante», que absolutiza la procreación y hace tabú del placer. 2) El extremismo reduccionista de la sexualidad a la genitalidad, idealizador obsesivo del éxtasis orgásmico, polarizado en la penetración vaginal y obsesionado con la eyaculación (tanto por miedo a la precocidad, como por la ansiedad sobre su compleción retardada).

Volviendo a la Biblia, dice la recomendación a la pareja prototípica: «La vida desemparejada no es buena. No es bueno que estéis solos. Superemos la imagen inadecuada de la costillita de Adán y reinterpretemos el texto hebreo original como «compañía digna»; no mera ayuda, ni que solamente Eva sea apoyo para Adán, sino mutuamente. Acompañaos, dice, y creced juntos en todo momento, acariciaos siempre. Y lo de multiplicarse, cuando y como se apropiado.

 

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