estamos en la Iglesia, no en un partido o 'lobby'; y aunque sea con dolores de parto, Munilla es nuestra Iglesia
Me llegan por aquí y por allá algunas preguntas sobre el nombramiento de Munilla como obispo de San Sebastián, y respondo de lo que sé. Conozco algo a Uriarte y menos a Munilla. De Uriarte he dicho que «ha sido y es un obispo, moralmente, muy honesto, y, religiosamente, fino, fino, fino. Para mí está muy por encima de los obispos más reconocidos de la Iglesia ‘española’», los nuevos o los ya honrados con el cardenalato.
Ellos lo saben. Deberían saberlo para no equivocarse en ‘cristiano’. Es cierto que don Juan María, como la mayoría de nosotros, los sacerdotes y religiosos ‘vascos’, a mi juicio, hemos dado demasiada trascendencia moral, y por ende, pastoral, al llamado ‘conflicto vasco’ en su conjunto.
Es una opinión que he defendido hace tiempo y que muchos no comparten. Pero somos nosotros, con todos los buenos ‘consejos’ de amigos y adversarios, quienes tenemos que revisar el camino recorrido, discernirlo mejor, reconocer aciertos y fallos, y acoger las prioridades pastorales por otros veinte años.
Cada tiempo tiene sus urgencias. No hablo de olvidar, sino de discernir y elegir. Quien sustituye a Uriarte, que lea a menudo sus palabras.
De Munilla sé menos; algo sí, pero menos; me alegro, de todos modos, por lo que me afecta: No ha venido a Vitoria, como temía. Con lo cual ya se puede suponer cuál es mi estado de ánimo. Cuando temes algo, no se lo deseas a los demás, pero te sientes aliviado si lo evitas. Pues eso.
Ahora bien, no tengo nada personal con Munilla; absolutamente nada; primero porque no nos hemos tratado y, después, porque estoy seguro de que es un hombre de bien. Simplemente, que vemos la Iglesia, en su presencia pública, y en sus referencias teológicas y evangélicas, de modo distinto.
Por lo que sé, él representa una corriente de católicos que conciben la Iglesia de un modo que a mí me resulta poco atractiva; a mi juicio, cierra la crisis religiosa y cultural de la fe en falso; no es que no tengan éxito social sus propuestas espirituales y de fe, puede que lo tengan más que otras, sino que se avienen mal con la ‘adultez’ creyente que se supone que nos corresponde a todos, en la sociedad y en la Iglesia; chirrían ante el significado de la fe como ‘justicia social’, tan incómodo para la misma Iglesia y para muchos de los sectores católicos que a ella se suman; y representan a una Iglesia que acoge muy pobremente ‘el realismo histórico del crecimiento del Reino de Dios’, perdiendo confianza en el mundo y mística de cambio en serio; es un fe idealista en el dogma, y desencarnada en sus convicciones y hasta en su espiritualidad. Pienso así.
Por poner un ejemplo, me consta que todo lo que le sucede, el obispo Munilla lo está interpretando en clave de «la providencia divina»; pero sería demasiado ingenuo, seré suave, no reconocer una planificación muy precisa de eclesiásticos poderosos, hoy, en la Iglesia española, sobre la Iglesia vasca y su futuro pastoral. No hablo en términos políticos, y lo evito muy sinceramente.
Decir que ésa es la forma que tiene el Espíritu de manifestársenos es tanto como concluir que la autoridad en la Iglesia siempre tiene razón porque es autoridad. Esto cualquiera ve que sirve para todo y es un discernimiento insuficientemente cristiano.
Es genial, «el evangelio está por encima de todos, pero nosotros siempre acertamos en su interpretación histórica y, por supuesto, por vuestro bien. Así, damos un vuelco a vuestra trayectoria eclesial, lo hacemos con uno de los vuestros que ha tenido dificultades entre vosotros, y ¡que lleva tres años en otra diócesis, o sea, nada, un vistazo!, pero no tenemos interés particular; todo según el Espíritu de Jesucristo». Juzgue usted.
Y otro ejemplo, desde otro punto de vista. Decir que el obispo Munilla ha metido en su casa a drogadictos y pobres, y que se ha desvivido por ellos, le honra y es ejemplar en ello; sólo podemos reconocerlo y admirarlo, si así es, y practicarlo, si nos atrevemos. Pero eso no hace buena su teología, ni su concepción de la fe, ni el ejercicio pastoral de su episcopado, ni cu capacidad de relación en la Iglesia.
Nótese que ni siquiera recurro al lugar común de que hay que denunciar las estructuras de pecado e injusticia, además de ser caritativo. No voy por ahí, ahora, sino que digo que la ejemplaridad de vida es imprescindible y admirable, pero no hace bueno el discernimiento pastoral de la Iglesia, ni siquiera su palabra ética en todo supuesto y caso, o su espiritualidad y su capacidad de relacionarse con los otros. No hay que confundir las cosas, identificándolas.
Concluyo. Yo creo que al final habrá un trabajo en común y un respeto sincero con Munilla. Y en mucha gente, amor incondicional. El futuro será difícil, pero no imposible. Alguien me decía ayer que cómo puedo decir esto. Y le respondo, estamos en la Iglesia, no en un partido o ‘lobby’; y aunque sea con dolores de parto, Munilla es nuestra Iglesia. Desde la diferencia y la honesta corresponsabilidad, con la verdad por delante y sin evitarla, pero nuestra Iglesia. Lo veo así.
José Ignacio Calleja en El Correo