Los curas actuales son testigos vivos de generosidad
Cuenta Laura Daniele en Abc que si se hubiera dedicado a cualquier otra actividad, el padre Emilio Regúlez a estas alturas ya estaría retirado, disfrutando del tiempo libre, jugando una partida a las cartas o a la petanca en el parque. Sin embargo, a sus 76 años, este sacerdote diocesano sigue dando guerra en la Parroquia de San Lorenzo, en pleno barrio de Lavapiés.
«Estoy feliz de ser sacerdote. No quiero que me saquen. He presentado mi renuncia al cardenal pero deseo continuar», señala este cura que se ordenó porque «Dios así lo quiso», pero también gracias al testimonio de vida que recibió de los jesuitas, en sus años de colegio en el barrio de La Ventilla.
Una foto en el patio de tierra del Seminario Conciliar de Madrid recuerda en el escritorio de su despacho parroquial aquellos años de juventud, en los que se lo pasaba jugando al fútbol contra los alumnos de Teología. «Nosotros éramos los filósofos», asegura el padre Emilio, quien todavía tiene presente el disgusto que se llevó su padre cuando se enteró de que «el seminario era para curas».
Cansancio psicológico
Los días de este sacerdote siempre han sido intensos. Su parroquia atiende a miles de inmigrantes, muchos de ellos en situación irregular que buscan en la parroquia contención y acogida. «La gente es muy cariñosa y más los inmigrantes -apunta-. Les das dos y te devuelven cinco».
Las arrugas y el temblor de sus manos vinieron acompañadas hace un par de años de una esperanza y una buena amistad: la del padre Juan José. Un joven cura catalán que le ayuda con las tareas. «Mi ilusión es que le nombraran párroco. Como verás esto no es como en las empresas que todos tienen miedo que les quiten el puesto», bromea Emilio, quien a pesar de su buen ánimo y estado de salud, reconoce que a veces se siente cansado. «Hay un cansancio psicológico. La vida de un sacerdote tiene sus alegrías pero también sus cruces y te van faltando las fuerzas».
No sabemos si el cardenal Rouco pensaba en el padre Emilio cuando el lunes reconoció ante la Asamblea Plenaria que «los sacerdotes somos cada vez menos y de más edad que hace algunos años». También se refirió a las zonas rurales y los grandes desplazamientos que tienen que hacer algunos párrocos «para atender a numerosas comunidades que no reúnen a veces más de diez personas».
Es el caso de la localidad de Buenafuente del Sistal, en la diócesis de Guadalajara. Allí el padre Ángel Moreno, junto a otros cuatro sacerdotes, se reparten nada menos que 14 parroquias, además de trabajar como capellanes en el monasterio cisterciense que hay en la comarca y donde cada año pasan más de 10.000 personas para participar en retiros espirituales.
Ángel tiene 63 años y lleva 40 dando su vida en esta zona donde viven sobre todo personas muy mayores y con muchas dificultades por la falta de servicios básicos como hospitales o transporte público. A pesar de que algunas cosas han mejorado, este sacerdote recuerda que cuando llegó al monasterio «era un lugar desierto destinado a desaparecer».
Pero como él bien afirma, «Dios ha querido que se convirtiera en un centro nacional de acogida y oración». Con 63 años y a la vista de la escasez cada vez más apremiante de curas, al padre Ángel le restan muchos años de trabajo. «Los que Dios quiera». Una vez más se cuela en su respuesta su gran generosidad. Y en ella la de muchos otros sacerdotes en los más recónditos rincones de España.
El añorado relevo generacional
El sacerdocio se ha convertido de un tiempo a esta parte en un «ministerio con plazas disponibles». En dieciocho años, la cifra de seminaristas mayores ha pasado de 1997 en el curso 1990-91 a 1237 en 2008-09, según cifras facilitadas a ABC por la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades. El descenso ha sido muy paulatino y con fluctuaciones no siempre decrecientes. De hecho, las ordenaciones sacerdotales han experimentado el año pasado un crecimiento del 16,6 % con respecto al año anterior.
Esta disminución de los aspirantes y el envejecimiento de los que ejercitan el ministerio es «una realidad que hay que afrontar, pero no desde el pesimismo sino de una manera confiada», explicó el secretario de esta Comisión Episcopal, el padre Ángel Pérez Pueyo, para quien la escasez de vocaciones contrasta, sin embargo, con el elevado grado de satisfacción que manifiestan los que han optado por este estado de vida (96,8%, según la encuesta de la revista «21 rs» de 2007).
Muchos interrogantes
¿Es tiempo de pensar una distribución más equitativa del clero? ¿Es necesario que haya tantas parroquias? ¿Tiene el sacerdote que hacerlo todo o podemos pensar en la corresponsabilidad de los laicos? Son algunas de las preguntas que se plantea. Para Pérez Pueyo, hasta hace poco director general de la Hermandad de Sacerdotes Operarios, «es necesario pensar un estilo de pastoral vocacional más abierto y dinámico», que no esté tan sujeto a la organización territorial que tiene la Iglesia en España.
También apunta a las necesidades y las oportunidades. «Funcionamos con el escalafón. A los sacerdotes jóvenes -señala- los llevan a un pueblo pequeño y no a un movimiento apostólico fuerte. Así en las grandes ciudades queda la gente muy mayor».
La potenciación de los seminarios interdiocesanos -en España sólo hay uno, el de Cataluña donde se forman seminaristas de cinco diócesis catalanas- la revitalización de las comunidades cristianas, y sobre todo, el testimonio de vida del obispo, de los sacerdotes, los consagrados y de la propia familia son para este sacerdote algunos de los puntos esenciales para mejorar la situación.
Entre los buenos ejemplos, Pérez Pueyo destaca la labor que están realizando seminarios diocesanos como el de Córdoba, Getafe, Madrid o Cuenca que están centrándose en la línea de la identidad, «en lo que de verdad somos: intentar mostrar el camino del Señor». Es notable también el éxito de convocatoria que tienen los seminarios de algunos movimientos como el de los Neocatecumenales, los Redemptoris Mater, que en 2008 contaban con 162 seminaristas en los cinco centros que tiene en España.